El agua es un caos en España que refleja la bajeza y falta de eficacia de los gobiernos: los cauces de los ríos están sucios porque no se limpian y se desbordan fácilmente. Los pantanos embalsan menos agua de la que se declara porque sus fondos están llenos de barro y suciedad, lo que merma su capacidad. Las canalizaciones son viejas y pierden agua y falta inteligencia y planificación en los regadíos y consumos de agua en todo el país.
No hay otro capítulo en la vida española que refleje con más fidelidad que el agua la baja calidad de los gobiernos que han destrozado el país en las últimas décadas. Las estadísticas dicen que más de un cuarto de las aguas existentes en España se desperdicia.
El político liberal Juan Álvarez Mendizábal exclamaba ya en el siglo XIX que " España no será grande mientras los ríos desemboquen en el mar", refiriéndose a que sus aguas debían aprovecharse al máximo. Hoy, siglo y medio después, todo sigue igual porque los ríos siguen desperdiciando cientos de hectómetros cúbicos en el mar, mientras los políticos se niegan con egoísmo y torpeza, a distribuir ese agua a la España sedienta, en lugar de desperdiciarla.
Entre los ríos que más agua desperdician destaca el Ebro, que atraviesa, por desgracia, los terrenos de la España más desleal, egoísta y sucia, sobre todo Vascongadas y Cataluña.
Los terribles daños que causan los desbordamientos, como el reciente que ha afectado al Ebro, se evitarían si el cauce estuviera limpio, si los pantanos estuvieran drenados y si el agua sobrante pudiera desviarse del cauce a través de canales que la dirijan hacia el sediento Sudeste y Sur.
Pero nuestro drama es que el nacionalismo, atiborrado de egoísmo, odio y rencores, se niega a los trasvases y los gobiernos, que necesitan los votos nacionalistas para gobernar, no son capaces de hacer lo que debe en beneficio de España.
Una buena política del agua en España tendría efectos muy positivos en ámbitos como la energía, la agricultura y el consumo humano.
Pero España esta castrada y maldita por tener que soportar a una de las peores clases políticas del planeta Tierra.
Francisco Rubiales
No hay otro capítulo en la vida española que refleje con más fidelidad que el agua la baja calidad de los gobiernos que han destrozado el país en las últimas décadas. Las estadísticas dicen que más de un cuarto de las aguas existentes en España se desperdicia.
El político liberal Juan Álvarez Mendizábal exclamaba ya en el siglo XIX que " España no será grande mientras los ríos desemboquen en el mar", refiriéndose a que sus aguas debían aprovecharse al máximo. Hoy, siglo y medio después, todo sigue igual porque los ríos siguen desperdiciando cientos de hectómetros cúbicos en el mar, mientras los políticos se niegan con egoísmo y torpeza, a distribuir ese agua a la España sedienta, en lugar de desperdiciarla.
Entre los ríos que más agua desperdician destaca el Ebro, que atraviesa, por desgracia, los terrenos de la España más desleal, egoísta y sucia, sobre todo Vascongadas y Cataluña.
Los terribles daños que causan los desbordamientos, como el reciente que ha afectado al Ebro, se evitarían si el cauce estuviera limpio, si los pantanos estuvieran drenados y si el agua sobrante pudiera desviarse del cauce a través de canales que la dirijan hacia el sediento Sudeste y Sur.
Pero nuestro drama es que el nacionalismo, atiborrado de egoísmo, odio y rencores, se niega a los trasvases y los gobiernos, que necesitan los votos nacionalistas para gobernar, no son capaces de hacer lo que debe en beneficio de España.
Una buena política del agua en España tendría efectos muy positivos en ámbitos como la energía, la agricultura y el consumo humano.
Pero España esta castrada y maldita por tener que soportar a una de las peores clases políticas del planeta Tierra.
Francisco Rubiales