La cacería de la vergüenza
La imagen del ministro de Justicia Bermejo y del juez Garzón compartiendo una elitista cacería y rodeados de animales muertos, tras ordenar otra "cacería" de políticos adversarios, presuntamente corruptos, es realmente obscena en tiempos de crisis, cuando muchos españoles sucumben a la pobreza y a la desesperación, y contribuye a convencer todavía más a los ciudadanos de que la política es una pocilga y que la democracia ha caido tan bajo que necesita una urgente y drástica reconversión para que recupere ética, estética, decencia y sentido de Estado.
Gastan demasiado en campañas electorales, derrochan en publicidad y en campañas de imagen y autobombo; gastan el dinero público como si no tuviera dueño; colocan a los familiares y amiguetes en cargos públicos; otorgan los concursos oficiales a sus allegados; se sienten a gusto con la corrupción; conviven con delincuentes y algunos hasta se saltan la ley; se hacen condonar deudas y prestamos por las mismas instituciones financieras a las que están obligados por ley a controlar; mienten; engañan; se suben los sueldos en secreto; aumentan los impuestos a los ciudadanos tras prometer que los bajarían; piden comprar productos españoles, pero encargan los uniformes de la guardia civil en China; defienden la igualdad, pero viven atiborrados de privilegios; intervienen bajo cuerda en el mercado; envían "recaudadores del partido" para sacar dinero a empresarios; aplican la justicia con diferente vara de medir, "según convenga a la jugada", como afirmó el ministro de Justicia, y realizan otras muchas "fechorías" antidemocráticas.
Son nuestros políticos, no todos, pero sí bastantes de ellos, los suficientes para lograr que estén por los suelos el prestigio y la imagen de un colectivo que debería ser ejemplo y vanguardia de la sociedad.
Son gente que, al igual que los tiburones de Wall Street, ha perdido el norte y nos han precipitado en la crisis. Han olvidado lo que es la democracia y se han subido encima de los ciudadanos, que son los que les pagan el sueldo, ignorando que la democracia es el poder del pueblo (demos). Su peor pecado no es la corrupción, con la que conviven más fácilmente que con la disidencia, sino haber asesinado la democracia, transformándola, a traición, en una despreciable oligocracia de partidos todopoderosos, insaciables y prácticamente impunes. Han hecho de esos partidos políticos, ideados en principio para facilitar la participación del ciudadano en la política, los enemigos de la igualdad, la justicia y la convivencia. Los partidos son hoy organizaciones autoritarias y enfermas de arrogancia y centralismo que impiden que la democracia, la igualdad, la libertad y la justicia avancen.
Si al menos pudieran ofrecer al sufrido ciudadano una buena gestión, tal vez el sacrificio habría merecido la pena, pero han fracasado de manera estrepitosa. Nunca reconocen que han fracasado frente a todos los grandes desafios que afectan a la sociedad, que sigue siendo cada día más desigual, más injusta, más insegura, más violenta y más miserable. No han conseguido eliminar la pobreza, ni la desigualdad, ni imponer la justicia, ni controlar a las mafias y grupos violentos, ni erradicar el hambre, ni vencer a las enfermedades. Nos han dicho que para mejorar el mundo y progresar necesitan todo el poder, nuestro dinero y hasta el monopolio de la violencia y de las armas, y se los hemos entregado, pero, a cambio de tanto, el mundo que ellos gestionan es, cada día más, una pocilga infectada.
Pero ellos, a pesar de sus fracasos, se han vuelto arrogantes, avarientos y ambiciosos. Exigen cada día más privilegios y dinero: sus salarios están controlados por ellos mismos, que se los suben a placer, y sus coches oficiales, tarjetas de crédito, secretarias, guardaespaldas, teléfonos, dietas, etc no paran de crecer. Si se les aplicaran las mismas reglas que existen en la empresa, casi todos estarían en la calle por torpes e ineficaces, pero ellos se han rebelado contra sus amos (los ciudadanos) y, además, les han robado la empresa (la democracia).
Ellos, los políticos, son, como reconoció el presidente frances Sarkozy, los verdaderos culpables de la crisis. Tenían que haber controlado el sistema para que fuera ético y equilibrado, pero no lo han hecho. Han subvencionado con dinero público a los especuladores y a los aventureros, no a los verdaderos empresarios. Ellos, que tenían todo el poder y la responsabilidad, han creado o permitido que crezca e impere una economía falsa y tramposa, ficticia, basada en la basura.
