Pagar impuestos es un acto solidario y democrático destinado a distribuir con justicia la riqueza, compensando a los que menos tienen con la aportación de los que más poseen. Pero ese acto, hermoso en teoría, ha sido convertido por los políticos en un infierno, hasta el punto de que pagar impuestos hoy es, para la mayoría de los ciudadanos, un suplicio que se cumple únicamente porque el castigo previsto por la ley para los defraudadores es muy duro. Toda la generosidad y belleza de ese acto solidario en el que unos compensan a otros y entre todos sufragamos los gastos comunes se ha convertido en el expolio de los ciudadanos por parte de un Estado que se ha hecho demasiado grueso y costoso, que beneficia a sus amigos y maltrata a sus adversarios, del que ha sido expulsado el ciudadano y que no merece respeto ni apoyo por haber apostado por la corrupción, el saqueo, los privilegios de los poderosos y la injusticia generalizada.
La mayoría de los filósofos, sociólogos y politólogos sostienen que, cuando el Estado está sobredimensionado, gasta demasiado y antepone los propios intereses de los poderosos al bien común, cobrar impuestos a los ciudadanos es un robo.
Es lo que está ocurriendo en España y en otros países, donde los políticos se han acostumbrado a gobernar con los bolsillos repletos y no dudan en endeudarse y exprimir a los ciudadanos para que a ellos y a sus enormes estados hipertrofiados jamás les falten dinero y recursos, mientras millones de ciudadanos se arrastran por la vida en la pobreza y el abandono.
Pero el mundo está cambiando y ese abuso ya no se soporta fácilmente. El gran desarrollo de la comunicación humana gracias a los medios informativos, los teléfonos móviles, los ordenadores y las modernas redes sociales ha logrado que los ciudadanos conozcan a sus gobernantes y ante la miseria, bajeza y arbitrariedad que contemplan, se resista a ser explotada y saqueada por políticos sin altura, sin valores y sin democracia, a los que no respeta y en los que ya no confía por sus abusos y corrupciones.
Ese sentimiento popular masivo de rechazo está transformando el mundo y los ciudadanos, desconfiados y resentidos, tienden a derribar gobiernos, a hundir a partidos en las urnas y a votar en contra de lo que los políticos les piden.
Los políticos justifican el cobro de impuestos desmesurados, agobiantes y muchas veces injustos y contrarios a la Constitución y a los derechos humanos básicos, como el vigente en España que grava las herencias y donaciones (Impuesto de Sucesiones y Donaciones) afirmando que hay que sufragar los servicios comunes y redistribuir la riqueza, pero esos argumentos no son creíbles porque la riqueza no se reparte, porque son ellos los que se benefician de los recursos públicos y porque los servicios que ofrecen al ciudadano suelen ser escasos y de bajísima calidad.
El dinero llega al pueblo con cuentagotas, mientras fluye hacia los políticos y sus familiares y amigos en forma de río que alimenta a partidos políticos, privilegios, puestos de trabajo innecesarios para amigos del poder, ayudas y subvenciones para los compañeros de partido y muchas fortunas indecentes construidas a la sombra del poder, con el dinero de los impuestos.
En un país como España, donde la dimensión del Estado es al menos dos veces superior a lo necesario, los impuestos son indecentes porque los partidos políticos, corrompidos y con miles de imputados y condenados por los tribunales, no pueden garantizar que el dinero de todos se utilice para el bien común y no para sufragar clientelismo, privilegios, fortunas privadas y refuerzo del poder.
La igualdad, viejo icono de la socialdemocracia y bandera de los demócratas en otros tiempos, hoy retrocede en todo un mundo donde los ricos son cada día más ricos y poderosos, mientras los pobres cada día sufren más privaciones y donde se ha llegado al escandaloso extremo de que los diez más ricos del planeta tengan más dinero que la mitad más pobre de la población mundial.
Los impuestos desproporcionados e injustos, vigentes en muchos países cuyas clases dirigentes se niegan a ser austeras y decentes, además de saquear a los ciudadanos y convertirlos en disidentes y enemigos del Estado, generan corrupción en el poder, deprimen la economía y provocan una sucia sensación de injusticia y opresión que devalúa y hasta asesina la democracia.
Por todas estas razones, sobre todo porque muchos partidos, ayuntamientos y gobiernos se han convertido en saqueadores y ladrones de impuestos, la socialdemocracia se hunde en todo el planeta y con ella esos partidos, teóricamente de derechas, que se han contaminado de leninismo, intervencionismo, adoración del Estado y odio a la libertad.
El liberalismo, inventor de la democracia y del sano sentimiento de "desconfianza" hacia un Estado y un poder políticos que siempre tienden a crecer y a oprimir, pierde influencia y casi vive en las catacumbas, acosado por esa clase política que adora al Estado porque viven en sus entrañas a todo trapo y a pleno lujo, a costa de los ciudadanos y de una democracia que han prostituido y asesinado.
La reacción del pueblo contra esa clase política que utiliza el Estado para aplastar, saquear y vivir en el privilegio, está creciendo cada día con más fuerza deseos de venganza. Las protestas ciudadanas se convierten en mareas y clamores, mientras que millones de ciudadanos esperan que se abran las urnas para vengarse de su clase dirigente.
De ese modo, con una clase política atrincherada, junto con sus amigos de los grandes poderes empresariales y financieros, detrás de las murallas de un Estado del que se han apropiado, el mundo solo puede avanzar hacia la tragedia y la injusticia.
