El socialismo español y el Partido Popular han compartido estrategias y sensibilidades en las dos últimas décadas: ambos han adoptado la idea marxista de que hay que crear pobres y muchos problemas para afianzar su poder. Los pobres se vuelven tímidos y necesitan cobajarse bajo el manto del Estado, mientras que los problemas artificialmente creados sirven para ofrecer al pueblo soluciones y exhibir una capacidad de gobierno que es falsa y truculenta, ya que sólo soluciona algunos de los problemas falsamente creados o estimulados por el mismo poder.
Son ideas básicamente marxistas, adoptadas por la socialdemocracia mundial, que en España han compartido los dos grandes partidos que han gobernado desde la muerte de Franco. La esencia de esa dinámica es que el Estado cobra impuestos sin parar, cada día con más codicia y brutalidad, hasta que lo posea todo y entonces tendremos el comunismo.
El problema del independentismo catalán es el mas claro ejemplo de problema creado por el mismo poder para entretener a la sociedad y ofrecer soluciones. Pero hay otros muchos problemas ficticios creados por el mismo poder: el endeudamiento, el despilfarro, la corrupción, la inmigración masiva, el tráfico y consumo de drogas, etc.
En cuanto a la creación de pobres, la política fiscal ha sido utilizada intensamente para ese fin, esquilmando con impuestos abusivos e injustos a los ciudadanos, sobre todo a las clases medias y trabajadoras, que son las más creativas y emprendedoras porque con los ricos no se atreven.
El clientelismo es otra de las constantes perversas del sistema, que comparten fervorosamente los dos grandes partidos, PSOE y PP. Ambos utilizan las subvenciones y los puestos de trabajo para fabricar adictos fieles que les votarán siempre. Son votos comprados que obstaculizan la democracia, disparan la corrupción e dificultan la sana alternancia en el poder.
La política malévola de los dos grandes partidos ha dificultado seriamente el desarrollo económico español, un país que, sin corrupción y con una política fiscal más justa y moderada, seria hoy de los más ricos de Europa. El PP y el PSOE han fabricado un Estado enorme, con más políticos a sueldo que Francia, Alemania e Inglaterra juntos y con más del doble de funcionarios de los necesarios, una carga que, junto con los enormes impuestos que el Estado cobra para financiarse, lastra la economía y genera sufrimiento y pobreza.
La reacción del pueblo español ante los impuestos injustos y desproporcionados es curiosamente de sometimiento y aceptación, sobre todo entre los parias, que desde su incultura y desde la manipulación se alegran de que los impuestos suban porque creen que los ricos pagan más y que de ese modo habrá más migajas para ellos.
Los dos grandes partidos han logrado que España sea un país con el alma comunista, cuyas dos más claras manifestaciones son Andalucía y Cataluña. La gente se siente protegida por un Estado que los explota y cuya única obsesión es ser dueño de todo, sin dejar a los ciudadanos otro espacio que el de la sumisión al poder, un poder que, como en los regímenes totalitarios, se blinda y se hace gigantesco con leyes propicias, con policías, jueces amigos y periodistas sometidos. En realidad todo es un montaje porque a ese Estado poderoso sólo le interesa que la élite (la nomenklatura) viva en el paraíso y sea en realidad la única que se beneficia de un teórico y publicitado Estado de Bienestar en el que ya pocas cosas funcionan como es debido, sobre todo una sanidad con listas de espera que provocan la muerte y una educación que fabrica bobos y delincuentes en las escuelas.
Los únicos recursos generosos que el Estado dedica al pueblo son los de la propaganda. Ese Estado indigno, que ha aprendido a camuflar sus cuentas y que maneja enormes masas de dinero opaco, sustraídos al erario público, gasta enormes cantidades de dinero en comprar medios de comunicación y voluntades, en propagar mentiras y en proyectar hacia la ciudadanía falsedades y quimeras, debe desaparecer, aunque tenga que ser aplastado por sus propios ciudadanos.
Los políticos saben que la mejor inversión para mantener el poder es alimentar la masa de abducidos. Esa marea de torpes sin capacidad de pensar en libertad es lo que mantiene el sistema blindado y al servicio de los ricos y los políticos.
