En Europa y otros muchos paises del mundo se duda del peridismo español y no se le considera democráticamente fiables. Un informe elaborado por la Universidad de Oxford y publicado por el “Instituto Reuters para el estudio del periodismo” concluye que los medios comunicación de España son los menos creíbles de los once países consultados en Europa y los segundos menos creíbles de los doce estudiados de todo el mundo.
Los periodistas españoles deberían haber denunciado hace muchos años que la la ley no es igual para todos, que la soberanía en España no reside en el pueblo, como proclama la Constitución, sino en los partidos políticos, que las 17 autonomías disparan el gasto público, son fuentes de ruina, corrupción y ruptura y dañan el bien común y que lo que estamos manteniendo con nuestros impuestos y nuestra lealtad no es una democracia sino una especie de mafia organizada para disfrutar del poder sin controles ni frenos, un sistema más parecido a una tiranía camuflada que a cualquier modalidad de democracia.
El periodismo español es técnicamente bueno y sabe informar, pero en muchos casos opera sin valores y eso lo convierte en uno de los peores del mundo, desde el punto de vista ético. Su traición permanente a los ciudadanos y su vergonzosa colaboración con un sistema que incumple las más elementales normas de la democracia le hace merecedor de una seria condena por someterse al poder, incumplir sus deberes democráticos de decir la verdad e informar eficazmente a la ciudadanía para que pueda tomar decisiones acertadas y basadas en la información.
Uno de los peores dramas del periodismo español es que hable permanentemente de la "democracia" española, ocultando que el sistema español es más una oligocracia de partidos o una dictadura de políticos que una democracia real, cuyas reglas y normas básicas incumple al no respetar la separación de los poderes básicos del Estado, al marginar a los ciudadanos de la vida política, al ocupar la sociedad civil, dejándola casi en estado de coma, al impedir que los diputados y senadores representen y rindan cuentas a los ciudadanos, al falsear los procesos electorales para que el ciudadano no pueda elegir libremente, al ignorar que la ley, en España, no es igual para todos y al esconder la gravedad de la corrupción, un fenómeno tan intenso y grave que desvirtúa y deslegitima el mismo sistema.
En términos filosóficos, el periodismo ha abandonado su antigua alianza con los ciudadanos y con la verdad para aliarse con el poder y la mentira. Quizás la causa principal sea que el poder del gobierno, de los partidos políticos y de las grandes corporaciones sea demasiado grande y que los medios dependen de sus anunciantes para subsistir, más que de la audiencia, pero ni siquiera la gravedad de esa situación financiera justifica que el periodista haya abandonado las grandes misiones que les encomendó la democracia: ser veraz e independiente para poder informar eficazmente a los ciudadanos y fiscalizar a los grandes poderes para que se mantengan bajo control democrático.
Pero la lista de "pecados" mediáticos y periodísticos es mucho más amplia y peligrosa: hipertrofia de la política, convirtiendo a los noticieros y telediarios en una pasarela donde los sinvergüenzas y ladrones son presentados como estrellas de prestigio, apuesta por lo chabacano, mentiras y engaños a mansalva y corromper a la ciudadanía con falsos valores y modelos deleznables.
Los medios, en España, han tomado partido y no precisamente por los valores, la sociedad y el ciudadano, sino por la vulgaridad, los partidos políticos, las grandes corporaciones y el gobierno.
Cada día son más los periodistas que trabajan, directa o indirectamente, para el poder establecido y menos para medios libres. En la Andalucía socialista recién derrotada y sustituida por un nuevo gobierno, la Junta es el principal contratador de periodistas, muchos de los cuales eran empleados no para servir a la verdad sino para apuntalar el poder. La proporción entre periodistas sometidos y periodistas libres es hoy vergonzosa y abrumadoramente mayoritaria para los que ponen su inteligencia y habilidad al servicio de los poderosos, no de los ciudadanos.
La opinión es cada día mas fuerte en prensa escrita, radio y televisión. El sistema prefiere dar al ciudadano la información digerida y cocinada que entregársela en estado puro, para que él extraiga las conclusiones adecuadas. La mayoría de los periodistas que opinan están previamente encuadrados en un partido o en una tendencia ideológica, que defienden a machamartillo, en contra, incluso, de la razón y la evidencia. Muchas tertulias son falsos debates entre gallos de peleas previamente vendidos.
La mayoría de los medios están igualmente sometidos a líneas, ideas y partidos, lo que les lleva a traicionar la verdad, la independencia, al ciudadano y a la democracia, un sistema que necesita de la prensa crítica y veraz para que los poderes gobernantes estén bajo control.
La traición de los periodistas españoles puede acabar con el sistema y exaspera a los ciudadanos hasta el punto de que muchos han dejado de creer en los políticos y en la mismo democracia, con consecuencias profundas ya visibles, como el desprestigio de los políticos, del sistema y del mismo periodista, la pérdida de credibilidad de los medios, el ocaso de la prensa escrita, la más frágil, que yace abandonada en los kioscos por sus tradicionales lectores y, lo que es todavía más grave, una demencial y peligrosa impunidad para los poderosos, que sin una prensa que les vigile, les investigue y publique sus maldades, se siente impune y con el campo libre para robar, saquear y aplastar las leyes, el bien común y la ciudadanía.
Los periodistas son considerados en numerosos países como pieza fundamental de la democracia, pero en España son otra cosa bien diferente, el sostén del engaño, de los corruptos y de los malos gobernantes.
