Muchos que aseguraban hace sólo un par de años que "el PP jamás gobernará en Andalucía", ahora hablan de "la necesidad del cambio"; los que llamaban a Arenas "señorito" ahora le llaman "querido Javier". Miles de sevillanos que lamieron las botas del socialismo durante las últimas décadas y se atiborraron de favores del poder, subvenciones y contratos públicos, peregrinan ahora hacia la sede del PP para saludar a los futuros "nuevos amos" y congraciarse con ellos. Es el espectáculo de la sumisión cobarde de esa parte peor de Sevilla, obsesionada por posicionarse al lado del que manda, que no cree en otra cosa que en el dinero, que carece de sentido crítico y que está a años luz de la libertad y de la verdadera dignidad ciudadana.
Javier Arenas no tiene ya agenda para recibir hasta la primavera próxima, ni tampoco su segundo, Antonio Sanz. Ya reciben a la interminable marea de "peticionarios" hasta los terceros niveles del partido, incluyendo a las secretarias de los responsables políticos.
La gaviota del PP, a la que gran parte de los empresarios y poderosos de Andalucía han disparado con perdigón durante décadas, parece ahora un águila imperial en Sevilla.
Un periodista ha escrito un libro oportuno sobre Juan Ignacio Zoido, candidato a alcalde de Sevilla por el PP, que fue presentado hace pocos días. A las presentaciones de libros en Sevilla suelen acudir, como muchos, algunas decenas de personas inquietas y adictas a la cultura, pero ese día acudieron más de mil y había gente hasta en las escaleras y pasillos.
Parece increíble, pero el periódico más socialista de la ciudad, el Correo de Andalucía, acaba de invitar a Soraya Saénz de Santamaría para que pronuncie una conferencia.
Un alto dirigente del PP andaluz me confirma que están abrumados por las peticiones para que los líderes de su partido acudan a reuniones, coloquios y conferencias en foros, instituciones, asociaciones y hasta peñas culturales y deportivas.
Hace pocos días, el Foro Joly, el más prestigioso de la ciudad, acogió en su tribuna a Antonio Sanz, secretario general del PP de Andalucía, que fue presentado por Rajoy. Los organizadores, sorprendidos por la avalancha de peticiones, tuvieron que dejar fuera a cientos de aspirantes a invitados. El salón estaba abarrotado y entre los asistentes sorprendían decenas de ex altos cargos socialistas y numerosos empresarios, antes incondicionales "pro socialistas", expertos en cazar subvenciones y contratos públicos, que, sin rubor alguno, acudian para arrimarse al nuevo poder emergente.
Especialmente numerosos eran los del sector del ladrillo, cómplices del urbanismo insaciable y corrupto, motor de la economía andaluza en los últimos 15 años, maestros en recalificaciones y amigos del poder socialista, del que obtuvieron una pingüe cosecha de ayudas, favores y contratos públicos.
Cuando contemplé ese deprimente espectáculo del foro, transformado en un baboso besamanos donde todos querían conversar o hacerse una foto con Rajoy, Arenas, Montoro, Sanz y otros dirigentes del PP, descubrí que la indigna sumisión y el cambio de chaqueta eran ni más ni menos que el oportunista y escandaloso anticipo de una futura probable victoria de la derecha en las próximas elecciones autonómicas.
Dicen que los indios apaches tenían la mejor nariz de toda la raza humana, capaz de detectar al rostro pálido a más de un kilómetro de distancia, pero la nariz de la Sevilla sometida supera la del apache porque es capaz de detectar el poder con más de dos años de anticipación.
Al comentar el espectáculo del foro con un periodista independiente y lúcido, compañero de trabajo, me dijo que en modo alguno aquel era un espectáculo sorprendente y explicó: "Sevilla es una ciudad adicta a las subvenciones y al poder. Quizás la culpa sea de que es la sede de la Junta de Andalucía y de que el gobierno andaluz representa más del 50 por ciento de la economía de la ciudad. La primera empresa de Sevilla no es Abengoa, ni Sevillana-Endesa, sino el hospital público Virgen del Rocío. De cada diez grandes empresas sevillanas, ocho dependen del gobierno para sobrevivir. En el sector de la obra pública, la construcción y la promoción inmobiliaria, la dependencia es todavía mayor. Es lógico que se arrodillen ante los que serán pronto los nuevos administradores del dinero público".
Por desgracia, yo no puedo asumir con tanta normalidad el sucio fenómeno de la cobardía y de la sumisión sin principios en la ciudad donde vivo y crece mi familia. Creo que la cobardía y la sumisión son semillas intolerables de la esclavitud, la dictadura y la indecencia. Me cuesta mucho convivir con gente cuya principal obsesión es lamer el tobillo de los que mandan.
El psiquiatra Jaime Rodríguez Sacristán, autor del primer estudio sobre la personalidad del sevillano, los clasifica en cinco grupos, algunos de ellos esperanzadores, como el "crítico", el "raro" y el "independiente", capaces de abrirse al mundo, de ser críticos y de romper con la sumisión, la cobardía y el culto desmedido a las tradiciones, pero la ciudad sigue dominada por el sevillano "tradicional" y el "topico", donde se dan los comportamientos cerrados y los que, para triunfar, recurren a la lisonja, la sumisión, la cobardía y el figureo.
