Michael Martin
Los ciudadanos británicos, furiosos contra sus políticos chorizos, han obligado a dimitir a Michael Martin, presidente de la Cámara de los Comunes, por el escándalo del abuso en las dietas y gastos de los parlamentarios, una "chorizada" que, comparada con las que protagonizan las castas políticas en otros países, entre ellos España, resulta de pequeño calado y hasta insignificante. La gran diferencia es que en Gran Bretaña el ciudadano cuenta, mientras que en otros países, entre ellos España, ha sido despojado de su poder y sólo cuenta en el instante en que deposita su voto en las urnas.
La furia ciudadana británica se ha convertido en un ejemplo para los demócratas del mundo, sometidos a sus castas políticas, cada día más blindadas e impunes. Mientras que el poder del ciudadano retrocede en España y en muchos otros países teóricamente democráticos, en Gran Bretaña parece fortalecerse, a juzgar por lo ocurrido: la caída de Michael Martin alcanzó tintes históricos al convertirse en la primera dimisión de un presidente de la Cámara de los Comunes en 300 años.
Martin es el responsable último de la falta de control en los gastos que los mismos parlamentarios presentaban. Los gastos cargados, inadmisibles para los ciudadanos, son ridículos si se los compara con los abusos de los políticos en países como España: el propio Martin es culpable de utilizar 680 libras del erario público gastadas en limpiar la chimenea de su segunda residencia. Otros se han gastado 1500 libras en el mantenimiento de su jardín en Escocia; una cocina 9000 libras (Gordon Brown: jefe del Gobierno) y otros “abusones”, que se han gastado 100 libras en reparar un calentador de agua, 1471 para cuidar una piscina y jardín; 340 para el depurador de agua, 14.500 para pagar un ama de llaves, 2000 para limpiar un foso, 388 en abono de caballo (estiércol); una lámpara de araña cuyo costo fue de 620 y cosas así…
En España, uno solo de los coches superfluos del gallego Touriño cuesta más que todos los gastos de la Cámara británica denunciados, pero mientras que aquí, sin una sociedad civil fuerte y con un país poblado por cobardes sometidos, no ocurre nada, en Gran Bretaña es probable que el "sacrificio" de Michel Martín sea insuficiente y se llegue hasta la ruína de la carrera política del primer ministro, Gordon Brown, que, para restablecer la confianza del electorado en el sistema político, quizás tenga que convocar elecciones anticipadas.
Algunos medios de comunicación británicos, más libres y menos sometidos que los españoles, aciertan cuando afirman que la corrupción de las castas políticas, que ya ha triunfado en la Europa Continental y en otras muchas zonas del planeta, intenta ahora invadir las islas Británicas, a lo que hay que oponerse con toda la fuerza de la ciudadanía, que, por fortuna para la democracia, allí es mucha.
Hay cientos de actuaciones de la casta política española que serían inadmisibles en Gran Bretaña. Ayer mismo se produjeron dos que habrían provocado en Londres dimisiones fulminantes y que en España pasan sin otro efecto que el de seguir corrompiendo al país y pudriendo su ya hedionda democracia: el primero fue la afirmación de la Ministra Aido de que "un feto de 13 semanas no es un ser humano"; la segunda es la traición de Zapatero a las promesas que, solemnemente y ante el pueblo de España, comprometió en el reciente debate del Estado de la Nación, las cuales, tras haber sido "pasteleadas" con otros partidos, han quedado devaluadas y, en la mayoría de los casos, hasta anuladas.
La principal diferencia entre Gran Bretaña y España es que los ingleses tienen una democracia y nosotros una dictadura de partidos legalizada en las urnas. La otra diferencia es que ellos tienen dignidad y furia, mientras que aquí dominan la cobardía y la indecencia.
La furia ciudadana británica se ha convertido en un ejemplo para los demócratas del mundo, sometidos a sus castas políticas, cada día más blindadas e impunes. Mientras que el poder del ciudadano retrocede en España y en muchos otros países teóricamente democráticos, en Gran Bretaña parece fortalecerse, a juzgar por lo ocurrido: la caída de Michael Martin alcanzó tintes históricos al convertirse en la primera dimisión de un presidente de la Cámara de los Comunes en 300 años.
Martin es el responsable último de la falta de control en los gastos que los mismos parlamentarios presentaban. Los gastos cargados, inadmisibles para los ciudadanos, son ridículos si se los compara con los abusos de los políticos en países como España: el propio Martin es culpable de utilizar 680 libras del erario público gastadas en limpiar la chimenea de su segunda residencia. Otros se han gastado 1500 libras en el mantenimiento de su jardín en Escocia; una cocina 9000 libras (Gordon Brown: jefe del Gobierno) y otros “abusones”, que se han gastado 100 libras en reparar un calentador de agua, 1471 para cuidar una piscina y jardín; 340 para el depurador de agua, 14.500 para pagar un ama de llaves, 2000 para limpiar un foso, 388 en abono de caballo (estiércol); una lámpara de araña cuyo costo fue de 620 y cosas así…
En España, uno solo de los coches superfluos del gallego Touriño cuesta más que todos los gastos de la Cámara británica denunciados, pero mientras que aquí, sin una sociedad civil fuerte y con un país poblado por cobardes sometidos, no ocurre nada, en Gran Bretaña es probable que el "sacrificio" de Michel Martín sea insuficiente y se llegue hasta la ruína de la carrera política del primer ministro, Gordon Brown, que, para restablecer la confianza del electorado en el sistema político, quizás tenga que convocar elecciones anticipadas.
Algunos medios de comunicación británicos, más libres y menos sometidos que los españoles, aciertan cuando afirman que la corrupción de las castas políticas, que ya ha triunfado en la Europa Continental y en otras muchas zonas del planeta, intenta ahora invadir las islas Británicas, a lo que hay que oponerse con toda la fuerza de la ciudadanía, que, por fortuna para la democracia, allí es mucha.
Hay cientos de actuaciones de la casta política española que serían inadmisibles en Gran Bretaña. Ayer mismo se produjeron dos que habrían provocado en Londres dimisiones fulminantes y que en España pasan sin otro efecto que el de seguir corrompiendo al país y pudriendo su ya hedionda democracia: el primero fue la afirmación de la Ministra Aido de que "un feto de 13 semanas no es un ser humano"; la segunda es la traición de Zapatero a las promesas que, solemnemente y ante el pueblo de España, comprometió en el reciente debate del Estado de la Nación, las cuales, tras haber sido "pasteleadas" con otros partidos, han quedado devaluadas y, en la mayoría de los casos, hasta anuladas.
La principal diferencia entre Gran Bretaña y España es que los ingleses tienen una democracia y nosotros una dictadura de partidos legalizada en las urnas. La otra diferencia es que ellos tienen dignidad y furia, mientras que aquí dominan la cobardía y la indecencia.