Los cambios siempre son gatopardianos: "Que todo cambie para que todo siga igual". Con esa teoría, el poder de los mediocres se mantiene saludable: un político inepto sucede a otro menos inepto y un corrupto supera al anterior, mientras que gran parte del pueblo cree que Casado es mejor que Rajoy y que el pobre Pedro Sánchez es un gran líder.
Francisco Rubiales
Son ideas básicamente marxistas, adoptadas por la socialdemocracia mundial, que en España han compartido los dos grandes partidos que han gobernado desde la muerte de Franco. La esencia de esa dinámica es que el Estado cobra impuestos sin parar, cada día con más codicia y brutalidad, hasta que lo posea todo y entonces tendremos el comunismo.
El problema del independentismo catalán es el mas claro ejemplo de problema creado por el mismo poder para entretener a la sociedad y ofrecer soluciones. Pero hay otros muchos problemas ficticios creados por el mismo poder: el endeudamiento, el despilfarro, la corrupción, la inmigración masiva, el tráfico y consumo de drogas, etc.
En cuanto a la creación de pobres, la política fiscal ha sido utilizada intensamente para ese fin, esquilmando con impuestos abusivos e injustos a los ciudadanos, sobre todo a las clases medias y trabajadoras, que son las más creativas y emprendedoras porque con los ricos no se atreven.
El clientelismo es otra de las constantes perversas del sistema, que comparten fervorosamente los dos grandes partidos, PSOE y PP. Ambos utilizan las subvenciones y los puestos de trabajo para fabricar adictos fieles que les votarán siempre. Son votos comprados que obstaculizan la democracia, disparan la corrupción e dificultan la sana alternancia en el poder.
La política malévola de los dos grandes partidos ha dificultado seriamente el desarrollo económico español, un país que, sin corrupción y con una política fiscal más justa y moderada, seria hoy de los más ricos de Europa. El PP y el PSOE han fabricado un Estado enorme, con más políticos a sueldo que Francia, Alemania e Inglaterra juntos y con más del doble de funcionarios de los necesarios, una carga que, junto con los enormes impuestos que el Estado cobra para financiarse, lastra la economía y genera sufrimiento y pobreza.
La reacción del pueblo español ante los impuestos injustos y desproporcionados es curiosamente de sometimiento y aceptación, sobre todo entre los parias, que desde su incultura y desde la manipulación se alegran de que los impuestos suban porque creen que los ricos pagan más y que de ese modo habrá más migajas para ellos.
Los dos grandes partidos han logrado que España sea un país con el alma comunista, cuyas dos más claras manifestaciones son Andalucía y Cataluña. La gente se siente protegida por un Estado que los explota y cuya única obsesión es ser dueño de todo, sin dejar a los ciudadanos otro espacio que el de la sumisión al poder, un poder que, como en los regímenes totalitarios, se blinda y se hace gigantesco con leyes propicias, con policías, jueces amigos y periodistas sometidos. En realidad todo es un montaje porque a ese Estado poderoso sólo le interesa que la élite (la nomenklatura) viva en el paraíso y sea en realidad la única que se beneficia de un teórico y publicitado Estado de Bienestar en el que ya pocas cosas funcionan como es debido, sobre todo una sanidad con listas de espera que provocan la muerte y una educación que fabrica bobos y delincuentes en las escuelas.
Los únicos recursos generosos que el Estado dedica al pueblo son los de la propaganda. Ese Estado indigno, que ha aprendido a camuflar sus cuentas y que maneja enormes masas de dinero opaco, sustraídos al erario público, gasta enormes cantidades de dinero en comprar medios de comunicación y voluntades, en propagar mentiras y en proyectar hacia la ciudadanía falsedades y quimeras, debe desaparecer, aunque tenga que ser aplastado por sus propios ciudadanos.
Los políticos saben que la mejor inversión para mantener el poder es alimentar la masa de abducidos. Esa marea de torpes sin capacidad de pensar en libertad es lo que mantiene el sistema blindado y al servicio de los ricos y los políticos.
Los cambios siempre son gatopardianos: "Que todo cambie para que todo siga igual". Con esa teoría, el poder de los mediocres se mantiene saludable: un político inepto sucede a otro menos inepto y un corrupto supera al anterior, mientras que gran parte del pueblo cree que Casado es mejor que Rajoy y que el pobre Pedro Sánchez es un gran líder.
Francisco Rubiales