Información y Opinión

La decepcionante 'antidemocracia' de la Unión Europea



Cuando un sistema mira con recelo a sus ciudadanos y los señala como problema, significa que el totalitarismo está poniendo huevos en su alma.




Cuando el «Tratado de la Constitución Europea» fue rechazado en referendum por franceses y holandeses, los políticos europeos, contrariados, dijeron que tomaban nota de la voluntad popular y decidieron tomarse un tiempo para reflexionar. Dos años después, los políticos europeos, liderados por la alemana Ángela Merkel, han recuperado casi todo lo incluido en el difunto Tratado de la Constitución, pero ahora sin la participación directa de la población.

La Unión Europea ha renunciado de nuevo a construir una europa de ciudadanos y ha apostado, una vez más, por una europa de políticos profesionales y de burócratas, cada día más alejada de la ciudadanía. De hecho, lo decidido en la reciente cumbre de Bruselas representa un retroceso de la verdadera democracia en Europa y un avance hacia lo que los ciudadanos europeos no quieren: el dominio de los políticos sobre los ciudadanos y del poder frente a la libertad.

Ha sido toda una triste lección de cómo en Bruselas se interpreta la democracia.

Los gobiernos se han encargado de "vender" la cumbre como un "éxito", pero ha sido uno de los fracasos mayores de la democracia europea, perpetrado contra la voluntad directa de los ciudadanos, que habían expresado en las encuestas su deseo de votat nuevamente cualquier tratado o solución que afectara al destino de la Europa común. Lo que ha ocurrido, realmente, es que los políticos, ante el miedo de que el pueblo rechace nuevamente su diseño de una Europa sin ciudadanos y sin voluntad popular, han aprobado las reformas sin contar con la ciudadanía, sin someter a referendum sus conclusiones y proyectos.

Y lo han hecho a pesar de que las encuestas, realizadas por la firma Harris, concluían que el 75 por ciento de los españoles, el 71 por ciento de los alemanes, el 69 por ciento de los británicos y el 64 por ciento de los franceses consideraban que la importancia del nuevo tratado requiere ser aprobado en referendum.

El gobierno español, presidido por el socialista Zapatero, ha sido patético al intentar vender como un "exito" propio las tristes conclusiones de una Europa que retrocede en democracia y en ciudadanía.

Estos políticos mequetrefes europeos, atiborrados de privilegios y de dinero, aunque todavía ávidos de más poder, han olvidado que en democracia lo importante no es lo que piensan los políticos y los burócratas, sino lo que pensamos cada uno de nosotros, los ciudadanos.

Es cierto que la falta de ideas motrices y de leyes comunes representaba un evidente trastorno para el funcionamiento de la Unión Europea, pero no es menos cierto que avanzar ignorando a los ciudadanos constituye la peor opción, una vía totalitaria y contraria a una democracia que siempre ha presidido el proceso de integración.

Si se profundiza en el análisis, lo que ha ocurrido es, en el fondo, terrible: ante el mandato claro enviado por la ciudadanía con su «no» al Tratado, los gobernantes europeos, inmersos en una decadencia cuajada de cobardía y renuncias a los principios y valores democráticos, tras mucho reflexionar, han llegado a la conclusión de que el verdadero problema son los ciudadanos.

En realidad, lo que ha triunfado en Europa es el espíritu elitista de la partitocracia, el alma de la oligocracia de partido que, tras dominar plenamente en España e Italia, está invadiendo a los restantes países de la vieja Europa, antes libre y ciudadana.

Cuando un sistema mira con recelo a sus ciudadanos y los señala como problema, eso significa que el totalitarismo está poniendo huevos en su alma.

Los políticos europeos se creen con derecho a imponer su voluntad a la ciudadanía. Desde su arrogancia elitista y oligárquica, piensan que los ciudadanos no están preparados para juzgar los grandes temas. En el fondo, ya los tratan con desprecio y, quizás sin saberlo, han emprendido el camino de Hitler y de Stalin, que terminaron tratando a sus pueblos como rebaños embrutecidos.

El primer tratado fue sometido a las urnas y no pasó la prueba. Los políticos han aprendido la lección y el nuevo tratado, al que han quitado ese nombre para evitar rechazo, será aprobado por la vía parlamentaria, es decir, por los propios políticos, sin duda una opción más segura y fiable para sus intereses de clase dominante.

Los acuerdos de la cumbre sólo garantizan la continuidad del dominio y de los privilegios de una clase política encargada de liderar Europa, pero no toca los grandes problemas europeos: la degradación de su democracia, su envejecimiento vertiginoso, su indefensión ante las invasiones musulmanas, su incapacidad para integrar a los inmigrantes, su escasa producción de patentes, su declive económico e industrial, su torpeza ante la innovación, su falta de impulso político, su divorcio entre políticos y ciudadanos, la caida en barrena de sus valores, la corrupción y la ineficiencia de su clase política, el desmontaje silencioso y casi clandestino del Estado de Bienestar...

Después de la cumbre tenemos una Europa definida por dos rasgos dramáticos: se construirá dando la espalda tanto a sus ciudadanos como a sus problemas reales, pero seguirá siendo el paraiso mundial de los políticos, tan ineficientes como privilegiados y atiborrados de poder.

FR

   
Viernes, 29 de Junio 2007
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