Son demasiado inocentes e ilusos los que piensan que la solución de España puede llegar de la mano de los políticos. Ellos son el problema y nunca pueden ser la solución. España está atrapada en un bucle diabólico y la única salida es una "revolución pacífica" protagonizada por los verdaderos ciudadanos, el único cuerpo de la nación que todavía conserva valores, decencia y amor a la libertad. Votar el día 20 de diciembre a los que han gobernado el país y lo han llevado hasta el actual estado de postración y deterioro representa acuchillar a España y acelerar su agonía.
Existen pocas salidas dignas para un demócrata español ante las elecciones del 20 de diciembre. Lo tienen tan difícil que producen lástima. No pueden votar a los grandes partidos porque están demasiado corrompidos, no pueden votar con confianza a los partidos emergentes porque sus primeros pasos son sospechosos y en muchos casos decepcionantes, como el apoyo de Ciudadanos al corrupto socialismo andaluz o el de Podemos a auténticos enemigos de España y de la democracia. Tampoco tiene mucho sentido votar en blanco porque ese voto significa un rechazo a los partidos y a sus programas, pero aceptando un sistema que, en España, es claramente antidemocrático, injusto e inmoral. Abstenerse es una salida, pero representa una protesta inocente y nada letal para unos partidos carentes de decencia y dignidad, que serían capaces de repartirse el poder aunque los votantes fueran menos del 40 por ciento del censo.
Cualquier salida sería mejor que seguir votando a los verdugos de la nación.
Participar en el proceso electoral trucado del 20 de diciembre para elegir a partidos que ni siquiera se plantean adelgazar drásticamente un Estado que mantiene a sueldo mas políticos que Francia, Inglaterra y Alemania juntos y que tiene mas aforados que el resto de Europa es siempre repugnante para un demócrata. Ese proceso, con listas cerradas y bloqueadas realizadas por los líderes de los partidos, en las que incorpora a sus amigos para que después les voten a ellos con una sumisión a la que llaman lealtad, es convertirse en cómplices de la gran estafa política española.
Participar en unas elecciones organizadas por un sistema sin separación de poderes, donde la ley no es igual para todos y en el que los partidos y los gobernantes carecen de controles suficientes y gobiernan como si tuvieran un cheque en blanco en el bolsillo, ignorando la voluntad ciudadana y el bien común, es convertirse en sucios copartícipes del fraude español.
Elegir a representantes que no representan a los ciudadanos, ni les rinden cuentas, ni se relacionan con ellos y que solo responde ante las cúpulas de sus partidos, es alimentar un engaño y colaborar con una dictadura de partidos travestida de democracia.
Tener que elegir entre dos tipos como Rajoy y Sánchez, líderes de los dos mayores partidos del país y los principales candidatos a presidir el futuro gobierno, después de haberlos visto debatir en el fango y a garrotazos, exhibiendo su baja estofa en el "cara a cara" del 14 de diciembre, es puro masoquismo.
Acudir a las urnas sin entusiasmo, sin esperanza y sin un gramo de ilusión, convencidos de que cualquier voto que depositemos será inútil y no cambiará el triste liderazgo ni el sucio comportamiento del sistema, es lamentable y doloroso.
Ante la situación, muchos sienten la tentación de quedarse en su casa y mantenerse ajenos a la orgía de la antidemocracia española, un país donde los ricos son cada año mas ricos y los pobres mas pobres, gobierne quien gobierne, y donde la Justicia, desigual e injusta, es controlada por los partidos, dueños también de la sociedad civil e impulsores del aborregamiento y embrutecimiento de la ciudadanía, ya convertida en una enorme manada de ovinos capados.
Quedarse en casa quizás no sea una opción perfecta, pero puede que sea la mejor apuesta para impulsar esa revolución pacífica que el ciudadano, hasta ahora impotente, debe protagonizar para salvar la nación española, en manos de líderes que no merecen el voto ni el respeto de su pueblo.
Existen pocas salidas dignas para un demócrata español ante las elecciones del 20 de diciembre. Lo tienen tan difícil que producen lástima. No pueden votar a los grandes partidos porque están demasiado corrompidos, no pueden votar con confianza a los partidos emergentes porque sus primeros pasos son sospechosos y en muchos casos decepcionantes, como el apoyo de Ciudadanos al corrupto socialismo andaluz o el de Podemos a auténticos enemigos de España y de la democracia. Tampoco tiene mucho sentido votar en blanco porque ese voto significa un rechazo a los partidos y a sus programas, pero aceptando un sistema que, en España, es claramente antidemocrático, injusto e inmoral. Abstenerse es una salida, pero representa una protesta inocente y nada letal para unos partidos carentes de decencia y dignidad, que serían capaces de repartirse el poder aunque los votantes fueran menos del 40 por ciento del censo.
Cualquier salida sería mejor que seguir votando a los verdugos de la nación.
Participar en el proceso electoral trucado del 20 de diciembre para elegir a partidos que ni siquiera se plantean adelgazar drásticamente un Estado que mantiene a sueldo mas políticos que Francia, Inglaterra y Alemania juntos y que tiene mas aforados que el resto de Europa es siempre repugnante para un demócrata. Ese proceso, con listas cerradas y bloqueadas realizadas por los líderes de los partidos, en las que incorpora a sus amigos para que después les voten a ellos con una sumisión a la que llaman lealtad, es convertirse en cómplices de la gran estafa política española.
Participar en unas elecciones organizadas por un sistema sin separación de poderes, donde la ley no es igual para todos y en el que los partidos y los gobernantes carecen de controles suficientes y gobiernan como si tuvieran un cheque en blanco en el bolsillo, ignorando la voluntad ciudadana y el bien común, es convertirse en sucios copartícipes del fraude español.
Elegir a representantes que no representan a los ciudadanos, ni les rinden cuentas, ni se relacionan con ellos y que solo responde ante las cúpulas de sus partidos, es alimentar un engaño y colaborar con una dictadura de partidos travestida de democracia.
Tener que elegir entre dos tipos como Rajoy y Sánchez, líderes de los dos mayores partidos del país y los principales candidatos a presidir el futuro gobierno, después de haberlos visto debatir en el fango y a garrotazos, exhibiendo su baja estofa en el "cara a cara" del 14 de diciembre, es puro masoquismo.
Acudir a las urnas sin entusiasmo, sin esperanza y sin un gramo de ilusión, convencidos de que cualquier voto que depositemos será inútil y no cambiará el triste liderazgo ni el sucio comportamiento del sistema, es lamentable y doloroso.
Ante la situación, muchos sienten la tentación de quedarse en su casa y mantenerse ajenos a la orgía de la antidemocracia española, un país donde los ricos son cada año mas ricos y los pobres mas pobres, gobierne quien gobierne, y donde la Justicia, desigual e injusta, es controlada por los partidos, dueños también de la sociedad civil e impulsores del aborregamiento y embrutecimiento de la ciudadanía, ya convertida en una enorme manada de ovinos capados.
Quedarse en casa quizás no sea una opción perfecta, pero puede que sea la mejor apuesta para impulsar esa revolución pacífica que el ciudadano, hasta ahora impotente, debe protagonizar para salvar la nación española, en manos de líderes que no merecen el voto ni el respeto de su pueblo.