Pero que nadie se extrañe porque esa es la forma de comportarse del poder desde los tiempos de los faraones. Miren las televisiones públicas y verán alli basura a paladas: amiguismo, derroche y control de las mentes. Los modelos que exhiben en pantalla para que la sociedad los imite son, generalmente, homosexuales, chivatos, macarras, putas y gente sin valores. Ignoran los grandes valores de no hace muchos años, como la honradez, el apoyo mutuo, la decencia, la verdad... y prefieren practicar la mentira, el engaño y la indecencia. Dedican las plusvalías a comprar a periodistas e intelectuales, para así evitar la crítica y la luz, dos condiciones imprescindibles para que existe la democracia.
Ya no tienen miedo en exhibir ante el ciudadano amaestrado toda su obscenidad: Touriño colecciona coches de lujo pagados con dinero público y otros políticos realizan reformas en sus despachos y viviendas, gastando rios de dinero, mientras estamos a punto de llegar a cuatro millones de parados, la gente pierde sus hogares y cientos de miles pasan hambre física con la crisis.
Son promotores de la suciedad y de la indecencia cuando afirman que "en política vale todo" o que "el fin justifica los medios". Otros, sonriendo, dicen que "al enemigo ni agua" o aquello todavía más grosero de que "al amigo hasta el culo y al enemigo por el culo". Casi todos ellos se han aprovechado del poder. Todos conocemos al menos a uno que se ha enriquecido en la política de manera inexplicable, que posee pisos y cohes caros imposibles depagar con un sueldo oficial.
"La impunidad es inmoral", ha dicho Sarkozy, y nosotros agregamos: "La impunidad es delito en democracia".
Han olvidado que el poder conlleva la obligación de ser ejemplares ante el pueblo. Han eliminado cualquier exigencia. Para ser presidente del gobierno se exige menos que para ser secretaria o mensajero: nada de idiomas, nada de títulos. Ni siquiera se exige virtud y valor. En la práctica, cualquier drogadizto o rufian puede llegar ala cumbre de la política. ¿Cuando vamos a limpiar esta letrina?
Los malos políticos, algunos de los cuales conviven con nosotros y nos gobiernan, son una casta nefasta, una plaga que debemos erradicar con urgencia, si no queremos que nos lleven al abismo.
Gastan demasiado en campañas electorales, derrochan en publicidad y en campañas de imagen y autobombo; gastan el dinero público como si no tuviera dueño; colocan a los familiares y amiguetes en cargos públicos; otorgan los concursos oficiales a sus allegados; se sienten a gusto con la corrupción; conviven con delincuentes y algunos hasta se saltan la ley; se hacen condonar deudas y prestamos por las mismas instituciones financieras a las que están obligados por ley a controlar; mienten; engañan; se suben los sueldos en secreto; aumentan los impuestos a los ciudadanos tras prometer que los bajarían; piden comprar productos españoles, pero encargan los uniformes de la guardia civil en China; defienden la igualdad, pero viven atiborrados de privilegios; intervienen bajo cuerda en el mercado; envían "recaudadores del partido" para sacar dinero a empresarios; aplican la justicia con diferente vara de medir, "según convenga a la jugada", como afirmó el ministro de Justicia, y realizan otras muchas "fechorías" antidemocráticas.
Son nuestros políticos, no todos, pero sí bastantes de ellos, los suficientes para lograr que estén por los suelos el prestigio y la imagen de un colectivo que debería ser ejemplo y vanguardia de la sociedad.
Son gente que, al igual que los tiburones de Wall Street, ha perdido el norte y nos han precipitado en la crisis. Han olvidado lo que es la democracia y se han subido encima de los ciudadanos, que son los que les pagan el sueldo, ignorando que la democracia es el poder del pueblo (demos). Su peor pecado no es la corrupción, con la que conviven más fácilmente que con la disidencia, sino haber asesinado la democracia, transformándola, a traición, en una despreciable oligocracia de partidos todopoderosos, insaciables y prácticamente impunes. Han hecho de esos partidos políticos, ideados en principio para facilitar la participación del ciudadano en la política, los enemigos de la igualdad, la justicia y la convivencia. Los partidos son hoy organizaciones autoritarias y enfermas de arrogancia y centralismo que impiden que la democracia, la igualdad, la libertad y la justicia avancen.
