Del mismo modo que los filibusteros navegaban en los siglos XVII y XVIII sin respetar las leyes del mar, imponiendo su voluntad por la fuerza, existen hoy políticos profesionales que navegan por la política sin respetar las leyes básicas de la democracia, la principal de las cuales es el respeto y acatamiento de la opinión de los ciudadanos, y que hasta se atreven a gobernar en contra de los intereses y criterios de sus administrados.
La de ellos es la "democracia filibustera", una corriente política arrogante que se está haciendo fuerte en algunas democracia y que es capaz de justificar comportamientos gubernamentales tan antidemocráticos como implicar a un país en una guerra, en contra del criterio del pueblo, como hizo José María Aznar, o imponer un Estatuto que no demanda la sociedad, pero que interesa a la casta política, como ha ocurrido en Cataluña y está a punto de ocurrir en Andalucía, por deseo expreso del gobierno socialista de Zapatero.
La "democracia filibustera" es tan arrogante e irrespetuosa con el verdadero soberano, que en democracia es el ciudadano, que ni siquiera es una democracia.
Sus seguidores, verdaderos herejes del noble sistema, entienden la democracia de manera simple, sólo como "el gobierno de la mayoría", y creen que el mandato recibido de los ciudadanos, al ser elegidos en las urnas, les faculta para ejercer la política como un monopolio, para expulsar al ciudadano de las decisiones y hacer lo que quieran, sin limites y al margen de los deseos de la ciudadanía, que jamás es consultada, sin rendir cuentas a nadie, sin otro juicio que el que otorguen las urnas cuando, después de cuatro o cinco años, se abran de nuevo.
El filibusterismo es una aberración de la democracia que nada tiene que ver con ese noble sistema y que es más propio de la oligocracia, un sistema en el que son los poderosos (oligarcas) los que ordenan y mandan, al margen del pueblo.
España, en la actualidad, es uno de los ejemplos mundiales más patentes de ese filibusterismo político que se abre camino como enfermedad democrática grave. Muchas cosas importantes están cambiando en España porque así lo han decidido los políticos, sin que nadie haya preguntado a los españoles si están o no de acuerdo: estatutos que rompen el esquema anterior de unidad territorial y que podrían atentar contra la constitución, ruptura del pacto antiterrorista, negociación con el terrorismo asesino vasco, matrimonio homosexual, igualdad de género forzada por artilugios como la discriminación positiva y las cuotas, invasión creciente de la sociedad civil por parte de los partidos políticos, nueva ley de educación, etc..
También es filibusterismo político mentir desde el gobierno, falsaficar pruebas, detener a militantes de la oposición falsamente acusados de agredir a un ministro (Bono) o cuando se nombra "consejero" a alguien que ha burlado ostentosamente la decencia democrática, como ha ocurrido con Vendrell, de ERC, el que pedía dinero para su partido a empleados de la Generalitat, en una política catalana donde tristemente ondea, con especial frecuencia, la bandera negra y blanca de la calavera y las tibias cruzadas.
En democracia, lo impecable no es una opción sino un deber, porque los gestos y las formas son tan importantes como el fondo y porque el filibusterismo conlleva un desprecio absoluto a las formas y a la esencia de la democracia que, aunque los políticos lo ignoren, sigue siendo “el gobierno del pueblo, con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
La de ellos es la "democracia filibustera", una corriente política arrogante que se está haciendo fuerte en algunas democracia y que es capaz de justificar comportamientos gubernamentales tan antidemocráticos como implicar a un país en una guerra, en contra del criterio del pueblo, como hizo José María Aznar, o imponer un Estatuto que no demanda la sociedad, pero que interesa a la casta política, como ha ocurrido en Cataluña y está a punto de ocurrir en Andalucía, por deseo expreso del gobierno socialista de Zapatero.
La "democracia filibustera" es tan arrogante e irrespetuosa con el verdadero soberano, que en democracia es el ciudadano, que ni siquiera es una democracia.
Sus seguidores, verdaderos herejes del noble sistema, entienden la democracia de manera simple, sólo como "el gobierno de la mayoría", y creen que el mandato recibido de los ciudadanos, al ser elegidos en las urnas, les faculta para ejercer la política como un monopolio, para expulsar al ciudadano de las decisiones y hacer lo que quieran, sin limites y al margen de los deseos de la ciudadanía, que jamás es consultada, sin rendir cuentas a nadie, sin otro juicio que el que otorguen las urnas cuando, después de cuatro o cinco años, se abran de nuevo.
El filibusterismo es una aberración de la democracia que nada tiene que ver con ese noble sistema y que es más propio de la oligocracia, un sistema en el que son los poderosos (oligarcas) los que ordenan y mandan, al margen del pueblo.
España, en la actualidad, es uno de los ejemplos mundiales más patentes de ese filibusterismo político que se abre camino como enfermedad democrática grave. Muchas cosas importantes están cambiando en España porque así lo han decidido los políticos, sin que nadie haya preguntado a los españoles si están o no de acuerdo: estatutos que rompen el esquema anterior de unidad territorial y que podrían atentar contra la constitución, ruptura del pacto antiterrorista, negociación con el terrorismo asesino vasco, matrimonio homosexual, igualdad de género forzada por artilugios como la discriminación positiva y las cuotas, invasión creciente de la sociedad civil por parte de los partidos políticos, nueva ley de educación, etc..
También es filibusterismo político mentir desde el gobierno, falsaficar pruebas, detener a militantes de la oposición falsamente acusados de agredir a un ministro (Bono) o cuando se nombra "consejero" a alguien que ha burlado ostentosamente la decencia democrática, como ha ocurrido con Vendrell, de ERC, el que pedía dinero para su partido a empleados de la Generalitat, en una política catalana donde tristemente ondea, con especial frecuencia, la bandera negra y blanca de la calavera y las tibias cruzadas.
En democracia, lo impecable no es una opción sino un deber, porque los gestos y las formas son tan importantes como el fondo y porque el filibusterismo conlleva un desprecio absoluto a las formas y a la esencia de la democracia que, aunque los políticos lo ignoren, sigue siendo “el gobierno del pueblo, con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.