Las investigaciones sociológicas detectan, desde hace casi una década, un constante descenso del entusiasmo ciudadano por la construcción de una Europa común. La hasta no hace mucho pujante Europa, protagonista de un ilusionante proyecto de integración que fascinó al mundo, está hoy postrada, semiparalizada, decaída y dominada por el aburrimiento y el cansancio.
La decadencia de Europa, que pierde posiciones frente a las economías más pujantes, como Estados Unidos, Japón y los gigantes emergentes de Asia (China e India), comenzó a fraguarse mucho antes de que Francia y Holanda pronunciaran un "NO" rotundo a la nueva Constitución Europea. La parálisis y el aburrimiento actual de Europa no son la consecuencia del "NO" de Francia y Holanda, sino su causa. Lo que ocurrió es que los ciudadanos de esos países rechazaron el proyecto de Constitución porque era burocrático y mortecino, estaba falto de inspiración y respondía más a los intereses de los desprestigiados políticos europeos que a los de los marginados ciudadanos de Europa.
Consciente de su incapacidad para implicar a los ciudadanos, el gobierno comunitario ha optado por dialogar con los gobiernos, transformando el viejo proyecto de una "Europa de los ciudadanos" en una vulgar y retrógrada "Europa de los políticos profesionales", lo que representa un retorno al espíritu de la primera mitad del siglo XX.
La enfermedad de Europa son sus gobiernos y sus estructura políticas, trasnochadas, decadentes, alejadas de los ciudadanos, desprestigiadas y aburridas. La Europa de los partidos políticos y de los políticos profesionales ya no tiene capacidad para entusiasmar, ni siquiera para embarcar a su gente en un proyecto común.
A esta Europa dominada por políticos profesionales le faltan demasiadas cosas básicas, entre ellas la generosidad de sus políticos para regenerar la democracia, ceder soberanía y permitir controles populares a su gestión, un entorno fiscal común, una legislación común o, por lo menos, complementaria, una Justicia homogénea y más, mucho más espíritu de cooperación e integración.
Los ciudadanos siempre han querido una unidad y un destino común que los políticos, por miedo a perder privilegios y poder, siempre han frenado. Ahora, los ciudadanos, frustrados y decepcionados, han perdido el impulso.
Las policías europeas no cooperan ni dialogan; los líneas aéreas hacen cada una la guerra a las demás; los gobiernos incumplen las leyes y practican el proteccionismo, impidiendo, por ejemplo, que las empresas nacionales puedan ser compradas por extranjeros.
Pero el mayor drama de Europa es su política, arrogante y cada día más alejada de unos ciudadanos que sienten un frío creciente ante lo que, sin serlo, llaman democracia. Los políticos europeos han eclipsado la sociedad civil porque la consideran un peligro para sus privilegios y han anulado y aislado al ciudadano, conscientes de que es más fácil gobernar a seres solitarios y aburridos que a gente organizada y con capacidad de unirse. Los políticos europeos se han profesionalizado y perdido todo esa generosidad y espíritu "amateur" sin los cuales la democracia se torna oligocracia. Los partidos políticos, en lugar de actuar como potenciadores de la participación ciudadana y elementos democratizadores, han monopolizado la política y son ya el mayor adversario de la ciudadanía y el gran obstáculo que impide la regeneración de la democracia.
La decadencia de Europa, que pierde posiciones frente a las economías más pujantes, como Estados Unidos, Japón y los gigantes emergentes de Asia (China e India), comenzó a fraguarse mucho antes de que Francia y Holanda pronunciaran un "NO" rotundo a la nueva Constitución Europea. La parálisis y el aburrimiento actual de Europa no son la consecuencia del "NO" de Francia y Holanda, sino su causa. Lo que ocurrió es que los ciudadanos de esos países rechazaron el proyecto de Constitución porque era burocrático y mortecino, estaba falto de inspiración y respondía más a los intereses de los desprestigiados políticos europeos que a los de los marginados ciudadanos de Europa.
Consciente de su incapacidad para implicar a los ciudadanos, el gobierno comunitario ha optado por dialogar con los gobiernos, transformando el viejo proyecto de una "Europa de los ciudadanos" en una vulgar y retrógrada "Europa de los políticos profesionales", lo que representa un retorno al espíritu de la primera mitad del siglo XX.
La enfermedad de Europa son sus gobiernos y sus estructura políticas, trasnochadas, decadentes, alejadas de los ciudadanos, desprestigiadas y aburridas. La Europa de los partidos políticos y de los políticos profesionales ya no tiene capacidad para entusiasmar, ni siquiera para embarcar a su gente en un proyecto común.
A esta Europa dominada por políticos profesionales le faltan demasiadas cosas básicas, entre ellas la generosidad de sus políticos para regenerar la democracia, ceder soberanía y permitir controles populares a su gestión, un entorno fiscal común, una legislación común o, por lo menos, complementaria, una Justicia homogénea y más, mucho más espíritu de cooperación e integración.
Los ciudadanos siempre han querido una unidad y un destino común que los políticos, por miedo a perder privilegios y poder, siempre han frenado. Ahora, los ciudadanos, frustrados y decepcionados, han perdido el impulso.
Las policías europeas no cooperan ni dialogan; los líneas aéreas hacen cada una la guerra a las demás; los gobiernos incumplen las leyes y practican el proteccionismo, impidiendo, por ejemplo, que las empresas nacionales puedan ser compradas por extranjeros.
Pero el mayor drama de Europa es su política, arrogante y cada día más alejada de unos ciudadanos que sienten un frío creciente ante lo que, sin serlo, llaman democracia. Los políticos europeos han eclipsado la sociedad civil porque la consideran un peligro para sus privilegios y han anulado y aislado al ciudadano, conscientes de que es más fácil gobernar a seres solitarios y aburridos que a gente organizada y con capacidad de unirse. Los políticos europeos se han profesionalizado y perdido todo esa generosidad y espíritu "amateur" sin los cuales la democracia se torna oligocracia. Los partidos políticos, en lugar de actuar como potenciadores de la participación ciudadana y elementos democratizadores, han monopolizado la política y son ya el mayor adversario de la ciudadanía y el gran obstáculo que impide la regeneración de la democracia.
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