El mayor error de la izquierda española es haber abandonado el "sentido de Estado" y sustituirlo por el "sentido de partido", una aberración política y ética trágica que equivale a sustituir el "bien común" por el "control del poder".
Fue a partir del segundo mandato de Felipe González, cuando el PSOE arrinconó a los comunistas y se hizo con el liderazgo de la izquierda, el momento en que dio comienzo el drama, cuando la izquierda gobernante empezó a anteponer el partido al Estado y a alejarse de la búsqueda del bien común para dedicarse, de manera prioritaria, a la conquista y conservación del poder.
Resulta paradójico que fuera la izquierda la que aceleró la degradación de la política española al relegar el bien común a un segundo plano, tras haber sido la que esgrimiera los más duros y rígidos argumentos en favor de la ética política y de que condenara con más energía la degeneración política del franquismo y de la UCD de Adolfo Suárez.
Dice Luis María Ansón, quizás con razón, que Felipe González fue el mejor estadista español del siglo XX, pero Felipe no puede eludir la responsabilidad de haber abierto de par en par las puertas de la política española a la corrupción, permitiendo que la financiación de su partido se convirtiera en una labor prioritaria y organizada, ignorando que cuando la corrupción penetra en la sangre de la vida pública la infecta sin salvación posible.
A partir de aquella apuesta por el poder y por el fortalecimiento del partido, realizada a costa de la limpieza, la ética y los valores y principios, algunos españoles empezaron a sospechar que el remedio al franquismo (la democracia oligárquica y en descomposición) podía ser peor que la enfermedad.
Pero ha sido después de Felipe González, con José Luis Rodríguez Zapatero de Secretario General, cuando el PSOE ha sucumbido con plenitud a sus dos grandes tentaciones: el monopolio del poder y el control y dominio de la ciudadanía, a la que empieza a contemplar como un caladero de votos, no como el hábitat de los ciudadanos libres y soberanos.
Sobre aquella terrible degradación de los principios y valores sobrevolaba el que probablemente sea el pensamiento político más aberrante del siglo XX, ideado por los totalitarismos leninista y nazi: el ciudadano es estúpido y no está preparado para participar en la política, que es un asunto que compete únicamente a las élites profesionales del partido.
En los últimos años, con Zapatero y ahora con Rajoy, que parece haberse contagiado de casi todos los males del socialismo español, a una velocidad endiablada, la política española se ha degradado y lo ha envilecido todo, hasta el punto de que en España ya no existe una pugna entre la verdad y la mentira, sino entre dos mentiras, la de la derecha y la de la izquierda.
Que nadie se confunda y crea que la degradación política es una exclusiva de la izquierda porque la derecha la ha asumido con inusitado fervor y se ha zambullido en la partitocracia con idéntico entusiasmo que sus adversarios. La derecha y la izquierda aman el poder con la misma fuerza, un amor que excluye a todo los demás, incluyendo ciudadanos y valores.
Hoy, con el proceso de degradación maduro, con los ciudadanos relegados, con los partidos políticos convertidos en aparatos casi omnipotentes que dan miedo, con los corruptos y recaudadores de los partidos convertidos en héroes del aparato, con periodistas e intelectuales bajo control y con miles de políticos que no pueden explicar de donde proceden sus flamantes fortunas, en la política española ya no existe la lucha entre el bien y el mal porque ha sido sustituida por el combate entre lo malo y lo peor.
La limpieza de la inmensa suciedad que anida en la política española y la erradicación de la actual casta de desalmados que controla el poder político se han convertido en las tareas mas necesarias y urgentes para todo español decente, demócrata y responsable.
Fue a partir del segundo mandato de Felipe González, cuando el PSOE arrinconó a los comunistas y se hizo con el liderazgo de la izquierda, el momento en que dio comienzo el drama, cuando la izquierda gobernante empezó a anteponer el partido al Estado y a alejarse de la búsqueda del bien común para dedicarse, de manera prioritaria, a la conquista y conservación del poder.
Resulta paradójico que fuera la izquierda la que aceleró la degradación de la política española al relegar el bien común a un segundo plano, tras haber sido la que esgrimiera los más duros y rígidos argumentos en favor de la ética política y de que condenara con más energía la degeneración política del franquismo y de la UCD de Adolfo Suárez.
Dice Luis María Ansón, quizás con razón, que Felipe González fue el mejor estadista español del siglo XX, pero Felipe no puede eludir la responsabilidad de haber abierto de par en par las puertas de la política española a la corrupción, permitiendo que la financiación de su partido se convirtiera en una labor prioritaria y organizada, ignorando que cuando la corrupción penetra en la sangre de la vida pública la infecta sin salvación posible.
A partir de aquella apuesta por el poder y por el fortalecimiento del partido, realizada a costa de la limpieza, la ética y los valores y principios, algunos españoles empezaron a sospechar que el remedio al franquismo (la democracia oligárquica y en descomposición) podía ser peor que la enfermedad.
Pero ha sido después de Felipe González, con José Luis Rodríguez Zapatero de Secretario General, cuando el PSOE ha sucumbido con plenitud a sus dos grandes tentaciones: el monopolio del poder y el control y dominio de la ciudadanía, a la que empieza a contemplar como un caladero de votos, no como el hábitat de los ciudadanos libres y soberanos.
Sobre aquella terrible degradación de los principios y valores sobrevolaba el que probablemente sea el pensamiento político más aberrante del siglo XX, ideado por los totalitarismos leninista y nazi: el ciudadano es estúpido y no está preparado para participar en la política, que es un asunto que compete únicamente a las élites profesionales del partido.
En los últimos años, con Zapatero y ahora con Rajoy, que parece haberse contagiado de casi todos los males del socialismo español, a una velocidad endiablada, la política española se ha degradado y lo ha envilecido todo, hasta el punto de que en España ya no existe una pugna entre la verdad y la mentira, sino entre dos mentiras, la de la derecha y la de la izquierda.
Que nadie se confunda y crea que la degradación política es una exclusiva de la izquierda porque la derecha la ha asumido con inusitado fervor y se ha zambullido en la partitocracia con idéntico entusiasmo que sus adversarios. La derecha y la izquierda aman el poder con la misma fuerza, un amor que excluye a todo los demás, incluyendo ciudadanos y valores.
Hoy, con el proceso de degradación maduro, con los ciudadanos relegados, con los partidos políticos convertidos en aparatos casi omnipotentes que dan miedo, con los corruptos y recaudadores de los partidos convertidos en héroes del aparato, con periodistas e intelectuales bajo control y con miles de políticos que no pueden explicar de donde proceden sus flamantes fortunas, en la política española ya no existe la lucha entre el bien y el mal porque ha sido sustituida por el combate entre lo malo y lo peor.
La limpieza de la inmensa suciedad que anida en la política española y la erradicación de la actual casta de desalmados que controla el poder político se han convertido en las tareas mas necesarias y urgentes para todo español decente, demócrata y responsable.