Hace muchos años que los expertos europeos vienen advirtiendo que el foso que separa a los ciudadanos de los políticos es cada día más grande. El rechazo de los ciudadanos franceses y holandeses, vía referendum, del proyecto de Constitución Europea y el "no" de Irlanda al Tratado de Lisboa fueron la constatación de que esa separación, todo un cáncer para la democracia, es una realidad hiriente y preocupante.
En lugar de reaccionar ante la evidencia de que los ciudadanos están diciendo constantemente “NO” a una Europa como la actual, controlada por los gobiernos, poblada de políticos profesionales y sin poder de decisión ni protagonismo alguno de los ciudadanos, los gobiernos europeos han optado por diseñar el futuro de Europa manteniendo a los ciudadanos al margen.
Los políticos europeos tienen miedo a sus ciudadanos y han decidido marginarlos del proceso de toma de decisiones. Saben que los ciudadanos piensan de modo diferente a sus castas políticas y, en lugar de someterse al poder soberano que el ciudadano tiene en democracia, han optado por la vileza de construir la Europa que ellos desean, al margen de los criterios de la ciudadanía.
Ese pecado de los políticos convierte a la actual Unión en una entidad bastarda, que solo interesa a los políticos profesionales, que la han convertido en una mezcla de excusa para los fracasos, refugio para los políticos desgastados y escenario secundario para ampliar sus poderes y privilegios.
Las subvenciones y ayudas europeas son gestionadas y administradas por unos gobiernos que, cuando no son finalistas, las derivan hacia sus amigos y aliados, mientras que las niegan a sus adversarios. Los políticos utilizan la Unión Europea para aumentar su poder y para marginar todavía más a los ciudadanos. Aquella “Europa de los ciudadanos” e incluso el sueño de la “Europa de los pueblos” son hoy cadáveres abandonados por estirpes de políticos elitistas que han preferido construir, contra la opinión de sus “subditos”, la “Europa de los políticos”.
Por estas y otras muchas razones, votar en las próximas elecciones europeas carece de sentido para un verdadero demócrata, salvo que aproveche su momento de poder para reprochar con dureza a los constructores de una Europa extraña al ciudadano que su actitud traiciona los principios democráticos.
El asesinato de aquel hermoso y esperanzador poryecto de la "Europa de los Ciudadanos", nacido a finales del siglo XX, por parte de los partidos políticos y los gobiernos, constituye un lastre decisivo en la construcción de Europa y motivo suficiente para que los ciudadanos hagan morder el polvo a sus políticos en el único momento en que pueden hacerlo: cuando se abren las urnas.
Ese sentimiento de "rechazo a la casta" explica el fenómeno de que una parte creciente e importante de los ciudadanos de Europa hayan decidido abstenerse o decir “NO” cuando son consultados. La clave está en que la democracia europea está enferma y que esa enfermedad que padece tiene su origen en la altivez de los políticos y en el desencanto de unos ciudadanos que, aunque lo hayan olvidado los políticos, son los únicos dueños de la soberanía y los únicos que tienen capacidad para legitimar el sistema.
Ese “divorcio” entre ciudadanos y políticos intensifica y acelera la decadencia de Europa y es el culpable de que la hasta no hace mucho pujante Europa, protagonista de un ilusionante proyecto de integración que fascinó al mundo, está hoy postrada, semiparalizada, decaída y dominada por el aburrimiento y el cansancio.
Consciente de su incapacidad para implicar a los ciudadanos, el gobierno comunitario ha optado por dialogar con los gobiernos, transformando el viejo proyecto de una "Europa de los ciudadanos" en una vulgar y retrógrada "Europa de los políticos profesionales", lo que representa un retorno al peligroso espíritu de la primera mitad del siglo XX, el que hizo posible dos terribles guerras mundiales.
La enfermedad de Europa son sus gobiernos y sus estructura políticas, trasnochadas, decadentes, alejadas de los ciudadanos, desprestigiadas y aburridas. La Europa de los partidos políticos y de los políticos profesionales ya no tiene capacidad para entusiasmar, ni siquiera para embarcar a su gente en un proyecto común.
A esta Europa dominada por políticos profesionales le faltan demasiadas cosas básicas, entre ellas la generosidad de sus políticos para regenerar la democracia, ceder soberanía y permitir controles populares a su gestión, un entorno fiscal común, una legislación común o, por lo menos, complementaria, una Justicia homogénea y más, mucho más espíritu de cooperación e integración.
Los ciudadanos siempre han querido una unidad y un destino común que los políticos, por miedo a perder privilegios y poder, siempre han frenado. Ahora, los ciudadanos, frustrados y decepcionados, han perdido el impulso y el interés por una Europa frustrante y contaminada por el déficit democrático.
El mayor drama de esta “Europa de los políticos” es su comportamiento político arrogante, cada día más alejado de unos ciudadanos que sienten un frío creciente ante lo que, sin serlo, llaman democracia. Los políticos europeos han eclipsado la sociedad civil porque la consideran un peligro para sus privilegios y han anulado y aislado al ciudadano, conscientes de que es más fácil gobernar a seres solitarios y aburridos que a gente organizada, ilusionada y con capacidad de unirse. Los políticos europeos se han profesionalizado y perdido todo esa generosidad y espíritu "amateur" sin los cuales la democracia se torna oligocracia. Los partidos políticos, en lugar de actuar como potenciadores de la participación ciudadana y elementos democratizadores, han monopolizado la política y son ya el mayor adversario de la ciudadanía y el gran obstáculo que impide la regeneración de la democracia.
