De izquierda a derecha: el nuevo líder del PP, la fuerte esperanza de cambio y el defenestrado fracasado
Pedro Sánchez y su corte de comunistas y enemigos de España temían a Ayuso porque saben que esa mujer podía derrotarles y porque ha demostrado que sabe arrebatarle al PSOE su mayor tesoro, que es favor popular y el fervor de los más pobres y humildes. En las últimas elecciones de Madrid, Ayuso fue masivamente votada por los que antes votaban socialista o comunista, a los que humilló con una derrota que les dolió mucho.
Curiosamente, aquella victoria de Madrid también escoció a la dirección del PP, en especial a García Egea, secretario general, y al alcalde madrileño Almeida, que la colocaron en el punto de mira y comenzaron a fraguar contra ella una conspiración oculta, para destruirla.
Los intereses del PSOE y del PP eran convergentes una vez más y terminaron por cooperar en el objetivo común de destrozar la carrera de Ayuso, demasiado brillante en un mundo de políticos mediocres y sin grandeza. A la presidenta madrileña le aplicaron el miserable principio de que al enemigo que no puedes derrotar, debes desacreditarlo ante sus seguidores.
La conspiración reunía todos los ingredientes de la peor bajeza política: miedo, envidia, celos, soberbia y una inmensa falta de ética, propia de políticos corruptos y de sociedades en descomposición.
El poder político de izquierdas aportó la munición, consistente en valiosos papeles extraídos ilegalmente del Ministerio de Hacienda, y sus envidiosos y celosos colegas del PP dispararon el fusil.
Pero la conspiración se les fue de las manos porque Ayuso tenía apoyos, sobre todo en las bases, y porque otros dirigentes del PP vieron la oportunidad de tomar el poder desplazando a Egea y al mismo Casado, torpes y ridículos en la gestión del acoso y derribo a la presidenta madrileña, que, inesperadamente, reaccionó con más valentía y brío del que esperaban las acomplejadas brigadas de mediocres de la vieja derecha española.
Todos los conspiradores se pusieron nerviosos y no sabían cómo salir del atolladero. Casado empezó a tambalearse y el PSOE se dio cuenta de que había metido la pata porque en lugar de eliminar a la peligrosa y temible Ayuso había liquidado a Casado, cuya debilidad hacía de él un candidato fácil e de derrotar en una contienda con el astuto y malicioso Sánchez, experto en oscuridades y cuchilladas invisibles.
El el PP, el desconcierto y la zozobra de los conspiradores era mayúsculo y los nervios se apoderaron de todos. El alcalde madrileño se asustó porque su papel en el acoso a Ayuso había sido fuerte y de su territorio había partido la orden de investigarla, a ella y a su familia, para encontrar munición mortal.
Casado y Egea temblaban, sobre todo cuando más de cinco mil militantes se concentraron ante la sede del PP pidiendo la dimisión del dúo que dirigía el partido, al que la totalidad de los barones, asustados y nerviosos, terminaron abandonando y defenestrando en un espectáculo triste y grotesco.
Eligieron como patrón al gallego Feijóo en una reunión clave de la que Ayuso fue excluida, bajo la excusa de que no era la presidenta del PP madrileño, del que, sin embargo, ella es la líder masivamente apoyada. Mal comienzo de un periodo bajo el mando de Feijóo, que representa continuidad y nada de regeneración ni cambios en las viejas estrategias y costumbres.
El PP, al pretender sepultar a Ayuso y elegir a Feijóo ha perdido una gran oportunidad para dar un viraje y convertirse en el auténtico centro-derecha que España necesita. Con el dirigente gallego al mando, el partido se deslizará con fuerza hacia el centro y se aproximará al PSOE, dejando grandes espacios a su derecha frustrados y emigrando masivamente a VOX, partido al que millones de españoles ya contemplan como la única esperanza de salvación para España.
Francisco Rubiales
Curiosamente, aquella victoria de Madrid también escoció a la dirección del PP, en especial a García Egea, secretario general, y al alcalde madrileño Almeida, que la colocaron en el punto de mira y comenzaron a fraguar contra ella una conspiración oculta, para destruirla.
Los intereses del PSOE y del PP eran convergentes una vez más y terminaron por cooperar en el objetivo común de destrozar la carrera de Ayuso, demasiado brillante en un mundo de políticos mediocres y sin grandeza. A la presidenta madrileña le aplicaron el miserable principio de que al enemigo que no puedes derrotar, debes desacreditarlo ante sus seguidores.
La conspiración reunía todos los ingredientes de la peor bajeza política: miedo, envidia, celos, soberbia y una inmensa falta de ética, propia de políticos corruptos y de sociedades en descomposición.
El poder político de izquierdas aportó la munición, consistente en valiosos papeles extraídos ilegalmente del Ministerio de Hacienda, y sus envidiosos y celosos colegas del PP dispararon el fusil.
Pero la conspiración se les fue de las manos porque Ayuso tenía apoyos, sobre todo en las bases, y porque otros dirigentes del PP vieron la oportunidad de tomar el poder desplazando a Egea y al mismo Casado, torpes y ridículos en la gestión del acoso y derribo a la presidenta madrileña, que, inesperadamente, reaccionó con más valentía y brío del que esperaban las acomplejadas brigadas de mediocres de la vieja derecha española.
Todos los conspiradores se pusieron nerviosos y no sabían cómo salir del atolladero. Casado empezó a tambalearse y el PSOE se dio cuenta de que había metido la pata porque en lugar de eliminar a la peligrosa y temible Ayuso había liquidado a Casado, cuya debilidad hacía de él un candidato fácil e de derrotar en una contienda con el astuto y malicioso Sánchez, experto en oscuridades y cuchilladas invisibles.
El el PP, el desconcierto y la zozobra de los conspiradores era mayúsculo y los nervios se apoderaron de todos. El alcalde madrileño se asustó porque su papel en el acoso a Ayuso había sido fuerte y de su territorio había partido la orden de investigarla, a ella y a su familia, para encontrar munición mortal.
Casado y Egea temblaban, sobre todo cuando más de cinco mil militantes se concentraron ante la sede del PP pidiendo la dimisión del dúo que dirigía el partido, al que la totalidad de los barones, asustados y nerviosos, terminaron abandonando y defenestrando en un espectáculo triste y grotesco.
Eligieron como patrón al gallego Feijóo en una reunión clave de la que Ayuso fue excluida, bajo la excusa de que no era la presidenta del PP madrileño, del que, sin embargo, ella es la líder masivamente apoyada. Mal comienzo de un periodo bajo el mando de Feijóo, que representa continuidad y nada de regeneración ni cambios en las viejas estrategias y costumbres.
El PP, al pretender sepultar a Ayuso y elegir a Feijóo ha perdido una gran oportunidad para dar un viraje y convertirse en el auténtico centro-derecha que España necesita. Con el dirigente gallego al mando, el partido se deslizará con fuerza hacia el centro y se aproximará al PSOE, dejando grandes espacios a su derecha frustrados y emigrando masivamente a VOX, partido al que millones de españoles ya contemplan como la única esperanza de salvación para España.
Francisco Rubiales