El mundo que esa casta del poder nos ofrece es realmente injusto y repugnante: marginación del ciudadano, abandono de los débiles, impuestos abusivos, control de la Justicia y de los medios de comunicación y ciudadanos saqueados y marginados del poder, todo un caldo de cultivo exquisito para que crezca el odio a los poderosos y un mundo que avanza hacia el conflicto.
En democracia, cuando los ciudadanos desconfían, recelan y rechazan el poder político, no queda ni un gramo de legitimidad y los que gobiernan, a pesar de la legalidad vigente, ocupan el sillón de la tiranía.
Francisco Rubiales
La mayoría de los filósofos, sociólogos y politólogos sostienen que, cuando el Estado está sobredimensionado, gasta demasiado y antepone los propios intereses de los poderosos al bien común, cobrar impuestos a los ciudadanos es un robo.
Es lo que está ocurriendo en España y en otros países, donde los políticos se han acostumbrado a gobernar con los bolsillos repletos y no dudan en endeudarse y exprimir a los ciudadanos para que a ellos y a sus enormes estados hipertrofiados jamás les falten dinero y recursos, mientras millones de ciudadanos se arrastran por la vida en la pobreza y el abandono.
Pero el mundo está cambiando y ese abuso ya no se soporta fácilmente. El gran desarrollo de la comunicación humana gracias a los medios informativos, los teléfonos móviles, los ordenadores y las modernas redes sociales ha logrado que los ciudadanos conozcan a sus gobernantes y ante la miseria, bajeza y arbitrariedad que contemplan, se resista a ser explotada y saqueada por políticos sin altura, sin valores y sin democracia, a los que no respeta y en los que ya no confía por sus abusos y corrupciones.
Ese sentimiento popular masivo de rechazo está transformando el mundo y los ciudadanos, desconfiados y resentidos, tienden a derribar gobiernos, a hundir a partidos en las urnas y a votar en contra de lo que los políticos les piden.
Los políticos justifican el cobro de impuestos desmesurados, agobiantes y muchas veces injustos y contrarios a la Constitución y a los derechos humanos básicos, como el vigente en España que grava las herencias y donaciones (Impuesto de Sucesiones y Donaciones) afirmando que hay que sufragar los servicios comunes y redistribuir la riqueza, pero esos argumentos no son creíbles porque la riqueza no se reparte, porque son ellos los que se benefician de los recursos públicos y porque los servicios que ofrecen al ciudadano suelen ser escasos y de bajísima calidad.
El dinero llega al pueblo con cuentagotas, mientras fluye hacia los políticos y sus familiares y amigos en forma de río que alimenta a partidos políticos, privilegios, puestos de trabajo innecesarios para amigos del poder, ayudas y subvenciones para los compañeros de partido y muchas fortunas indecentes construidas a la sombra del poder, con el dinero de los impuestos.
En un país como España, donde la dimensión del Estado es al menos dos veces superior a lo necesario, los impuestos son indecentes porque los partidos políticos, corrompidos y con miles de imputados y condenados por los tribunales, no pueden garantizar que el dinero de todos se utilice para el bien común y no para sufragar clientelismo, privilegios, fortunas privadas y refuerzo del poder.
La igualdad, viejo icono de la socialdemocracia y bandera de los demócratas en otros tiempos, hoy retrocede en todo un mundo donde los ricos son cada día más ricos y poderosos, mientras los pobres cada día sufren más privaciones y donde se ha llegado al escandaloso extremo de que los diez más ricos del planeta tengan más dinero que la mitad más pobre de la población mundial.
Los impuestos desproporcionados e injustos, vigentes en muchos países cuyas clases dirigentes se niegan a ser austeras y decentes, además de saquear a los ciudadanos y convertirlos en disidentes y enemigos del Estado, generan corrupción en el poder, deprimen la economía y provocan una sucia sensación de injusticia y opresión que devalúa y hasta asesina la democracia.
Por todas estas razones, sobre todo porque muchos partidos, ayuntamientos y gobiernos se han convertido en saqueadores y ladrones de impuestos, la socialdemocracia se hunde en todo el planeta y con ella esos partidos, teóricamente de derechas, que se han contaminado de leninismo, intervencionismo, adoración del Estado y odio a la libertad.
El liberalismo, inventor de la democracia y del sano sentimiento de "desconfianza" hacia un Estado y un poder políticos que siempre tienden a crecer y a oprimir, pierde influencia y casi vive en las catacumbas, acosado por esa clase política que adora al Estado porque viven en sus entrañas a todo trapo y a pleno lujo, a costa de los ciudadanos y de una democracia que han prostituido y asesinado.
La reacción del pueblo contra esa clase política que utiliza el Estado para aplastar, saquear y vivir en el privilegio, está creciendo cada día con más fuerza deseos de venganza. Las protestas ciudadanas se convierten en mareas y clamores, mientras que millones de ciudadanos esperan que se abran las urnas para vengarse de su clase dirigente.
De ese modo, con una clase política atrincherada, junto con sus amigos de los grandes poderes empresariales y financieros, detrás de las murallas de un Estado del que se han apropiado, el mundo solo puede avanzar hacia la tragedia y la injusticia.
El mundo que esa casta del poder nos ofrece es realmente injusto y repugnante: marginación del ciudadano, abandono de los débiles, impuestos abusivos, control de la Justicia y de los medios de comunicación y ciudadanos saqueados y marginados del poder, todo un caldo de cultivo exquisito para que crezca el odio a los poderosos y un mundo que avanza hacia el conflicto.
En democracia, cuando los ciudadanos desconfían, recelan y rechazan el poder político, no queda ni un gramo de legitimidad y los que gobiernan, a pesar de la legalidad vigente, ocupan el sillón de la tiranía.
Francisco Rubiales