Aunque Zapatero afirma que su gobierno es portador de más democracia y de mayor protagonismo de los ciudadanos, los hechos son tozudos y proyectan síntomas preocupantes de prácticas totalitarias y de democracia degradada en algunas tierras de España, sobre todo en Cataluña, territorio donde mandan sus “socios” de gobierno y donde los aires intervencionistas, autoritarios y fanáticos soplan cada día más fuerte.
Es sintomático que el peor insulto que los nacionalistas catalanes lanzan contra Albert Boadella y los demás miembros del recién creado partido “Ciutadans de Catalunya” sea el de “intelectual”. Que un artista de talla de Boadella se queje de que las bandas exaltadas catalanas le insulten, boicoteen y le acusen de fascista no es menos sintomático. Cuando una sociedad odia a sus intelectuales es que está enferma e invadida por la barbarie.
La historia demuestra que todo régimen totalitario y dictatorial odia la cultura libre, desconfía del trabajo intelectual y ha colocado siempre a sus intelectuales bajo sospecha. Stalin pobló Siberia de escritores, artistas e ingenieros que cometieron el pecado de pensar y disentir. El jmer rojo Pol Pot, para liberar a su país (Camboya) de toda influencia occidental, llegó a ordenar que matasen a todo el que llevase gafas, porque ese “bestia” pensaba que los que llevaban gafas eran peligrosos intelectuales.
En otro espacio de España también dominado por el nacionalismo extremo, el País Vasco, decenas de miles de personas han tenido que huir y establecerse en otras regiones de España, abandonando sus hogares y puestos de trabajo, para que no les peguen un tiro, ante la indiferencia cruel del nacionalismo gobernante.
El gobierno español debería asumir sin titubeos que el ambiente en esas tierras españolas, intolerante, cargado de tensión, de rechazo a la inteligencia libre, de odio y recelo ante el extraño, es demasiado parecido al de las vísperas del stalinismo en Rusia y del nazismo en Alemania. La sociedad catalana y vasca deberían reflexionar sobre el hecho histórico incuestionable de que, después del odio a los intelectuales y a los que tienen ideas contrarias, han llegado demasiadas veces las hogueras, la picota y el potro de tortura.
Es sintomático que el peor insulto que los nacionalistas catalanes lanzan contra Albert Boadella y los demás miembros del recién creado partido “Ciutadans de Catalunya” sea el de “intelectual”. Que un artista de talla de Boadella se queje de que las bandas exaltadas catalanas le insulten, boicoteen y le acusen de fascista no es menos sintomático. Cuando una sociedad odia a sus intelectuales es que está enferma e invadida por la barbarie.
La historia demuestra que todo régimen totalitario y dictatorial odia la cultura libre, desconfía del trabajo intelectual y ha colocado siempre a sus intelectuales bajo sospecha. Stalin pobló Siberia de escritores, artistas e ingenieros que cometieron el pecado de pensar y disentir. El jmer rojo Pol Pot, para liberar a su país (Camboya) de toda influencia occidental, llegó a ordenar que matasen a todo el que llevase gafas, porque ese “bestia” pensaba que los que llevaban gafas eran peligrosos intelectuales.
En otro espacio de España también dominado por el nacionalismo extremo, el País Vasco, decenas de miles de personas han tenido que huir y establecerse en otras regiones de España, abandonando sus hogares y puestos de trabajo, para que no les peguen un tiro, ante la indiferencia cruel del nacionalismo gobernante.
El gobierno español debería asumir sin titubeos que el ambiente en esas tierras españolas, intolerante, cargado de tensión, de rechazo a la inteligencia libre, de odio y recelo ante el extraño, es demasiado parecido al de las vísperas del stalinismo en Rusia y del nazismo en Alemania. La sociedad catalana y vasca deberían reflexionar sobre el hecho histórico incuestionable de que, después del odio a los intelectuales y a los que tienen ideas contrarias, han llegado demasiadas veces las hogueras, la picota y el potro de tortura.