La Iglesia Católica española, acobardada, desorganizada y sin empuje, está desaprovechando una de sus mejores oportunidades históricas al mostrarse incapaz de liderar la recuperación de los valores y de la ética que la sociedad española ansía, tras haberlos perdido en las últimas décadas como consecuencia del mal gobierno, la degeneración de la democracia y la corrupción generalizada del poder político.
Ante el mal gobierno, la degeneración de la política, la caída de los valores y la corrupción, muchos ciudadanos miran a la Iglesia con la esperanza de que, desde los púlpitos y las diócesis, se lance el esperado movimiento de resurrección de España, pero la Iglesia española, acomodada, acobardada y sin empuje, continua manteniéndose en la somnolencia, lejos del activismo regenerador que encarna la doctrina del Maestro Jesús.
El cardenal Rouco Varela, líder de la Conferencia Episcopal, es capaz de decir frases tan interesantes como "o colocamos el poder bajo el imperio de la moral y la ética o vamos al desastre", pero todo queda ahí, sin que las desordenadas y divididas fuerzas católicas sean capaces de liderar el movimiento de recuperación de los valores perdidos que la parte más libre y sana de la sociedad española ansía.
Recientemente me decía un católico practicante y socialmente activo, miembro de Cáritas, que en España existen condiciones similares a las que existían en la Polonía de los años setenta y ochenta para que la Iglesia encabece o, por lo menos, impulse la lucha del pueblo contra el mal gobierno y la recuperación de la decencia, pero se lamentaba de que los curas son incapaces de hacer nada a pesar de que basta entrar en una Iglesia para ver que casi únicamente los viejos que se acercan a la muerte se acuerdan de Dios.
El mayor problema de España ni siquiera es la corrupción, la degeneración de la democracia o la sociedad injusta y desigual que han creado los políticos, sino la caída de los grandes valores y principios, vigentes en la sociedad hace tres décadas y hoy aniquilados por una cultura vulgar y decadente, alimentada desde el poder. El gran problema de España es que ha sido erradicada la decencia y con ella valores como el esfuerzo, la iniciativa individual, la honradez, la austeridad, el apoyo mutuo, el respeto, la lealtad y otros muchos, sin los cuales la sociedad es un caldo maloliente en el que crecen los esclavos, la incultura, la corrupción, el sometimiento al poder, el fracaso escolar, la envidia, el absentismo laboral, la pillería, la delincuencia y la indecencia generalizada.
Frente a una España en la que los poderosos han olvidado su deber de ser ejemplares, que gobiernan utilizando la mentira, que se suben los sueldos incesantemente y que únicamente son sensibles al acaparamiento de poder y a los privilegios, existe otra España que se siente incómoda ante el avance de la desigualdad y la pobreza, que rechaza la decadencia de los valores y principios y que recibiría con los brazos abiertos una luz que procediera de la Iglesia Católica (quizás también de otras religiones), cuya misión principal en la tierra es, precisamente, implantar esos valores que en España se están arrojando a las alcantarillas.
Pero la realidad religiosa es más triste y desesperante en España porque la Iglesia, que parece haber renunciado a la lucha, está perdiendo su batalla frente al laicismo militante del poder político y al derrumbe de la sociedad de valores, con lo que perderá todavía más influencia y liderazgo en la cada día más frustrada y desengañada sociedad española.
Ante el mal gobierno, la degeneración de la política, la caída de los valores y la corrupción, muchos ciudadanos miran a la Iglesia con la esperanza de que, desde los púlpitos y las diócesis, se lance el esperado movimiento de resurrección de España, pero la Iglesia española, acomodada, acobardada y sin empuje, continua manteniéndose en la somnolencia, lejos del activismo regenerador que encarna la doctrina del Maestro Jesús.
El cardenal Rouco Varela, líder de la Conferencia Episcopal, es capaz de decir frases tan interesantes como "o colocamos el poder bajo el imperio de la moral y la ética o vamos al desastre", pero todo queda ahí, sin que las desordenadas y divididas fuerzas católicas sean capaces de liderar el movimiento de recuperación de los valores perdidos que la parte más libre y sana de la sociedad española ansía.
Recientemente me decía un católico practicante y socialmente activo, miembro de Cáritas, que en España existen condiciones similares a las que existían en la Polonía de los años setenta y ochenta para que la Iglesia encabece o, por lo menos, impulse la lucha del pueblo contra el mal gobierno y la recuperación de la decencia, pero se lamentaba de que los curas son incapaces de hacer nada a pesar de que basta entrar en una Iglesia para ver que casi únicamente los viejos que se acercan a la muerte se acuerdan de Dios.
El mayor problema de España ni siquiera es la corrupción, la degeneración de la democracia o la sociedad injusta y desigual que han creado los políticos, sino la caída de los grandes valores y principios, vigentes en la sociedad hace tres décadas y hoy aniquilados por una cultura vulgar y decadente, alimentada desde el poder. El gran problema de España es que ha sido erradicada la decencia y con ella valores como el esfuerzo, la iniciativa individual, la honradez, la austeridad, el apoyo mutuo, el respeto, la lealtad y otros muchos, sin los cuales la sociedad es un caldo maloliente en el que crecen los esclavos, la incultura, la corrupción, el sometimiento al poder, el fracaso escolar, la envidia, el absentismo laboral, la pillería, la delincuencia y la indecencia generalizada.
Frente a una España en la que los poderosos han olvidado su deber de ser ejemplares, que gobiernan utilizando la mentira, que se suben los sueldos incesantemente y que únicamente son sensibles al acaparamiento de poder y a los privilegios, existe otra España que se siente incómoda ante el avance de la desigualdad y la pobreza, que rechaza la decadencia de los valores y principios y que recibiría con los brazos abiertos una luz que procediera de la Iglesia Católica (quizás también de otras religiones), cuya misión principal en la tierra es, precisamente, implantar esos valores que en España se están arrojando a las alcantarillas.
Pero la realidad religiosa es más triste y desesperante en España porque la Iglesia, que parece haber renunciado a la lucha, está perdiendo su batalla frente al laicismo militante del poder político y al derrumbe de la sociedad de valores, con lo que perderá todavía más influencia y liderazgo en la cada día más frustrada y desengañada sociedad española.
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