Me consta que hay muchos radicales socialistas españoles que están eufóricos ante la crisis actual porque, al derrumbarse el sector privado, sólo el Estado tiene dinero y poder. "Es ahora, sin la competencia del sector privado, casi hundido, cuando podemos desarrollar el socialismo sin obstáculos", me decía hace apenas unos días uno de esos imbéciles, desgraciadamente con responsabilidades importantes en la Junta de Andalucía.
Sin ser conscientes de ello, esos radicales son fascistas en estado puro, que pueden asumir como propio el principio sustancial del fascismo: "el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo", así como otros derivados de la esa doctrina, que, en lo elemental, compartían, entre otros, Hitler, Mussolini, Stalin y Mao:
"El pueblo es el cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado".
Las ideologías han muerto porque los partidos políticos, que deberían haberlas abrazado y defendido, las han abandonado, entre otras razones porque eran un estorbo para el dominio de la sociedad y el control del Estado, que es lo que realmente les interesa. También por culpa de los partidos y de sus militantes, transformados en depredadores en busca de privilegios y ventajas, han perecido las ideologías. Los ciudadanos, al permitir que los partidos y los políticos profesionales les desarmen de ideologías, principios y valores, han demostrado cobardía e irresponsabilidad y han dejado a nuestro mundo hecho un basurero.
Sin ser conscientes de ello, esos radicales son fascistas en estado puro, que pueden asumir como propio el principio sustancial del fascismo: "el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo", así como otros derivados de la esa doctrina, que, en lo elemental, compartían, entre otros, Hitler, Mussolini, Stalin y Mao:
"El pueblo es el cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado".
Las ideologías han muerto porque los partidos políticos, que deberían haberlas abrazado y defendido, las han abandonado, entre otras razones porque eran un estorbo para el dominio de la sociedad y el control del Estado, que es lo que realmente les interesa. También por culpa de los partidos y de sus militantes, transformados en depredadores en busca de privilegios y ventajas, han perecido las ideologías. Los ciudadanos, al permitir que los partidos y los políticos profesionales les desarmen de ideologías, principios y valores, han demostrado cobardía e irresponsabilidad y han dejado a nuestro mundo hecho un basurero.
En una política desideologizada, no es extraño encontrar a fascistas puros en los partidos de izquierda, ni a peligrosos populistas encuadrados en la derecha, acomplejados y defendiendo políticas de izquierda. La falta de ideologías ha convertido a la política en un caos, a los partidos en bandas organizadas para dominar el mundo y al poder público en un carnaval de truhanes donde nada impide robar y abusar, salvo el miedo a una ley a la que ya no temen porque, en la práctica, han conseguido ser casi impunes.
Esa política de estercolero es la que permite que los imbéciles experimenten euforia porque el sector privado de la economía, que es el único que es capaz de funcionar con eficiencia y de crear empleo y riqueza, se encuentre postrado y casi exterminado. Esos imbéciles no saben que el Estado sólo puede obtener dinero de la sociedad y de los ciudadanos y que si aniquila a ambos, sólo podrá recaudar miseria y cosechar fracaso y dolor.
Bajo la dirección de los imbéciles, el mundo se dirige, raudo y veloz, hacia su fracaso histórico y hacia el sufrimiento colectivizado.
Esa política de estercolero es la que permite que los imbéciles experimenten euforia porque el sector privado de la economía, que es el único que es capaz de funcionar con eficiencia y de crear empleo y riqueza, se encuentre postrado y casi exterminado. Esos imbéciles no saben que el Estado sólo puede obtener dinero de la sociedad y de los ciudadanos y que si aniquila a ambos, sólo podrá recaudar miseria y cosechar fracaso y dolor.
Bajo la dirección de los imbéciles, el mundo se dirige, raudo y veloz, hacia su fracaso histórico y hacia el sufrimiento colectivizado.