Si al menos pudieran ofrecer al sufrido ciudadano una buena gestión, tal vez el sacrificio habría merecido la pena, pero han fracasado de manera estrepitosa. Nunca reconocen que han fracasado frente a todos los grandes desafios que afectan a la sociedad, que sigue siendo cada día más desigual, más injusta, más insegura, más violenta y más miserable. No han conseguido eliminar la pobreza, ni la desigualdad, ni imponer la justicia, ni controlar a las mafias y grupos violentos, ni erradicar el hambre, ni vencer a las enfermedades. Nos han dicho que para mejorar el mundo y progresar necesitan todo el poder, nuestro dinero y hasta el monopolio de la violencia y de las armas, y se los hemos entregado, pero, a cambio de tanto, el mundo que ellos gestionan es, cada día más, una pocilga infectada.
Pero ellos, a pesar de sus fracasos, se han vuelto arrogantes, avarientos y ambiciosos. Exigen cada día más privilegios y dinero: sus salarios están controlados por ellos mismos, que se los suben a placer, y sus coches oficiales, tarjetas de crédito, secretarias, guardaespaldas, teléfonos, dietas, etc no paran de crecer. Si se les aplicaran las mismas reglas que existen en la empresa, casi todos estarían en la calle por torpes e ineficaces, pero ellos se han rebelado contra sus amos (los ciudadanos) y, además, les han robado la empresa (la democracia).
Ellos, los políticos, son, como reconoció el presidente frances Sarkozy, los verdaderos culpables de la crisis. Tenían que haber controlado el sistema para que fuera ético y equilibrado, pero no lo han hecho. Han subvencionado con dinero público a los especuladores y a los aventureros, no a los verdaderos empresarios. Ellos, que tenían todo el poder y la responsabilidad, han creado o permitido que crezca e impere una economía falsa y tramposa, ficticia, basada en la basura.
Pero que nadie se extrañe porque esa es la forma de comportarse del poder desde los tiempos de los faraones. Miren las televisiones públicas y verán alli basura a paladas: amiguismo, derroche y control de las mentes. Los modelos que exhiben en pantalla para que la sociedad los imite son, generalmente, homosexuales, chivatos, macarras, putas y gente sin valores. Ignoran los grandes valores de no hace muchos años, como la honradez, el apoyo mutuo, la decencia, la verdad... y prefieren practicar la mentira, el engaño y la indecencia. Dedican las plusvalías a comprar a periodistas e intelectuales, para así evitar la crítica y la luz, dos condiciones imprescindibles para que existe la democracia.
Ya no tienen miedo en exhibir ante el ciudadano amaestrado toda su obscenidad: Touriño colecciona coches de lujo pagados con dinero público y otros políticos realizan reformas en sus despachos y viviendas, gastando rios de dinero, mientras estamos a punto de llegar a cuatro millones de parados, la gente pierde sus hogares y cientos de miles pasan hambre física con la crisis.
Son promotores de la suciedad y de la indecencia cuando afirman que "en política vale todo" o que "el fin justifica los medios". Otros, sonriendo, dicen que "al enemigo ni agua" o aquello todavía más grosero de que "al amigo hasta el culo y al enemigo por el culo". Casi todos ellos se han aprovechado del poder. Todos conocemos al menos a uno que se ha enriquecido en la política de manera inexplicable, que posee pisos y cohes caros imposibles depagar con un sueldo oficial.
"La impunidad es inmoral", ha dicho Sarkozy, y nosotros agregamos: "La impunidad es delito en democracia".
Han olvidado que el poder conlleva la obligación de ser ejemplares ante el pueblo. Han eliminado cualquier exigencia. Para ser presidente del gobierno se exige menos que para ser secretaria o mensajero: nada de idiomas, nada de títulos. Ni siquiera se exige virtud y valor. En la práctica, cualquier drogadizto o rufian puede llegar ala cumbre de la política. ¿Cuando vamos a limpiar esta letrina?
Los malos políticos, algunos de los cuales conviven con nosotros y nos gobiernan, son una casta nefasta, una plaga que debemos erradicar con urgencia, si no queremos que nos lleven al abismo.
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