Por fortuna hay excepciones y algunos periodistas se mantienen en la lucha por la verdad, aunque padeciendo en carnes propias la marginación y el acoso del poder.
Francisco Rubiales
Los periodistas españoles deberían haber denunciado hace muchos años que la la ley no es igual para todos, que la soberanía en España no reside en el pueblo, como proclama la Constitución, sino en los partidos políticos, que las 17 autonomías disparan el gasto público, son fuentes de ruina, corrupción y ruptura y dañan el bien común y que lo que estamos manteniendo con nuestros impuestos y nuestra lealtad no es una democracia sino una especie de mafia organizada para disfrutar del poder sin controles ni frenos, un sistema más parecido a una tiranía camuflada que a cualquier modalidad de democracia.
El periodismo español es técnicamente bueno y sabe informar, pero en muchos casos opera sin valores y eso lo convierte en uno de los peores del mundo, desde el punto de vista ético. Su traición permanente a los ciudadanos y su vergonzosa colaboración con un sistema que incumple las más elementales normas de la democracia le hace merecedor de una seria condena por someterse al poder, incumplir sus deberes democráticos de decir la verdad e informar eficazmente a la ciudadanía para que pueda tomar decisiones acertadas y basadas en la información.
Uno de los peores dramas del periodismo español es que hable permanentemente de la "democracia" española, ocultando que el sistema español es más una oligocracia de partidos o una dictadura de políticos que una democracia real, cuyas reglas y normas básicas incumple al no respetar la separación de los poderes básicos del Estado, al marginar a los ciudadanos de la vida política, al ocupar la sociedad civil, dejándola casi en estado de coma, al impedir que los diputados y senadores representen y rindan cuentas a los ciudadanos, al falsear los procesos electorales para que el ciudadano no pueda elegir libremente, al ignorar que la ley, en España, no es igual para todos y al esconder la gravedad de la corrupción, un fenómeno tan intenso y grave que desvirtúa y deslegitima el mismo sistema.
En términos filosóficos, el periodismo ha abandonado su antigua alianza con los ciudadanos y con la verdad para aliarse con el poder y la mentira. Quizás la causa principal sea que el poder del gobierno, de los partidos políticos y de las grandes corporaciones sea demasiado grande y que los medios dependen de sus anunciantes para subsistir, más que de la audiencia, pero ni siquiera la gravedad de esa situación financiera justifica que el periodista haya abandonado las grandes misiones que les encomendó la democracia: ser veraz e independiente para poder informar eficazmente a los ciudadanos y fiscalizar a los grandes poderes para que se mantengan bajo control democrático.
Pero la lista de "pecados" mediáticos y periodísticos es mucho más amplia y peligrosa: hipertrofia de la política, convirtiendo a los noticieros y telediarios en una pasarela donde los sinvergüenzas y ladrones son presentados como estrellas de prestigio, apuesta por lo chabacano, mentiras y engaños a mansalva y corromper a la ciudadanía con falsos valores y modelos deleznables.
Los medios, en España, han tomado partido y no precisamente por los valores, la sociedad y el ciudadano, sino por la vulgaridad, los partidos políticos, las grandes corporaciones y el gobierno.
Cada día son más los periodistas que trabajan, directa o indirectamente, para el poder establecido y menos para medios libres. En la Andalucía socialista recién derrotada y sustituida por un nuevo gobierno, la Junta es el principal contratador de periodistas, muchos de los cuales eran empleados no para servir a la verdad sino para apuntalar el poder. La proporción entre periodistas sometidos y periodistas libres es hoy vergonzosa y abrumadoramente mayoritaria para los que ponen su inteligencia y habilidad al servicio de los poderosos, no de los ciudadanos.
La opinión es cada día mas fuerte en prensa escrita, radio y televisión. El sistema prefiere dar al ciudadano la información digerida y cocinada que entregársela en estado puro, para que él extraiga las conclusiones adecuadas. La mayoría de los periodistas que opinan están previamente encuadrados en un partido o en una tendencia ideológica, que defienden a machamartillo, en contra, incluso, de la razón y la evidencia. Muchas tertulias son falsos debates entre gallos de peleas previamente vendidos.
La mayoría de los medios están igualmente sometidos a líneas, ideas y partidos, lo que les lleva a traicionar la verdad, la independencia, al ciudadano y a la democracia, un sistema que necesita de la prensa crítica y veraz para que los poderes gobernantes estén bajo control.
La traición de los periodistas españoles puede acabar con el sistema y exaspera a los ciudadanos hasta el punto de que muchos han dejado de creer en los políticos y en la mismo democracia, con consecuencias profundas ya visibles, como el desprestigio de los políticos, del sistema y del mismo periodista, la pérdida de credibilidad de los medios, el ocaso de la prensa escrita, la más frágil, que yace abandonada en los kioscos por sus tradicionales lectores y, lo que es todavía más grave, una demencial y peligrosa impunidad para los poderosos, que sin una prensa que les vigile, les investigue y publique sus maldades, se siente impune y con el campo libre para robar, saquear y aplastar las leyes, el bien común y la ciudadanía.
Los periodistas son considerados en numerosos países como pieza fundamental de la democracia, pero en España son otra cosa bien diferente, el sostén del engaño, de los corruptos y de los malos gobernantes.
Por fortuna hay excepciones y algunos periodistas se mantienen en la lucha por la verdad, aunque padeciendo en carnes propias la marginación y el acoso del poder.
Francisco Rubiales