El plan era complejo, sofisticado y casi perfecto desde el punto de vista político y sociológico. Se basaba en la conquista de la nueva clase social dominante en el mundo actual: la de los precarios. Del mismo modo que el comunismo tomó el poder en Rusia y en medio mundo, a principios del siglo XX, conquistando a la clase obrera, por entonces la clase pujante y dominante, el nuevo comunismo lo haría en el mundo actual conquistando a la clase de los precarios, cada día más nutrida y potencialmente poderosa.
Los precarios son gente maltratada por la vida, sin trabajo estable, sin una formación suficiente y sin energía ni valores sólidos. Muchos de ellos viven de las subvenciones, pero la mayoría sueña con recibir del Estado ayudas para seguir tirando. No son competitivos, ni capaces de abrirse camino en la dura sociedad moderna y consideran el trabajo más como un castigo que como un regalo. Muchos están desesperados y dispuestos a todo porque saben que no tienen un sitio en el mundo del lujo y la abundancia. Por eso son propicios a caer en los extremismos y la delincuencia, nutriendo las filas de los okupas y de las bandas violentas que destruyen las ciudades cuando se sienten seguros en la manada.
La alianza del PSOE con Podemos no es casual porque el papel de Podemos, un partido dominado por los precarios más listos y ambiciosos, era, precisamente, el de garantizar la adhesión del precariado a la causa.
Gracias a los subsidios públicos, esa enorme masa de precarios, en su mayoría jóvenes, se sentirían agradecidos con el régimen de Sánchez y le otorgarían, una y otra vez, la victoria electoral, hasta que el sistema cambiara sus leyes y normas y quedara trucado desde dentro para que el socialismo nunca pudiera ser derrotado, como ya ha ocurrido en Venezuela.
Pero la llegada de la pandemia arruinó toda esa estrategia casi perfecta. El Estado no es inmensamente rico, como Sánchez había planeado, sino pobre y endeudado. Ya no es posible conseguir que los precarios le eleven hasta la gloria. Ahora, con España arruinada, sin dinero, sin poder subir los impuestos y recaudando cada día menos, Pedro Sánchez está inseguro y desesperado. Por ahora sigue consiguiendo algo de dinero endeudando España hasta límites delictivos, pero Europa le parará los pies pronto y esa fuente, la única que le mantiene en el poder, se agotará.
Sin dinero, el plan para conquistar el poder de manera permanente se ha estancado y sus estrategas tiemblan porque les ha fallado su proyecto. Ni siquiera tienen dinero para cumplir sus promesas, como ocurre con los subsidios prometidos, que hay orden de retrasar todo lo posible porque el Estado está arruinado.
Por culpa de la pandemia, que ha hecho trizas la economía, los españoles descubren poco a poco que el inepto engreído es sólo una gran mentira, fatua, arrogante y vacía, un proyecto perdedor fabricante de mentiras y de esclavos, puro humo pestilente.
Francisco Rubiales
Los precarios son gente maltratada por la vida, sin trabajo estable, sin una formación suficiente y sin energía ni valores sólidos. Muchos de ellos viven de las subvenciones, pero la mayoría sueña con recibir del Estado ayudas para seguir tirando. No son competitivos, ni capaces de abrirse camino en la dura sociedad moderna y consideran el trabajo más como un castigo que como un regalo. Muchos están desesperados y dispuestos a todo porque saben que no tienen un sitio en el mundo del lujo y la abundancia. Por eso son propicios a caer en los extremismos y la delincuencia, nutriendo las filas de los okupas y de las bandas violentas que destruyen las ciudades cuando se sienten seguros en la manada.
La alianza del PSOE con Podemos no es casual porque el papel de Podemos, un partido dominado por los precarios más listos y ambiciosos, era, precisamente, el de garantizar la adhesión del precariado a la causa.
Gracias a los subsidios públicos, esa enorme masa de precarios, en su mayoría jóvenes, se sentirían agradecidos con el régimen de Sánchez y le otorgarían, una y otra vez, la victoria electoral, hasta que el sistema cambiara sus leyes y normas y quedara trucado desde dentro para que el socialismo nunca pudiera ser derrotado, como ya ha ocurrido en Venezuela.
Pero la llegada de la pandemia arruinó toda esa estrategia casi perfecta. El Estado no es inmensamente rico, como Sánchez había planeado, sino pobre y endeudado. Ya no es posible conseguir que los precarios le eleven hasta la gloria. Ahora, con España arruinada, sin dinero, sin poder subir los impuestos y recaudando cada día menos, Pedro Sánchez está inseguro y desesperado. Por ahora sigue consiguiendo algo de dinero endeudando España hasta límites delictivos, pero Europa le parará los pies pronto y esa fuente, la única que le mantiene en el poder, se agotará.
Sin dinero, el plan para conquistar el poder de manera permanente se ha estancado y sus estrategas tiemblan porque les ha fallado su proyecto. Ni siquiera tienen dinero para cumplir sus promesas, como ocurre con los subsidios prometidos, que hay orden de retrasar todo lo posible porque el Estado está arruinado.
Por culpa de la pandemia, que ha hecho trizas la economía, los españoles descubren poco a poco que el inepto engreído es sólo una gran mentira, fatua, arrogante y vacía, un proyecto perdedor fabricante de mentiras y de esclavos, puro humo pestilente.
Francisco Rubiales