viñeta de www.lakodorniz.com
Estuve esta semana en un comedor sevillano regentado por monjas. Había allí decenas de personas, en su mayoría bien vestidas y con rostro digno, aunque humillado por la pobreza. Muchos no pudieron entrar y fueron reenviados a comedores de Cáritas porque no quedaba espacio ni comida. Uno de los que lograron un sitio, hablando con su compañero de mesa, le decía: "Fíjate que vergüenza, la Iglesia ayuda a los pobres y el PSOE a los ricos".
La frase, escuchada en un comedor que acoge a los indigentes de siempre a y los nuevos pobres generados por la actual crisis, cada día más numerosos, suena dura y terrible pero está cargada de verdad. Ante el embate salvaje de la crisis contra la prosperidad, el socialismo español ha concentrado su esfuerzo en apuntalar a los banqueros y al sistema financiero, mientras que la Iglesia Católica, odiada por el poder y denostada como "amiga de los ricos", está concentrando sus energías en ampliar sus servicios sociales y en atender a la creciente masa de nuevos pobres producidos por la crisis.
Los comedores de Cáritas y de otras instituciones religiosas están desbordados, mientras que Zapatero y los suyos están obsesionados por ser invitados a la cumbre de Washington y por demostrar que existen fondos ilimitados para garantizar los depósitos y la fiabilidad del sistema bancario.
Lo que la realidad nos muestra es toda una dolorosa paradoja que nos carga de razón a los que nos consideramos hijos de una izquierda honrada del pasado, que tal vez sólo existió en nuestra imaginación, y renegamos hoy de la izquierda indecente del presente, más próxima al capital que al sufrimiento y más amiga del poder que de la justicia y la decencia.
Zapatero, cuya militancia anticristiana es paradigmática, debería abandonar temporalmente su alienación de millonario que vive en la Moncloa y visitar un comedor de Cáritas. Allí vería la realidad cruda que su mal gobierno está generando día a día. Quizás el sobrecogedor ambiente que allí contemple le ayude a entender la realidad y a descubrir que un gobernante no debe permanecer en el poder más de dos o tres años porque el lujo, la arrogancia y la riqueza le alienan, le alejan de la realidad y terminan convirtiéndole en un energúmeno engreido, ajeno a su pueblo.
Si Zapatero se pusiera en una de las numerosas colas que los desheredados y derrotados padecen cada día para poder comer, quizás comprendiera que la única batalla que merecía la pena librar, sobre todo para alguien que se declara de izquierdas, es la lucha contra la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la humillación cotidiana de los humildes ante los poderosos, especialmente ante el poder ostentoso y arrogante de los malditos malos políticos.
La frase, escuchada en un comedor que acoge a los indigentes de siempre a y los nuevos pobres generados por la actual crisis, cada día más numerosos, suena dura y terrible pero está cargada de verdad. Ante el embate salvaje de la crisis contra la prosperidad, el socialismo español ha concentrado su esfuerzo en apuntalar a los banqueros y al sistema financiero, mientras que la Iglesia Católica, odiada por el poder y denostada como "amiga de los ricos", está concentrando sus energías en ampliar sus servicios sociales y en atender a la creciente masa de nuevos pobres producidos por la crisis.
Los comedores de Cáritas y de otras instituciones religiosas están desbordados, mientras que Zapatero y los suyos están obsesionados por ser invitados a la cumbre de Washington y por demostrar que existen fondos ilimitados para garantizar los depósitos y la fiabilidad del sistema bancario.
Lo que la realidad nos muestra es toda una dolorosa paradoja que nos carga de razón a los que nos consideramos hijos de una izquierda honrada del pasado, que tal vez sólo existió en nuestra imaginación, y renegamos hoy de la izquierda indecente del presente, más próxima al capital que al sufrimiento y más amiga del poder que de la justicia y la decencia.
Zapatero, cuya militancia anticristiana es paradigmática, debería abandonar temporalmente su alienación de millonario que vive en la Moncloa y visitar un comedor de Cáritas. Allí vería la realidad cruda que su mal gobierno está generando día a día. Quizás el sobrecogedor ambiente que allí contemple le ayude a entender la realidad y a descubrir que un gobernante no debe permanecer en el poder más de dos o tres años porque el lujo, la arrogancia y la riqueza le alienan, le alejan de la realidad y terminan convirtiéndole en un energúmeno engreido, ajeno a su pueblo.
Si Zapatero se pusiera en una de las numerosas colas que los desheredados y derrotados padecen cada día para poder comer, quizás comprendiera que la única batalla que merecía la pena librar, sobre todo para alguien que se declara de izquierdas, es la lucha contra la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la humillación cotidiana de los humildes ante los poderosos, especialmente ante el poder ostentoso y arrogante de los malditos malos políticos.