Felipe González ha perdido casi la totalidad de su liderazgo en el socialismo español, del que se ha apoderado Pedro Sánchez, un político situado en las antípodas, más cercano al Estado dictador que a la democracia y al estado de derecho que garantizan los derechos y libertades de los ciudadanos.
Felipe González representa a la vieja socialdemocracia, un sistema que asume la democracia y sus reglas desde la izquierda, pero aceptando libertades y derechos y renunciando a la dictadura del proletariado, mientras que el modelo que pretende implantar Pedro Sánchez es una adaptación del viejo comunismo, mezclado con el chavismo, que podría definirse como una "democracia sin libertad", lo que equivale a conservar las formas democráticas (elecciones, tres poderes básicos, libertad de expresión, etc), pero sin garantías y bajo el control y la vigilancia estricta de un Estado al que se le dota de más poder del necesario y que no admite, como ocurre en las democracia, ser controlado por la ciudadanía y una Justicia independiente.
En la España del presente, parte del antiguo PSOE socialdemórata rechaza las innovaciones totalitarias introducidas por Pedro Sánchez y, sobre todo, su estilo y falta de escrúpulos al pactar gobernar con comunistas e independentistas, incluyendo a partidos defensores del terrorismo. Ese sector del socialismo, capaz de pensar todavía en algo más que el reparto del botín del Estado, mira constantemente hacia Felipe González en busca de un liderazgo que el ex presidente rechaza porque prefiere mantenerse en su estatus de prócer o vaca sagrada millonaria, sin asumir los compromisos y riesgos de la lucha política directa.
La negativa de Felipe González a encabezar la rebelión de los socialistas auténticos contra Pedro Sánchez, unida a la debilidad y pobreza intelectual de la oposición española, dejan a Pedro Sánchez el camino libre para transformar España en la primera democracia castrada de Europa.
Muchos tachan de cobarde la negativa de Felipe a liderar en antisanchismo porque sus críticas jamás son rotundas y sus condenas a los abusos y traiciones del sanchismo parecen de terciopelo. La realidsd es que deja huérfana y débil a la oposición socialista, que rechaza el sesgo totalitario y chavista de Pedro Sánchez, que parece querer imponer un socialismo parecido al chino, pero con más disfraz democrático, aunque con el mismo control del Estado sobre las libertades y derechos ciudadanos.
Sin nada que ofrecer a un socialismo español que ha perdido gran parte de su carga ideológica y que ya sólo ansía poder, privilegios y reparto del botín del Estado, la oposición a Pedro Sánchez, huérfana también de un líder potente, languidece y se apaga cada día más.
El esquema político del sanchismo es el que se perfila detrás de lo que el gobierno español llama "Nueva Normalidad", que no es otra cosa que la antigua normalidad que regía en la España anterior al coronavirus, pero castrada y bajo control estricto de un gobierno que no se fía de su pueblo, que rechaza los controles democráticos y que se asoma peligrosamente al totalitarismo en su concepción del poder y del dominio.
Antes de la alianza con Pablo Iglesias, el sanchsmo era sólo una praxis sin apenas ideología, un método para controlar el poder controlando a los medios y escribiendo la historia cada día, una especie de engaño permanente cuya esencia es un poder desempeñado casi de manera absoluta por Pedro Sánchez y sus acólitos.
Pero después de su alianza con Podemos, el sanchismo se ha vuelto nocivo y peligroso porque asume criterios trasnochados y derrotados del viejo comunismo, que amenazan las libertades y que traen consigo la ruina económica porque espanta al dinero y asfixia a las empresas y crea desempleo, además de someter y castrar a la población.
Al practicar una política constantemente electoralista, cuyo único objetivo es controlar el poder y ganar las elecciones "como sea", el sanchsimo, por mucho que lo disimule a través de sus mentiras y del apoyo de su corifeo mediático comprado, no es más que una vulgar tiranía disfrazada de democracia, de las que merecen la rebeldía de los hombres y mujeres libres.
Francisco Rubiales
Felipe González representa a la vieja socialdemocracia, un sistema que asume la democracia y sus reglas desde la izquierda, pero aceptando libertades y derechos y renunciando a la dictadura del proletariado, mientras que el modelo que pretende implantar Pedro Sánchez es una adaptación del viejo comunismo, mezclado con el chavismo, que podría definirse como una "democracia sin libertad", lo que equivale a conservar las formas democráticas (elecciones, tres poderes básicos, libertad de expresión, etc), pero sin garantías y bajo el control y la vigilancia estricta de un Estado al que se le dota de más poder del necesario y que no admite, como ocurre en las democracia, ser controlado por la ciudadanía y una Justicia independiente.
En la España del presente, parte del antiguo PSOE socialdemórata rechaza las innovaciones totalitarias introducidas por Pedro Sánchez y, sobre todo, su estilo y falta de escrúpulos al pactar gobernar con comunistas e independentistas, incluyendo a partidos defensores del terrorismo. Ese sector del socialismo, capaz de pensar todavía en algo más que el reparto del botín del Estado, mira constantemente hacia Felipe González en busca de un liderazgo que el ex presidente rechaza porque prefiere mantenerse en su estatus de prócer o vaca sagrada millonaria, sin asumir los compromisos y riesgos de la lucha política directa.
La negativa de Felipe González a encabezar la rebelión de los socialistas auténticos contra Pedro Sánchez, unida a la debilidad y pobreza intelectual de la oposición española, dejan a Pedro Sánchez el camino libre para transformar España en la primera democracia castrada de Europa.
Muchos tachan de cobarde la negativa de Felipe a liderar en antisanchismo porque sus críticas jamás son rotundas y sus condenas a los abusos y traiciones del sanchismo parecen de terciopelo. La realidsd es que deja huérfana y débil a la oposición socialista, que rechaza el sesgo totalitario y chavista de Pedro Sánchez, que parece querer imponer un socialismo parecido al chino, pero con más disfraz democrático, aunque con el mismo control del Estado sobre las libertades y derechos ciudadanos.
Sin nada que ofrecer a un socialismo español que ha perdido gran parte de su carga ideológica y que ya sólo ansía poder, privilegios y reparto del botín del Estado, la oposición a Pedro Sánchez, huérfana también de un líder potente, languidece y se apaga cada día más.
El esquema político del sanchismo es el que se perfila detrás de lo que el gobierno español llama "Nueva Normalidad", que no es otra cosa que la antigua normalidad que regía en la España anterior al coronavirus, pero castrada y bajo control estricto de un gobierno que no se fía de su pueblo, que rechaza los controles democráticos y que se asoma peligrosamente al totalitarismo en su concepción del poder y del dominio.
Antes de la alianza con Pablo Iglesias, el sanchsmo era sólo una praxis sin apenas ideología, un método para controlar el poder controlando a los medios y escribiendo la historia cada día, una especie de engaño permanente cuya esencia es un poder desempeñado casi de manera absoluta por Pedro Sánchez y sus acólitos.
Pero después de su alianza con Podemos, el sanchismo se ha vuelto nocivo y peligroso porque asume criterios trasnochados y derrotados del viejo comunismo, que amenazan las libertades y que traen consigo la ruina económica porque espanta al dinero y asfixia a las empresas y crea desempleo, además de someter y castrar a la población.
Al practicar una política constantemente electoralista, cuyo único objetivo es controlar el poder y ganar las elecciones "como sea", el sanchsimo, por mucho que lo disimule a través de sus mentiras y del apoyo de su corifeo mediático comprado, no es más que una vulgar tiranía disfrazada de democracia, de las que merecen la rebeldía de los hombres y mujeres libres.
Francisco Rubiales