Si es cierto el axioma de "por sus frutos los conoceréis", el dictamen sobre la democracia en España tendría que ser terrible porque ese sistema, ideado para mejorar la convivencia y reforzar la justicia, la igualdad y la libertad, está generando en España una sociedad deleznable, injusta, violenta, intolerante, insegura y desigual, donde la gente honrada, decepcionada y descorazonada, empieza a considerarla una estafa y donde los que se sienten a gusto y prosperan son los corruptos, pandilleros y delincuentes de todos los pelajes, razas y creencias.
Los políticos, antes considerados servidores públicos y gente entregada con generosidad a "lo público", pierden prestigio y soportan un creciente rechazo por su incapacidad para resolver los problemas, por su corrupción y por su obsesión por el poder y los privilegios.
La sensación de infelicidad y desasosiego ciudadano en un España que parece hecha a la medida de pícaros y villanos se refuerza con los evidentes síntomas de descomposición de la sociedad, sin que la autoridad parezca capaz de hacer frente al drama.
Los nacionalismos radicales, tras haber constatado que las agresiones contra el Estado y la sociedad pueden ser rentables, se deslizan hacia la violencia y se han adueñado ya de muchos espacios francos en el País Vasco y en Cataluña.
El frenazo impuesto por los ciudadanos al BNG y al PNV en las recientes elecciones gallegas y vascas es la única isla de esperanza en el mar desolador del nacionalismo antidemocrático e inmoral que no sólo ha sobrevivido en esta falsa democracia española, sino que hasta ha gobernado y podido imponer su política excluyente con la ayuda del PSOE, un partido obsesionado por el poder que se desarma éticamente y que no ha tenido pudor alguno en aliarse con los nacionalismos más envilecidos para compartir con ellos el poder y los privilegios.
Las pandillas de izquierda radical y neonazis cada día son mas osadas y empiezan a dar sus primeros pasos de "kale borroca" en ciudades españolas que antes eran paraisos de convivencia. En Sevilla, las pandillas de izquierda arrojan huevos contra las procesiones religiosas en las calles, mientras que las sedes de la cadena de emisoras COPE son castigadas por su crítica al gobierno socialista y atacadas por pandilleros a los que la policía tolera demasiado. Aunque las estadísticas sean silenciadas, la quema de coches en la noche y el vandalismo contra el mobiliario urbano crece como la espuma en casi todas las ciudades españolas. La criminalidad en las calles aumenta cada año y existen ya barrios tan delictivos que la policía casi no se atreve a entrar en ellos.
Los escándalos de corrupción salpican el poder cada vez con más frecuencia y afectan ya a miles de políticos de dos principales partidos. Ni siquiera la alternancia es ya una esperanza, con un Partido Popular tan infectado de corrupción como el PSOE.
La sensación de inseguridad empieza a ser obsesiva en algunas ciudades, un fenómeno desconocido durante la dictadura franquista que está creciendo paralelamente a la inmigración, lo que empieza a generar brotes de xenofobia y de intolerancia frente a los millones de inmigrantes que entran en el país, muchos de ellos sin papeles y sin control de la autoridad.
Los políticos, aislados de la población, habitando en barrios elitistas para millonarios y desplazándose en coches blindados y con escolta, no tienen ni idea del drama que viven los ciudadanos comunes durante una crisis que puebla las ciudades de parados y de nuevos pobres. La "democracia" empieza a ser mirada como un sistema portador de desequilibrios y de un generalizado hundimiento de los valores. Sorprendentemente, las encuestan señalan a los políticos como uno de los grandes problemas del país, junto con el desempleo, la inmigración, la inseguridad y la escasez de viviendas.
Los líderes políticos, convertidos en modelos deslumbrantes por unos medios de comunicación cada día más sometidos al poder dominante, contribuyen al envilecimiento colectivo al protagonizar una impresentable lucha fratricida entre partidos políticos rivales, a cuchillo corto y con insultos y trifulcas, a veces televisados en directo.
Las cadenas de televisión, en sus programas llamados "del corazón", verdaderas galerías de gente indecente, encumbran a mequetrefes, prostitutas y viciosos de todo pelaje que lo único que pueden exhibir en la pantalla como mérito es haberse acostado con algún famoso, haber traicionado a alguien importante o una sucia capacidad para denigrar y revelar secretos de alcoba.
