Javier Arenas, principal apoyo de Mariano Rajoy, no reacciona ante la terrible crisis que embarga a su partido. Su parálisis, que, probablemente, es una estudiada estrategia de poder, está permitiendo que el Partido Popular se hunda. Arenas debe saber que, junto con su amigo Francisco Camps, el otro gran sostén del sorprendente Rajoy, está contrayendo una enorme responsabilidad y que su futuro político dependerá de lo que hagan a partir de ahora.
Decepcionante y triste es la situación del PP, víctima de una rastrera lucha por el poder que está liquidando lo que hasta hace apenas un mes era uno de los partidos más importantes de la derecha en Europa y la gran esperanza de cambio hacia la dignidad y la decencia para muchos ilusos demócratas españoles.
¿No le parecen suficientes las angustiosas retiradas de María San Gil y de Ortega Lara, dos símbolos de compromiso, resistencia y decencia en un partido que hoy afronta un dramático déficit de esos valores? ¿A qué espera para dar un golpe de timón que conduzca la nave hacia la dignidad? ¿Por qué mantiene un silencio cómplice mientras el barco se hunde y los mejores reprochan al mediocre su demencial atrincheramiento en el poder?
Arenas preside el PP de Andalucía, el que tiene más militantes y delegados al congreso de toda España. Él tiene el poder para cambiar las cosas diciéndole a Rajoy que su etapa ha terminado y que debe dejar al partido libre para que se regenere y se convierta en un partido demócrata y lúcido. De la actitud de Arenas depende en gran medida no sólo el futuro del PP sino tambien, probablemente, el de la democracia en España.
Su actual silencio es cómplice con el desastre. Su pasividad es una cobarde apuesta por la destrucción.
Decepcionante y triste es la situación del PP, víctima de una rastrera lucha por el poder que está liquidando lo que hasta hace apenas un mes era uno de los partidos más importantes de la derecha en Europa y la gran esperanza de cambio hacia la dignidad y la decencia para muchos ilusos demócratas españoles.
¿No le parecen suficientes las angustiosas retiradas de María San Gil y de Ortega Lara, dos símbolos de compromiso, resistencia y decencia en un partido que hoy afronta un dramático déficit de esos valores? ¿A qué espera para dar un golpe de timón que conduzca la nave hacia la dignidad? ¿Por qué mantiene un silencio cómplice mientras el barco se hunde y los mejores reprochan al mediocre su demencial atrincheramiento en el poder?
Arenas preside el PP de Andalucía, el que tiene más militantes y delegados al congreso de toda España. Él tiene el poder para cambiar las cosas diciéndole a Rajoy que su etapa ha terminado y que debe dejar al partido libre para que se regenere y se convierta en un partido demócrata y lúcido. De la actitud de Arenas depende en gran medida no sólo el futuro del PP sino tambien, probablemente, el de la democracia en España.
Su actual silencio es cómplice con el desastre. Su pasividad es una cobarde apuesta por la destrucción.
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