Sevilla, más que un "cambio" de gobierno necesita una regeneración y una poderosa inyección de ética, valentía, hidalguía y orgullo civico, que la mantengan libre de la mucha contaminación que irradia el inmenso poder político de la Junta, casi tan denso y asfixiante como el que saturaba la atmósfera de Moscú, en tiempos de Leónidas Breznev.
Javier Arenas no tiene ya agenda para recibir hasta la primavera próxima, ni tampoco su segundo, Antonio Sanz. Ya reciben a la interminable marea de "peticionarios" hasta los terceros niveles del partido, incluyendo a las secretarias de los responsables políticos.
La gaviota del PP, a la que gran parte de los empresarios y poderosos de Andalucía han disparado con perdigón durante décadas, parece ahora un águila imperial en Sevilla.
Un periodista ha escrito un libro oportuno sobre Juan Ignacio Zoido, candidato a alcalde de Sevilla por el PP, que fue presentado hace pocos días. A las presentaciones de libros en Sevilla suelen acudir, como muchos, algunas decenas de personas inquietas y adictas a la cultura, pero ese día acudieron más de mil y había gente hasta en las escaleras y pasillos.
Parece increíble, pero el periódico más socialista de la ciudad, el Correo de Andalucía, acaba de invitar a Soraya Saénz de Santamaría para que pronuncie una conferencia.
Un alto dirigente del PP andaluz me confirma que están abrumados por las peticiones para que los líderes de su partido acudan a reuniones, coloquios y conferencias en foros, instituciones, asociaciones y hasta peñas culturales y deportivas.
Hace pocos días, el Foro Joly, el más prestigioso de la ciudad, acogió en su tribuna a Antonio Sanz, secretario general del PP de Andalucía, que fue presentado por Rajoy. Los organizadores, sorprendidos por la avalancha de peticiones, tuvieron que dejar fuera a cientos de aspirantes a invitados. El salón estaba abarrotado y entre los asistentes sorprendían decenas de ex altos cargos socialistas y numerosos empresarios, antes incondicionales "pro socialistas", expertos en cazar subvenciones y contratos públicos, que, sin rubor alguno, acudian para arrimarse al nuevo poder emergente.
Especialmente numerosos eran los del sector del ladrillo, cómplices del urbanismo insaciable y corrupto, motor de la economía andaluza en los últimos 15 años, maestros en recalificaciones y amigos del poder socialista, del que obtuvieron una pingüe cosecha de ayudas, favores y contratos públicos.
Cuando contemplé ese deprimente espectáculo del foro, transformado en un baboso besamanos donde todos querían conversar o hacerse una foto con Rajoy, Arenas, Montoro, Sanz y otros dirigentes del PP, descubrí que la indigna sumisión y el cambio de chaqueta eran ni más ni menos que el oportunista y escandaloso anticipo de una futura probable victoria de la derecha en las próximas elecciones autonómicas.
Dicen que los indios apaches tenían la mejor nariz de toda la raza humana, capaz de detectar al rostro pálido a más de un kilómetro de distancia, pero la nariz de la Sevilla sometida supera la del apache porque es capaz de detectar el poder con más de dos años de anticipación.
Al comentar el espectáculo del foro con un periodista independiente y lúcido, compañero de trabajo, me dijo que en modo alguno aquel era un espectáculo sorprendente y explicó: "Sevilla es una ciudad adicta a las subvenciones y al poder. Quizás la culpa sea de que es la sede de la Junta de Andalucía y de que el gobierno andaluz representa más del 50 por ciento de la economía de la ciudad. La primera empresa de Sevilla no es Abengoa, ni Sevillana-Endesa, sino el hospital público Virgen del Rocío. De cada diez grandes empresas sevillanas, ocho dependen del gobierno para sobrevivir. En el sector de la obra pública, la construcción y la promoción inmobiliaria, la dependencia es todavía mayor. Es lógico que se arrodillen ante los que serán pronto los nuevos administradores del dinero público".
Por desgracia, yo no puedo asumir con tanta normalidad el sucio fenómeno de la cobardía y de la sumisión sin principios en la ciudad donde vivo y crece mi familia. Creo que la cobardía y la sumisión son semillas intolerables de la esclavitud, la dictadura y la indecencia. Me cuesta mucho convivir con gente cuya principal obsesión es lamer el tobillo de los que mandan.
El psiquiatra Jaime Rodríguez Sacristán, autor del primer estudio sobre la personalidad del sevillano, los clasifica en cinco grupos, algunos de ellos esperanzadores, como el "crítico", el "raro" y el "independiente", capaces de abrirse al mundo, de ser críticos y de romper con la sumisión, la cobardía y el culto desmedido a las tradiciones, pero la ciudad sigue dominada por el sevillano "tradicional" y el "topico", donde se dan los comportamientos cerrados y los que, para triunfar, recurren a la lisonja, la sumisión, la cobardía y el figureo.
Sevilla, más que un "cambio" de gobierno necesita una regeneración y una poderosa inyección de ética, valentía, hidalguía y orgullo civico, que la mantengan libre de la mucha contaminación que irradia el inmenso poder político de la Junta, casi tan denso y asfixiante como el que saturaba la atmósfera de Moscú, en tiempos de Leónidas Breznev.