El gesto de la reina Sofía, que viajó recientemente a Londres en un vuelo de bajo coste, que ni siquiera tenía primera clase, para visitar a su enfermo hermano Constantino, constituye todo un ejemplo para una casta política española que, representada por Zapatero, corrompe el sistema y hiere una y otra vez la sensibilidad del ciudadano al utilizar los recursos públicos para asuntos privados, al subirse los sueldos en tiempos de crisis y al adoptar el comportamiento hortera y arrogante de los nuevos ricos.
Sofía, hija de reyes y nacida y educada en el poder, entiende el valor de los gestos y el profundo rechazo que experimenta el pueblo ante la ostentación y arrogancia de los poderosos, sobre todo en tiempos de crisis, cuando los más humildes y desprotegidos son diezmados por el paro y la pobreza, algo que ignora un Zapatero y la mayoría de sus colegas políticos, de un signo y de otro, que parecen sentirse impunes y dueños y señores de todos los bienes y servicios de España por haber sido elegidos en las urnas.
La actualidad española, plagada de escándalos de currupción, subvenciones a familiares y uso indebido de bienes públicos por parte de los políticos, y la repugnante suciedad de la campaña electoral para las próximas elecciones europeas, son la mejor demostración de la preocupante degeneración de la democracia. Esos comportamientos y gestos, incluyendo la utilización abusiva de privilegios y de bienes públicos en beneficio propio y de los amigos políticos, son un verdadero cáncer para el liderazgo y la democracia moderna que debe ser extirpado con urgencia porque pudre el sistema, escandaliza y genera indignación entre los ciudadanos.
En Inglaterra, cuna de la moderna democracia, donde acaba de dimitir Michael Martin, presidente de la Cámara de los Comunes, por un escándalo muy inferior en cuantía y alcance a los que cada día provocan el vómito de los demócratas españoles, proyectan ya redactar un "código" obligatorio de conducta, que frene el abuso de los políticos y que regule, entre otras cosas, el uso de bienes públicos por parte de los representantes del pueblo, algo elemental y necesario que debería haberse hecho hace más de un siglo, pero que la arrogancia de los poderosos ha impedido siempre.
Por desgracia para todos, el poder político se ha convertido en un ejercicio obsceno de arrogancia y ostentación que ha olvidado la necesidad de ser ejemplar, que ha sustituido el "servicio" por el privilegio, que degrada la democracia y que provoca nauseas al ciudadano.
Sofía, hija de reyes y nacida y educada en el poder, entiende el valor de los gestos y el profundo rechazo que experimenta el pueblo ante la ostentación y arrogancia de los poderosos, sobre todo en tiempos de crisis, cuando los más humildes y desprotegidos son diezmados por el paro y la pobreza, algo que ignora un Zapatero y la mayoría de sus colegas políticos, de un signo y de otro, que parecen sentirse impunes y dueños y señores de todos los bienes y servicios de España por haber sido elegidos en las urnas.
La actualidad española, plagada de escándalos de currupción, subvenciones a familiares y uso indebido de bienes públicos por parte de los políticos, y la repugnante suciedad de la campaña electoral para las próximas elecciones europeas, son la mejor demostración de la preocupante degeneración de la democracia. Esos comportamientos y gestos, incluyendo la utilización abusiva de privilegios y de bienes públicos en beneficio propio y de los amigos políticos, son un verdadero cáncer para el liderazgo y la democracia moderna que debe ser extirpado con urgencia porque pudre el sistema, escandaliza y genera indignación entre los ciudadanos.
En Inglaterra, cuna de la moderna democracia, donde acaba de dimitir Michael Martin, presidente de la Cámara de los Comunes, por un escándalo muy inferior en cuantía y alcance a los que cada día provocan el vómito de los demócratas españoles, proyectan ya redactar un "código" obligatorio de conducta, que frene el abuso de los políticos y que regule, entre otras cosas, el uso de bienes públicos por parte de los representantes del pueblo, algo elemental y necesario que debería haberse hecho hace más de un siglo, pero que la arrogancia de los poderosos ha impedido siempre.
Por desgracia para todos, el poder político se ha convertido en un ejercicio obsceno de arrogancia y ostentación que ha olvidado la necesidad de ser ejemplar, que ha sustituido el "servicio" por el privilegio, que degrada la democracia y que provoca nauseas al ciudadano.