En lugar de reaccionar ante la evidencia de que los ciudadanos están diciendo constantemente “NO” a una Europa como la actual, controlada por los gobiernos, poblada de políticos profesionales y sin poder de decisión ni protagonismo alguno de los ciudadanos, los gobiernos europeos han optado por diseñar el futuro de Europa manteniendo a los ciudadanos al margen.
Los políticos europeos tienen miedo a sus ciudadanos y han decidido marginarlos del proceso de toma de decisiones. Saben que los ciudadanos piensan de modo diferente a sus castas políticas y, en lugar de someterse al poder soberano que el ciudadano tiene en democracia, han optado por la vileza de construir la Europa que ellos desean, al margen de los criterios de la ciudadanía.
Ese pecado de los políticos convierte a la actual Unión en una entidad bastarda, que solo interesa a los políticos profesionales, que la han convertido en una mezcla de excusa para los fracasos, refugio para los políticos desgastados y escenario secundario para ampliar sus poderes y privilegios.
Las subvenciones y ayudas europeas son gestionadas y administradas por unos gobiernos que, cuando no son finalistas, las derivan hacia sus amigos y aliados, mientras que las niegan a sus adversarios. Los políticos utilizan la Unión Europea para aumentar su poder y para marginar todavía más a los ciudadanos. Aquella “Europa de los ciudadanos” e incluso el sueño de la “Europa de los pueblos” son hoy cadáveres abandonados por estirpes de políticos elitistas que han preferido construir, contra la opinión de sus “subditos”, la “Europa de los políticos”.
Por estas y otras muchas razones, votar en las próximas elecciones europeas carece de sentido para un verdadero demócrata, salvo que aproveche su momento de poder para reprochar con dureza a los constructores de una Europa extraña al ciudadano que su actitud traiciona los principios democráticos.
El asesinato de aquel hermoso y esperanzador poryecto de la "Europa de los Ciudadanos", nacido a finales del siglo XX, por parte de los partidos políticos y los gobiernos, constituye un lastre decisivo en la construcción de Europa y motivo suficiente para que los ciudadanos hagan morder el polvo a sus políticos en el único momento en que pueden hacerlo: cuando se abren las urnas.
Ese sentimiento de "rechazo a la casta" explica el fenómeno de que una parte creciente e importante de los ciudadanos de Europa hayan decidido abstenerse o decir “NO” cuando son consultados. La clave está en que la democracia europea está enferma y que esa enfermedad que padece tiene su origen en la altivez de los políticos y en el desencanto de unos ciudadanos que, aunque lo hayan olvidado los políticos, son los únicos dueños de la soberanía y los únicos que tienen capacidad para legitimar el sistema.
Ese “divorcio” entre ciudadanos y políticos intensifica y acelera la decadencia de Europa y es el culpable de que la hasta no hace mucho pujante Europa, protagonista de un ilusionante proyecto de integración que fascinó al mundo, está hoy postrada, semiparalizada, decaída y dominada por el aburrimiento y el cansancio.
Consciente de su incapacidad para implicar a los ciudadanos, el gobierno comunitario ha optado por dialogar con los gobiernos, transformando el viejo proyecto de una "Europa de los ciudadanos" en una vulgar y retrógrada "Europa de los políticos profesionales", lo que representa un retorno al peligroso espíritu de la primera mitad del siglo XX, el que hizo posible dos terribles guerras mundiales.
La enfermedad de Europa son sus gobiernos y sus estructura políticas, trasnochadas, decadentes, alejadas de los ciudadanos, desprestigiadas y aburridas. La Europa de los partidos políticos y de los políticos profesionales ya no tiene capacidad para entusiasmar, ni siquiera para embarcar a su gente en un proyecto común.
A esta Europa dominada por políticos profesionales le faltan demasiadas cosas básicas, entre ellas la generosidad de sus políticos para regenerar la democracia, ceder soberanía y permitir controles populares a su gestión, un entorno fiscal común, una legislación común o, por lo menos, complementaria, una Justicia homogénea y más, mucho más espíritu de cooperación e integración.
Los ciudadanos siempre han querido una unidad y un destino común que los políticos, por miedo a perder privilegios y poder, siempre han frenado. Ahora, los ciudadanos, frustrados y decepcionados, han perdido el impulso y el interés por una Europa frustrante y contaminada por el déficit democrático.
El mayor drama de esta “Europa de los políticos” es su comportamiento político arrogante, cada día más alejado de unos ciudadanos que sienten un frío creciente ante lo que, sin serlo, llaman democracia. Los políticos europeos han eclipsado la sociedad civil porque la consideran un peligro para sus privilegios y han anulado y aislado al ciudadano, conscientes de que es más fácil gobernar a seres solitarios y aburridos que a gente organizada, ilusionada y con capacidad de unirse. Los políticos europeos se han profesionalizado y perdido todo esa generosidad y espíritu "amateur" sin los cuales la democracia se torna oligocracia. Los partidos políticos, en lugar de actuar como potenciadores de la participación ciudadana y elementos democratizadores, han monopolizado la política y son ya el mayor adversario de la ciudadanía y el gran obstáculo que impide la regeneración de la democracia.