Tenía razón Aristóteles cuando dijo que la democracia es la etapa que precede a la oligarquía. La democracia ya no existe en muchos países del mundo que se declaran demócratas, entre ellos España, aunque su nombre siga siendo utilizado por sus asesinos para mantener al pueblo sometido. Ya no existen los controles al poder, ni la prensa libre y crítica, ni la sociedad civil independiente, actuando de contrapeso al poder político, ni la igualdad ante la ley, ni la justicia, ni el imperio de la opinión pública. Sólo queda el poder de los poderosos, blindados e invencibles, rodeado de engaños y manipulaciones, pero en el fondo casi igual que en tiempos de los faraones y emperadores persas.
Pero la democracia no ha muerto por agotamiento del modelo o porque su ciclo haya concluido. Muchos autores piensan que la democracia es una nonata que fue abortada cuando todavía estaba en el útero de la Historia. Ha sido asesinada, en secreto y cobardemente, por los oligarcas y por los políticos profesionales adscritos a partidos, que no podían soportar que el odiado pueblo opinara y tomara decisiones.
La democracia ha durado poco o, como afirman cientos de estudiosos y expertos, no ha existido nunca porque pronto fue adulterada por los oligarcas, siempre obsesionados por el dominio. De aquella democracia que dicen que ganó la guerra al fascismo y al comunismo, ya no queda nada y puede darse por enterrada, sin que nadie haya celebrado por ella ni siquiera un funeral de tercera.
El pueblo, nuevamente, como siempre, se encuentra sólo y desamparado frente a los poderosos de siempre, hoy llamados políticos y banqueros, antes conocidos como nobles y clérigos.
Pueden decir lo que quieran, pero esa es la realidad cruda. Dirán que votamos cada cuatro años y que la voluntad popular se refleja en las urnas, pero no es cierto porque la voluntad popular está manipulada y casi la totalidad de los votantes ya no votan ideas y principios, sino colores, filias y fobias, cuidadosamente alimentadas por el poder, a través de la televisión y de unos medios de comunicación a los que previamente ha comprado con publicidad, concesiones y alianzas inconfesables. Además, no son los ciudadanos los que realmente eligen a sus representantes, sino las élites que controlan los partidos políticos, que son las que elaboran las listas cerradas y bloqueadas que deben votar los ciudadanos, sin poder alterarlas.
La realidad es triste y dura, pero más triste y duro es ignorarla. Tenemos que ser conscientes de que los políticos ya no son nuestros representantes, ni nuestros aliados, sino nuestros adversarios, representantes no del pueblo sino de la oligarquía dominante, miembros de la nueva casta del poder, dominadora, subyugadora, opresora, como siempre ha sido y será.
Tomar conciencia de estas realidades es el principio de la liberación. Seguir ignorándola y acudir a las urnas para votar a usurpadores significa apoyar y fortalecer un sistema que ignora al ciudadano, que está conduciendo a la sociedad hacia el fracaso, con mayor pobreza, desempleo, injusticia y desigualdad, y que en lugar de asumir la democracia, sólo se disfraza de demócrata para seguir controlando el poder.
Pero la democracia no ha muerto por agotamiento del modelo o porque su ciclo haya concluido. Muchos autores piensan que la democracia es una nonata que fue abortada cuando todavía estaba en el útero de la Historia. Ha sido asesinada, en secreto y cobardemente, por los oligarcas y por los políticos profesionales adscritos a partidos, que no podían soportar que el odiado pueblo opinara y tomara decisiones.
La democracia ha durado poco o, como afirman cientos de estudiosos y expertos, no ha existido nunca porque pronto fue adulterada por los oligarcas, siempre obsesionados por el dominio. De aquella democracia que dicen que ganó la guerra al fascismo y al comunismo, ya no queda nada y puede darse por enterrada, sin que nadie haya celebrado por ella ni siquiera un funeral de tercera.
El pueblo, nuevamente, como siempre, se encuentra sólo y desamparado frente a los poderosos de siempre, hoy llamados políticos y banqueros, antes conocidos como nobles y clérigos.
Pueden decir lo que quieran, pero esa es la realidad cruda. Dirán que votamos cada cuatro años y que la voluntad popular se refleja en las urnas, pero no es cierto porque la voluntad popular está manipulada y casi la totalidad de los votantes ya no votan ideas y principios, sino colores, filias y fobias, cuidadosamente alimentadas por el poder, a través de la televisión y de unos medios de comunicación a los que previamente ha comprado con publicidad, concesiones y alianzas inconfesables. Además, no son los ciudadanos los que realmente eligen a sus representantes, sino las élites que controlan los partidos políticos, que son las que elaboran las listas cerradas y bloqueadas que deben votar los ciudadanos, sin poder alterarlas.
La realidad es triste y dura, pero más triste y duro es ignorarla. Tenemos que ser conscientes de que los políticos ya no son nuestros representantes, ni nuestros aliados, sino nuestros adversarios, representantes no del pueblo sino de la oligarquía dominante, miembros de la nueva casta del poder, dominadora, subyugadora, opresora, como siempre ha sido y será.
Tomar conciencia de estas realidades es el principio de la liberación. Seguir ignorándola y acudir a las urnas para votar a usurpadores significa apoyar y fortalecer un sistema que ignora al ciudadano, que está conduciendo a la sociedad hacia el fracaso, con mayor pobreza, desempleo, injusticia y desigualdad, y que en lugar de asumir la democracia, sólo se disfraza de demócrata para seguir controlando el poder.