Las escuelas, donde se forman las nuevas generaciones, están marcadas por el fracaso escolar y se están convirtiendo en nidos de pandilleros semianalfabetos, sin que las autoridades hagan nada por remediarlo. Los maestros y profesores, sin autoridad ante los alumnos y sus padres, están desmoralizados y muchos de ellos piden una baja médica por depresión, mientras que los millonarios y no pocos políticos renuncian a la enseñanza pública y llevan a sus hijos a centros privados, muchos de ellos en el extranjero.
La gente se torna desconfiada y cada día habla menos con sus vecinos. Los hogares se convierten en cajas fuertes con puertas blindadas y la soledad cada día gana más adictos.
La misma democracia, recibida con entusiasmo y fiesta colectiva por millones de españoles tras la muerte del dictador, en 1975, es hoy una caricatura de lo que debe ser ese honorable sistema. Las cautelas y salvaguardias claves de la democracia han saltado por los aires: la prensa, dominada por el poder y alineada con un bando o con otro, ya no puede ejercer la critica ni fiscalizar al poder; la sociedad civil, dominada por la política y corroida por el intervencionismo del poder, se encuentra en estado de coma; los poderes básicos del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) han sido invadidos sin pudor por unos partidos políticos insaciables de poder; el ciudadano, soberano del sistema, ha sido expulsado de la política y marginado de los procesos de toma de decisiones. Sólo es consultado cuando se abren las urnas, cada cuatro años, pero ni siquiera entonces pueden elegir libremente a sus representantes, porque están obligados a elegir listas cerradas y bloqueadas, que han sido elaboradas por las élites que dominan los distintos partidos políticos.
A traición y sin que los ciudadanos lo hayan percibido hasta que ya es demasiado tarde, la democracia ha sido transformada en una oligocracia donde el poder ya no lo controla el ciudadano, en teoría el soberano del sistema, sino unos partidos políticos cada día más poderosos y ambiciosos, cuyas filas están nutridas de profesionales de la política, conformando legiones de mediocres que encuentran en la política y el gobierno la mejor forma de destacar y de gozar de sueldos y privilegios que nunca lograrían trabajando y compitiendo libremente en los mercados.
Muchos de los que están encuadrados en las filas privilegidas del poder considerarán este balance sería pesimista, políticamente incorrecto y hasta antisistema y subversivo, pero, desgraciadamente, es rigurosamente certero.
Es cierto que la democracia ha logrado algunos avances en derechos teóricos y libertad de expresión, pero las carencias y retrocesos se imponen en un balance claramente negativo. En todo caso, es científicamente constatable que los grandes problemas de la sociedad, desde la desigualdad a la violencia, sin olvidar la pobreza, el hambre y la injusticia, siguen agravándose, sin que la democracia española haya sabido encauzarlos hacia soluciones.
Los políticos, antes considerados servidores públicos y gente entregada con generosidad a "lo público", pierden prestigio y soportan un creciente rechazo por su incapacidad para resolver los problemas, por su corrupción y por su obsesión por el poder y los privilegios.
La sensación de infelicidad y desasosiego ciudadano en un España que parece hecha a la medida de pícaros y villanos se refuerza con los evidentes síntomas de descomposición de la sociedad, sin que la autoridad parezca capaz de hacer frente al drama.
Los nacionalismos radicales, tras haber constatado que las agresiones contra el Estado y la sociedad pueden ser rentables, se deslizan hacia la violencia y se han adueñado ya de muchos espacios francos en el País Vasco y en Cataluña.
El frenazo impuesto por los ciudadanos al BNG y al PNV en las recientes elecciones gallegas y vascas es la única isla de esperanza en el mar desolador del nacionalismo antidemocrático e inmoral que no sólo ha sobrevivido en esta falsa democracia española, sino que hasta ha gobernado y podido imponer su política excluyente con la ayuda del PSOE, un partido obsesionado por el poder que se desarma éticamente y que no ha tenido pudor alguno en aliarse con los nacionalismos más envilecidos para compartir con ellos el poder y los privilegios.
Las pandillas de izquierda radical y neonazis cada día son mas osadas y empiezan a dar sus primeros pasos de "kale borroca" en ciudades españolas que antes eran paraisos de convivencia. En Sevilla, las pandillas de izquierda arrojan huevos contra las procesiones religiosas en las calles, mientras que las sedes de la cadena de emisoras COPE son castigadas por su crítica al gobierno socialista y atacadas por pandilleros a los que la policía tolera demasiado. Aunque las estadísticas sean silenciadas, la quema de coches en la noche y el vandalismo contra el mobiliario urbano crece como la espuma en casi todas las ciudades españolas. La criminalidad en las calles aumenta cada año y existen ya barrios tan delictivos que la policía casi no se atreve a entrar en ellos.
