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La democracia imposible



En vísperas de unas elecciones generales, cuando las urnas están a punto de abrirse, es importante para los demócratas saber que conseguir una verdadera democracia es casi imposible. A lo máximo que podemos aspirar es a luchar siempre por mejorarla, consiguiendo avances que, por desgracia, nunca alcanzarán lo perfecto. Cuando algunas democracias han sido trucadas y falseadas, como la española, se produce un problema: hay que salir del sistema para mejorarlo porque si se lucha desde dentro sólo se consigue fortalecer lo pervertido.
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En su largo recorrido a través de la historia, la democracia ha atravesado fases de hundimiento y crisis, y también de progreso y rehabilitación, pero nunca ha conseguido llegar a buen puerto, ni siquiera en la actualidad, cuando, a pesar de ser aceptada como el mejor de los sistemas posibles, padece degradaciones y degeneraciones que la han transformado en un mutante más cercano a una despreciable oligocracia que al orgulloso sistema que perfeccionaron los griegos clásicos en la Polis.

Al poder político ya no le seduce tanto la transformación de la sociedad como el ejercicio del poder mismo y el goce de todos los privilegios y ventajas que conlleva administrar los inmensos recursos del Estado. Los partidos políticos, para alcanzar ese poder que anhelan, cazan votos con la misma ansiedad que las leonas matan antílopes, y consumen enormes cantidades de dinero en sus campañas de propaganda, que se diseñan y ejecutan sin principios éticos ni convicciones ideológicas. Tienen tanto poder los partidos políticos que nadie se atreve a fiscalizarlos, ni a cuestionar sus métodos, ni siquiera los periodistas y los intelectuales, que son los llamados a hacerlo en democracia. Unos y otros son impotentes para escudriñar los engranajes de la poderosa maquinaria de los partidos, que, a través de la propaganda, ejercen todo tipo de efectos nocivos sobre la población.

Ninguna sociedad está preparada para convivir dentro de una de las democracias liberales que fueron ideadas, racionalmente, como solución de los grandes problemas políticos del ser humano, para que los ciudadanos pudieran ser libres y convivir sin traumas y sin tener que someterse al Estado, padeciendo opresión, el peor drama de la historia política de la Humanidad. Para gestionar una democracia real hay que ser "Ciudadano", algo nada fácil porque la ciudadanía es, probablemente, la cima del desarrollo de la especie. El ciudadano es responsable, cumplidor, respetuoso, vigilante, participativo, solidario y celoso de sus derechos. Es incapaz de someterse al déspota y se niega a ser representado por profesionales. Jamás renuncia o delega su "voluntad política", a la que considera su gran tesoro cívico.

La democracia es un sistema para ciudadanos y requiere gente preparada y cargada de valores. Para los que no son así, para los subproductos forjados por los malos políticos que han degradado el sistema y que lleman democracia al bodrio que ellos han construido, existen los sistemas autoritarios y totalitarios, especialmente el socialismo, donde el protagonismo del ciudadano pasa a ser del Estado y donde la libertad es sustituida por un conglomerado donde conviven los servicios públicos, la autoridad y la tutela de lo público.

Frente a la democracia, solo se alzan las ideologías del fracaso, como llamó Churchill al socialismo, la ideología de los que no saben ser libres, le tienen miedo a la responsabilidad y necesitan la tutela del Estado.

El mayor drama de la política actual es que la mayoría de los partidos, incluidos los de derecha, se han convertido en organizaciones "socialistas" intervencionistas y adictas a totelar a la parte más débil y miedosa de la sociedad. En algunos casos, esos partidos se han dedicado, abiertamente, a fabricar débiles y tipos asustados, a los que es fácil gobernar como si fueran un rebaño. Ellos saben que gobernar a ciudadanos verdaderos es muy difícil y requiere una grandeza que los políticos no poseen.

Es así como nos han impuesto un mundo al que llaman democracia sin serlo, un mundo dependiente de un Estado intervencionista que te obliga a compartir tu vida en condiciones de teórica igualdad, pero que en realidad significa que compartes tu esfuerzo con el vago, tu creatividad con el zafio, tu inventiva con el que plagia, tu trabajo con el parásito y todo siempre con el Estado, que te esquilma con sus impuestos, un Estado del que se han apropiado los políticos, un grupo extraño y aberrate en que se integran todos los que quieren tener derechos sobre ti, los que en realidad quieren que trabajes para ellos.

Sean de derechas o de izquierdas, nacionalistas o centralistas, se llamen o no socialistas, son adoradores del Estado, tipos que se aprovechan del Estado para sojuzgar y mantener un poder que ya no es compromiso ni servicio, sino un monstruo manejado por los que desconocen conocen ni el mérito ni la capacidad para ganarse la vida de manera justa y decente.



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Jueves, 10 de Diciembre 2015
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