La "Comisión Europea", cada día más incómoda ante su creciente pérdida de poder y su sometimiento a los gobiernos, lo ha advertido varias veces: cualquier nuevo avance hacia la integración, constitución o texto básico que pretenda apuntalar la Unión deberá otorgar más protagonismo al ciudadano.
A pesar de que todos los gobiernos europeos rechazan la parálisis de la Unión y afirman querer reactivar el proceso de integración, la Constitución Europea que con tanto mimo apoyo y redacto Valery Giscard y que España aprobó en referendum está hoy muerta y enterrada, sin que ninguno de los líderes políticos que la impulsaron y defendieron se atreva a mencionarla siquiera porque ahora es un cadaver maldito que contamina políticamente y que, en su día, puso en evidencia las carencias y vergüenzas de las democracias europeas, cada día más controladas por los políticos profesionales y más divorciada de los ciudadanos.
José María Aznar fue sincero y osado cuando explicó en en Lisboa, en 2006, que la razón del fracaso de la Constitución Europea fue nada menos que "sus principales mentores intentaron engañar a los ciudadanos europeos".
Coincidimos con el análisis Aznar, aunque no nos cabe duda de que él, si hubiera estado al frente del gobierno de España, también habría recomendado el "sí", como hizo su partido en España, aunque es cierto que sin demasiado entusiasmo.
Ahora resulta que España, con aquel "si" que Zapatero quería que sirviera para dar un ejemplo a Europa y para abrir el camino del éxito a la nueva Constitución, hizo el ridículo. No sólo no sirvió para nada, sino que el "si" de España demostró a toda Europa que la sociedad española piensa poco, que analiza menos y que es hoy, seguramente, la más sometida de Europa a la voluntad de sus políticos.
La Constitución, por mucho que dijeran entonces sus defensores, era (como siempre defendió Voto en Blanco) un monumento al pasado, un texto lleno de carencias cuyo mayor pecado fue el de estar infinitamente lejos de la Europa real, sobre todo de los ciudadanos y de sus inquietudes. Era aquel un texto parido por políticos y redactado para beneficio exclusivo de los políticos con un desconocimiento insultante de las aspiraciones ciudadanas y con un engreimiento elitista digno de rechazo, como afortunadamente ocurrió, algo que los demócratas europeos que buscamos la regeneración debemos agradecer siempre a las sociedades de Francia y Holanda, que rechazaron aquella patraña que Aznar califica hoy de "engaño" a la ciudadanía.
La Constitución Europea fracasó porque fue un documento parido por el nuevo "fascismo democrático" que domina Europa, el de unos partidos políticos y gobiernos cada día más autoritarios que han adaptado la democracia a sus propios intereses y cuya mayor obsesión es el dominio y el poder, al margen de los ciudadanos.
A pesar de que todos los gobiernos europeos rechazan la parálisis de la Unión y afirman querer reactivar el proceso de integración, la Constitución Europea que con tanto mimo apoyo y redacto Valery Giscard y que España aprobó en referendum está hoy muerta y enterrada, sin que ninguno de los líderes políticos que la impulsaron y defendieron se atreva a mencionarla siquiera porque ahora es un cadaver maldito que contamina políticamente y que, en su día, puso en evidencia las carencias y vergüenzas de las democracias europeas, cada día más controladas por los políticos profesionales y más divorciada de los ciudadanos.
José María Aznar fue sincero y osado cuando explicó en en Lisboa, en 2006, que la razón del fracaso de la Constitución Europea fue nada menos que "sus principales mentores intentaron engañar a los ciudadanos europeos".
Coincidimos con el análisis Aznar, aunque no nos cabe duda de que él, si hubiera estado al frente del gobierno de España, también habría recomendado el "sí", como hizo su partido en España, aunque es cierto que sin demasiado entusiasmo.
Ahora resulta que España, con aquel "si" que Zapatero quería que sirviera para dar un ejemplo a Europa y para abrir el camino del éxito a la nueva Constitución, hizo el ridículo. No sólo no sirvió para nada, sino que el "si" de España demostró a toda Europa que la sociedad española piensa poco, que analiza menos y que es hoy, seguramente, la más sometida de Europa a la voluntad de sus políticos.
La Constitución, por mucho que dijeran entonces sus defensores, era (como siempre defendió Voto en Blanco) un monumento al pasado, un texto lleno de carencias cuyo mayor pecado fue el de estar infinitamente lejos de la Europa real, sobre todo de los ciudadanos y de sus inquietudes. Era aquel un texto parido por políticos y redactado para beneficio exclusivo de los políticos con un desconocimiento insultante de las aspiraciones ciudadanas y con un engreimiento elitista digno de rechazo, como afortunadamente ocurrió, algo que los demócratas europeos que buscamos la regeneración debemos agradecer siempre a las sociedades de Francia y Holanda, que rechazaron aquella patraña que Aznar califica hoy de "engaño" a la ciudadanía.
La Constitución Europea fracasó porque fue un documento parido por el nuevo "fascismo democrático" que domina Europa, el de unos partidos políticos y gobiernos cada día más autoritarios que han adaptado la democracia a sus propios intereses y cuya mayor obsesión es el dominio y el poder, al margen de los ciudadanos.