Hasta los peores tiranos totalitarios se declaran demócratas. Los independentistas catalanes, una de las especies más totalitarias de Europa, capaces de adoctrinar niños, acosar a los que piensan diferente, esparcir odio hacia los cuatro puntos cardinales y llenar de mentiras la historia oficial de Cataluña, han esgrimido la democracia y la han utilizado como arma arrojadiza contra España. Para ser "guay" y estar en lo políticamente correcto, para no ser un apestado social, para ganar votos y para prosperar el política, hay que declararse demócrata, aunque el sistema vigente, como ocurre en España, sea una versión inmensamente adulterada y degradada de la verdadera democracia.
Sin separación de los poderes básicos del Estado, sin controles suficientes a los partidos y al poder político, sin una ley que sea igual para todos, sin una ciudadanía influyente y participativa, sin una prensa libre e independiente y sin una sociedad civil fuerte y organizada, que sirva de contrapeso al poder, la democracia no existe, aunque se vote cada cuatro o cinco años y se elijan a los representantes y gobernantes.
La democracia no es un sistema para elegir gobiernos sino una filosofía compleja de respeto a los demás y una forma de vida en la que el principal objetivo es controlar el poder y evitar que se torne abusivo. La ley, la separación de poderes, la competencia libre entre los poderes públicos, la pugna entre los partidos y la libertad de prensa existen en democracia para que el poder sea frenado en sus tendencias despóticas.
La democracia es un sistema ideado para convivir pacífica y agradablemente dentro de las discrepancias. No es un sistema perfecto, pero, como dijo Churchill, es el menos malo de los sistemas existentes.
Pero la democracia ha sido demolida y pulverizada por los grandes poderes y lo que hoy se denomina democracia es sólo un remedo degradado y sucio de ese sistema, que ha sido despojado de los controles al poder, de la participación ciudadana y de leyes justas que impidan los típicos desmanes de los poderosos: corrupción, abuso de poder, mentiras, estafas, incumplimientos, desigualdades, clientelismo, despilfarro y una filosofía de la injusticia que lo inunda todo.
Los peores canallas se autoproclaman demócratas, aunque desconozcan la verdadera democracia. Hasta tipos como Fidel Castro, Robert Mugabe, Nicolás Maduro, Kim Jong Un, Daniel Ortega y hasta los cortacabezas del ISIS se autoproclaman demócratas.
¿Cómo distinguir la verdadera democracia de la falsa en este mundo trucado y engañoso? Es muy fácil y hay varias caminos. Uno de ellos es analizar las aspiraciones del pueblo y compararlas con la realidad. Si, como ocurre en España, lo que el pueblo desea (eliminar las autonomías, fin de la financiación pública de los partidos, una ley electoral que consagre el principio de "un hombre un voto" y un ley igual para todos) es justo lo contrario de lo que está vigente, entonces la democracia no existe.
Hay otra fórmula de análisis que nunca falla: si el gobierno y los partidos temen al pueblo, entonces hay democracia, pero si es el pueblo el que teme al gobierno y a los políticos, entonces lo que existe es una tiranía, más o menos camuflada.
La ruina de la verdadera democracia es uno de los grandes rasgos del siglo XXI y la lucha por reconstruir esa democracia aniquilada será la espina dorsal del siglo, la que enfrentará a ciudadanos y gobernantes como nunca antes en la historia.
Francisco Rubiales
Sin separación de los poderes básicos del Estado, sin controles suficientes a los partidos y al poder político, sin una ley que sea igual para todos, sin una ciudadanía influyente y participativa, sin una prensa libre e independiente y sin una sociedad civil fuerte y organizada, que sirva de contrapeso al poder, la democracia no existe, aunque se vote cada cuatro o cinco años y se elijan a los representantes y gobernantes.
La democracia no es un sistema para elegir gobiernos sino una filosofía compleja de respeto a los demás y una forma de vida en la que el principal objetivo es controlar el poder y evitar que se torne abusivo. La ley, la separación de poderes, la competencia libre entre los poderes públicos, la pugna entre los partidos y la libertad de prensa existen en democracia para que el poder sea frenado en sus tendencias despóticas.
La democracia es un sistema ideado para convivir pacífica y agradablemente dentro de las discrepancias. No es un sistema perfecto, pero, como dijo Churchill, es el menos malo de los sistemas existentes.
Pero la democracia ha sido demolida y pulverizada por los grandes poderes y lo que hoy se denomina democracia es sólo un remedo degradado y sucio de ese sistema, que ha sido despojado de los controles al poder, de la participación ciudadana y de leyes justas que impidan los típicos desmanes de los poderosos: corrupción, abuso de poder, mentiras, estafas, incumplimientos, desigualdades, clientelismo, despilfarro y una filosofía de la injusticia que lo inunda todo.
Los peores canallas se autoproclaman demócratas, aunque desconozcan la verdadera democracia. Hasta tipos como Fidel Castro, Robert Mugabe, Nicolás Maduro, Kim Jong Un, Daniel Ortega y hasta los cortacabezas del ISIS se autoproclaman demócratas.
¿Cómo distinguir la verdadera democracia de la falsa en este mundo trucado y engañoso? Es muy fácil y hay varias caminos. Uno de ellos es analizar las aspiraciones del pueblo y compararlas con la realidad. Si, como ocurre en España, lo que el pueblo desea (eliminar las autonomías, fin de la financiación pública de los partidos, una ley electoral que consagre el principio de "un hombre un voto" y un ley igual para todos) es justo lo contrario de lo que está vigente, entonces la democracia no existe.
Hay otra fórmula de análisis que nunca falla: si el gobierno y los partidos temen al pueblo, entonces hay democracia, pero si es el pueblo el que teme al gobierno y a los políticos, entonces lo que existe es una tiranía, más o menos camuflada.
La ruina de la verdadera democracia es uno de los grandes rasgos del siglo XXI y la lucha por reconstruir esa democracia aniquilada será la espina dorsal del siglo, la que enfrentará a ciudadanos y gobernantes como nunca antes en la historia.
Francisco Rubiales