El movimiento de los indignados ha reaparecido, un año después, debilitado, sin pulso y desconectado de la sociedad. Todo parece indicar que agoniza, a pesar de que las injusticias y abusos de poder que sustentan la indignación ciudadana han aumentado.
El 15 M languidece, sin conseguir los apoyos y la frescura que tuvo hace un año. Su fracaso ha sido una una victoria de la clase política y una auténtica desgracia para la causa de los ciudadanos en España, que hemos perdido una gran oportunidad, probablemente única e irrepetible, de poner de rodillas a esa clase política nefasta que conduce al país hacia el matadero y de imponer una regeneración del sistema que lo haga democrático y decente.
Es difícil explicar cómo un movimiento se debilita y fracasa a pesar de que la indignación ciudadana ante la corrupción, el abuso y el mal gobierno crecen. La clave está en que el movimiento no ha sabido ganarse la confianza de los ciudadanos por haber cometido demasiados errores y haber proyectado hacia la opinión pública una imagen de grave insolvencia.
Los indignados han sido infiltrados por la policía y los servicios de inteligencia, se han dejado influir por esos mismos partidos políticos causantes principales de los males de España, han defendido causas estúpidas y han dispersado tanto sus mensajes que la gente no sabe ya qué pretenden. Entre sus muchos errores destaca el de pedir "mas Estado" en un país en el que lo único evidente es que el Estado ha fracasado y es el culpable de que estemos hundidos, arruinados y desmoralizados.
Los partidos políticos, que quizás sean lo peor de España, han logrado doblegar y arruinar un movimiento que llegó a ser lo mejor de esa sociedad.
Algunas propuestas imbéciles e imposibles, como solicitar que la gente sacara masivamente sus ahorros de los bancos y la de regalar a cada español, por el hecho de haber nacido, un sueldo básico, han dotado al movimiento de una imagen de irresponsable que ha terminado por hundirlo, a pesar de que en sus primeros días logró que la inmensa mayoría de la sociedad española, cansada del abuso y de la incompetencia de los políticos, se sintiera reflejada y representada por esos miles de jóvenes que acampaban y celebraban interminables asambleas en las plazas de España.
Una vez más ha quedado frustrada la esperanza en que las cosas cambien y mejoren en esta España arrasada por la casta política.
El 15 M languidece, sin conseguir los apoyos y la frescura que tuvo hace un año. Su fracaso ha sido una una victoria de la clase política y una auténtica desgracia para la causa de los ciudadanos en España, que hemos perdido una gran oportunidad, probablemente única e irrepetible, de poner de rodillas a esa clase política nefasta que conduce al país hacia el matadero y de imponer una regeneración del sistema que lo haga democrático y decente.
Es difícil explicar cómo un movimiento se debilita y fracasa a pesar de que la indignación ciudadana ante la corrupción, el abuso y el mal gobierno crecen. La clave está en que el movimiento no ha sabido ganarse la confianza de los ciudadanos por haber cometido demasiados errores y haber proyectado hacia la opinión pública una imagen de grave insolvencia.
Los indignados han sido infiltrados por la policía y los servicios de inteligencia, se han dejado influir por esos mismos partidos políticos causantes principales de los males de España, han defendido causas estúpidas y han dispersado tanto sus mensajes que la gente no sabe ya qué pretenden. Entre sus muchos errores destaca el de pedir "mas Estado" en un país en el que lo único evidente es que el Estado ha fracasado y es el culpable de que estemos hundidos, arruinados y desmoralizados.
Los partidos políticos, que quizás sean lo peor de España, han logrado doblegar y arruinar un movimiento que llegó a ser lo mejor de esa sociedad.
Algunas propuestas imbéciles e imposibles, como solicitar que la gente sacara masivamente sus ahorros de los bancos y la de regalar a cada español, por el hecho de haber nacido, un sueldo básico, han dotado al movimiento de una imagen de irresponsable que ha terminado por hundirlo, a pesar de que en sus primeros días logró que la inmensa mayoría de la sociedad española, cansada del abuso y de la incompetencia de los políticos, se sintiera reflejada y representada por esos miles de jóvenes que acampaban y celebraban interminables asambleas en las plazas de España.
Una vez más ha quedado frustrada la esperanza en que las cosas cambien y mejoren en esta España arrasada por la casta política.