Afirma Zapatero que pase lo que pase hoy en la manifestación, De Juana Chaos seguirá disfrutando de presión atenuada, que él respeta a los manifestantes, pero que el responsable de la política antiterrorista es él. Zapatero culmina su espeluznante discurso apelando a las urnas: "Ahora es el tiempo de las manifestaciones, pero después llegará el tiempo de las urnas".
La suya es una democracia enclenque y truculenta por la que no vale la pena luchar, ni siquiera poner un gramo de esperanza. Si uno profundiza en el argumento de Zapatero, hoy podrían manifestarse 40 millones de españoles y Zapatero seguiría afirmando que el responsable de hacer política es él y que "nos veremos en las urnas". La "democracia zapatera", como los zapatos, está demasiado cerca del suelo y de la basura. Es algo parecido a la dictadura de un electo, una especie de "teocracia" de pacotilla en la que un "ungido" por las urnas se cree más Dios que servidor de sus electores, en la que el elegido se reviste de un poder supremo que le blinda ante los ciudadanos, que son en democracia el auténtico poder, la legitimidad y la soberanía.
Alguien debería decirle a ZP que la votación no es el mejor, sino el peor recurso de una democracia auténtica. La esencia de la democracia no está en el voto, sino en el debate y el discernimiento, en buscar el consenso y el acuerdo hasta la saciedad. El voto, en democracia, es siempre el recurso extremo, el reconcimiento de que no ha sido posible el acuerdo. Cuando se vota, siempre se producen desgarros y la sociedad se divide en vencedores y vencidos, en gente que se sale con la suya y gente que ha sido derrotada y silenciada por la fuerza de la mayoría. La votación produce siempre bajas y genera el rencor de los vencidos, pero el discernimiento y el consenso generan paz y refuerzan la convivencia.
En la España actual, donde una generación de políticos descerebrados y mediocres, horneados en la autoritaria y poco democrática cocina de los partidos polítiicos, ha impuesto su ley, donde reina la inquina, el enfrentamiento y la obsesión por el poder, la democracia ya no existe y hasta el sucedaneo que se nos vende es enclenque y hortera. No queda espacio para el debate ni para el discernimiento. Sólo hay sitio para la trifulca y, al final, para las urnas, para que la dictadura de la mayoría aplaste a la minoría.
El pecado, ciertamente, no es exclusivo de Zapatero, sino compartido también por la oposición de derecha, pero Zapatero defiende con desfachatez su democracia degenerada como si fuera auténtica. Es sorprendente que pueda enorgullecerse de la democracia cretina que él preside, un remedo del noble sistema inventado por los griegos clásicos que en España navega mejor en las aguas del pandillerismo que en el oceano de la verdadera democracia, dominado por el debate y el acuerdo para convivir en armonía.
La suya es una democracia enclenque y truculenta por la que no vale la pena luchar, ni siquiera poner un gramo de esperanza. Si uno profundiza en el argumento de Zapatero, hoy podrían manifestarse 40 millones de españoles y Zapatero seguiría afirmando que el responsable de hacer política es él y que "nos veremos en las urnas". La "democracia zapatera", como los zapatos, está demasiado cerca del suelo y de la basura. Es algo parecido a la dictadura de un electo, una especie de "teocracia" de pacotilla en la que un "ungido" por las urnas se cree más Dios que servidor de sus electores, en la que el elegido se reviste de un poder supremo que le blinda ante los ciudadanos, que son en democracia el auténtico poder, la legitimidad y la soberanía.
Alguien debería decirle a ZP que la votación no es el mejor, sino el peor recurso de una democracia auténtica. La esencia de la democracia no está en el voto, sino en el debate y el discernimiento, en buscar el consenso y el acuerdo hasta la saciedad. El voto, en democracia, es siempre el recurso extremo, el reconcimiento de que no ha sido posible el acuerdo. Cuando se vota, siempre se producen desgarros y la sociedad se divide en vencedores y vencidos, en gente que se sale con la suya y gente que ha sido derrotada y silenciada por la fuerza de la mayoría. La votación produce siempre bajas y genera el rencor de los vencidos, pero el discernimiento y el consenso generan paz y refuerzan la convivencia.
En la España actual, donde una generación de políticos descerebrados y mediocres, horneados en la autoritaria y poco democrática cocina de los partidos polítiicos, ha impuesto su ley, donde reina la inquina, el enfrentamiento y la obsesión por el poder, la democracia ya no existe y hasta el sucedaneo que se nos vende es enclenque y hortera. No queda espacio para el debate ni para el discernimiento. Sólo hay sitio para la trifulca y, al final, para las urnas, para que la dictadura de la mayoría aplaste a la minoría.
El pecado, ciertamente, no es exclusivo de Zapatero, sino compartido también por la oposición de derecha, pero Zapatero defiende con desfachatez su democracia degenerada como si fuera auténtica. Es sorprendente que pueda enorgullecerse de la democracia cretina que él preside, un remedo del noble sistema inventado por los griegos clásicos que en España navega mejor en las aguas del pandillerismo que en el oceano de la verdadera democracia, dominado por el debate y el acuerdo para convivir en armonía.