Los escándalos de corrupción salpican el poder cada vez con más frecuencia y afectan ya a miles de políticos de dos principales partidos. Ni siquiera la alternancia es ya una esperanza, con un Partido Popular tan infectado de corrupción como el PSOE.
La sensación de inseguridad empieza a ser obsesiva en algunas ciudades, un fenómeno desconocido durante la dictadura franquista que está creciendo paralelamente a la inmigración, lo que empieza a generar brotes de xenofobia y de intolerancia frente a los millones de inmigrantes que entran en el país, muchos de ellos sin papeles y sin control de la autoridad.
Los políticos, aislados de la población, habitando en barrios elitistas para millonarios y desplazándose en coches blindados y con escolta, no tienen ni idea del drama que viven los ciudadanos comunes durante una crisis que puebla las ciudades de parados y de nuevos pobres. La "democracia" empieza a ser mirada como un sistema portador de desequilibrios y de un generalizado hundimiento de los valores. Sorprendentemente, las encuestan señalan a los políticos como uno de los grandes problemas del país, junto con el desempleo, la inmigración, la inseguridad y la escasez de viviendas.
Los líderes políticos, convertidos en modelos deslumbrantes por unos medios de comunicación cada día más sometidos al poder dominante, contribuyen al envilecimiento colectivo al protagonizar una impresentable lucha fratricida entre partidos políticos rivales, a cuchillo corto y con insultos y trifulcas, a veces televisados en directo.
Las cadenas de televisión, en sus programas llamados "del corazón", verdaderas galerías de gente indecente, encumbran a mequetrefes, prostitutas y viciosos de todo pelaje que lo único que pueden exhibir en la pantalla como mérito es haberse acostado con algún famoso, haber traicionado a alguien importante o una sucia capacidad para denigrar y revelar secretos de alcoba.
Las escuelas, donde se forman las nuevas generaciones, están marcadas por el fracaso escolar y se están convirtiendo en nidos de pandilleros semianalfabetos, sin que las autoridades hagan nada por remediarlo. Los maestros y profesores, sin autoridad ante los alumnos y sus padres, están desmoralizados y muchos de ellos piden una baja médica por depresión, mientras que los millonarios y no pocos políticos renuncian a la enseñanza pública y llevan a sus hijos a centros privados, muchos de ellos en el extranjero.
La gente se torna desconfiada y cada día habla menos con sus vecinos. Los hogares se convierten en cajas fuertes con puertas blindadas y la soledad cada día gana más adictos.
La misma democracia, recibida con entusiasmo y fiesta colectiva por millones de españoles tras la muerte del dictador, en 1975, es hoy una caricatura de lo que debe ser ese honorable sistema. Las cautelas y salvaguardias claves de la democracia han saltado por los aires: la prensa, dominada por el poder y alineada con un bando o con otro, ya no puede ejercer la critica ni fiscalizar al poder; la sociedad civil, dominada por la política y corroida por el intervencionismo del poder, se encuentra en estado de coma; los poderes básicos del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) han sido invadidos sin pudor por unos partidos políticos insaciables de poder; el ciudadano, soberano del sistema, ha sido expulsado de la política y marginado de los procesos de toma de decisiones. Sólo es consultado cuando se abren las urnas, cada cuatro años, pero ni siquiera entonces pueden elegir libremente a sus representantes, porque están obligados a elegir listas cerradas y bloqueadas, que han sido elaboradas por las élites que dominan los distintos partidos políticos.
A traición y sin que los ciudadanos lo hayan percibido hasta que ya es demasiado tarde, la democracia ha sido transformada en una oligocracia donde el poder ya no lo controla el ciudadano, en teoría el soberano del sistema, sino unos partidos políticos cada día más poderosos y ambiciosos, cuyas filas están nutridas de profesionales de la política, conformando legiones de mediocres que encuentran en la política y el gobierno la mejor forma de destacar y de gozar de sueldos y privilegios que nunca lograrían trabajando y compitiendo libremente en los mercados.
Muchos de los que están encuadrados en las filas privilegidas del poder considerarán este balance sería pesimista, políticamente incorrecto y hasta antisistema y subversivo, pero, desgraciadamente, es rigurosamente certero.
Es cierto que la democracia ha logrado algunos avances en derechos teóricos y libertad de expresión, pero las carencias y retrocesos se imponen en un balance claramente negativo. En todo caso, es científicamente constatable que los grandes problemas de la sociedad, desde la desigualdad a la violencia, sin olvidar la pobreza, el hambre y la injusticia, siguen agravándose, sin que la democracia española haya sabido encauzarlos hacia soluciones.