Por si alguien tenía dudas, la última "fechoría" del poder político español, la de ocultar a los ciudadanos los nombres de los bancos que se acogen a los fondos públicos de rescate, afianza a España como uno de los países más opacos del mundo desarrollado.
Los bancos justifican esa ocultación con el argumento de que al publicarse los nombres de los que se acogen al socorro público, esos bancos pueden sufrir daños de imagen, un argumento genuinamente totalitario que esconde la verdad y desprecia el derecho sagrado ciudadano a "saber" lo que los políticos hacen con el dinero de todos.
De consumarse, como parece probable, esa opción, España se convertiría en el único país de Europa y del mundo presuntamente democrático que abraza la opacidad al ocultar a sus ciudadanos el destino de los ingentes fondos públicos destinados a apuntalar a la banca en dificultades, sin establecer tampoco controles visibles y garantizados a ese dinero. La ruta opaca española esta en abierta contridición con la democracia, que es el reino de la luz, de los taquígrafos y de la verdad.
Algunos pensadores ya alertan de que la opacidad, cuando se despliega en un sistema corrompido y con déficit democrático, facilita el tránsito desde la oligocracia a la cleptocracia, lo que representa algunos pasos más en el hundimiento moral y jurídico de la política.
Pero los españoles no deberían sentirse sorprendidos ante el nuevo atentado contra la democracia porque España, donde el desprecio de los políticos al ciudadano y la falta de controles al poder son ya famosos y sintomáticos, era ya, desde los tiempos de Felipe González y José María Aznar, uno de los paises más opacos del mundo desarrollado.
Sin embargo, el "raid" gubernamental actual hacia la oscuridad es alarmante: el gobierno ocultó en España la existencia de la crisis e, incluso, se engañó a los ciudadanos negando su existencia, hasta que el drama era tan evidente que empobrecía a la población día a día. Las mentiras del poder público en vísperas de las últimas elecciones generales alcanzaron niveles tan obscenos que hoy, analizadas desde la distancia, resultan repugnantes.
En España, la opacidad es más que un vicio de la democracia y ha alcanzado ya el rango de comportamiento habitual del poder político. Gran parte de la prensa está sometida al poder y ha renunciado a realizar su tarea, vital en democracia, de fiscalizar a los poderosos, mientras que el Parlamento, otro instrumento de control en democracia, está tan sometido a los partidos políticos que los diputados y senadores se limitan a apretar el botón del "sí" o del "no" cuando se lo manda su jefe de filas, sin poder votar en conciencia, sin rendir jamás cuenta a los ciudadanos y sometidos únicamente a sus propios partidos.
El miedo a las represalias, al ostracismo o a perder el puesto de trabajo, las subvenciones o los contratos sella los labios de la inmensa mayoría de los funcionarios, empresarios, sindicalistas, periodistas, intelectuales, docentes y profesionales, todos ellos vergonzosamente sometidos al todopoderoso poder político, dueño y señor de un país doblegado y sin orgullo.
Nadie sabe en qué se gastan los fondos reservados, ni las cantidades disponibles para esos gastos, ni se conocen los criterios para las ayudas, ni por qué es el gobierno quien controla las comisiones de investigación o por qué razón son los políticos los que designan a los jueces en los grandes tribunales y órganos del poder judicial, etc., todo un caos que huele a democracia secuestrada y a política degenerada.
La última "fechoría" opaca del político en España, la de la ayuda masiva a un sistema bancario del que se dice que es el más solvente del mundo, amenaza con batir todos los records. El presidente Zapatero, sin consulta alguna a los ciudadanos ni debate parlamentario alguno, ha decidido emplear nada menos que el 15 por ciento del PIB español en el rescate de los bancos, comprometiendo y endeudando al menos a las dos próximas generaciones de españoles. Ese dinero se entregará sin que nadie sepa en qué condiciones y ahora, además, sin que sepamos a quién se entrega.
Si esto es democracia, que venga Dios y lo vea.
Los bancos justifican esa ocultación con el argumento de que al publicarse los nombres de los que se acogen al socorro público, esos bancos pueden sufrir daños de imagen, un argumento genuinamente totalitario que esconde la verdad y desprecia el derecho sagrado ciudadano a "saber" lo que los políticos hacen con el dinero de todos.
De consumarse, como parece probable, esa opción, España se convertiría en el único país de Europa y del mundo presuntamente democrático que abraza la opacidad al ocultar a sus ciudadanos el destino de los ingentes fondos públicos destinados a apuntalar a la banca en dificultades, sin establecer tampoco controles visibles y garantizados a ese dinero. La ruta opaca española esta en abierta contridición con la democracia, que es el reino de la luz, de los taquígrafos y de la verdad.
Algunos pensadores ya alertan de que la opacidad, cuando se despliega en un sistema corrompido y con déficit democrático, facilita el tránsito desde la oligocracia a la cleptocracia, lo que representa algunos pasos más en el hundimiento moral y jurídico de la política.
Pero los españoles no deberían sentirse sorprendidos ante el nuevo atentado contra la democracia porque España, donde el desprecio de los políticos al ciudadano y la falta de controles al poder son ya famosos y sintomáticos, era ya, desde los tiempos de Felipe González y José María Aznar, uno de los paises más opacos del mundo desarrollado.
Sin embargo, el "raid" gubernamental actual hacia la oscuridad es alarmante: el gobierno ocultó en España la existencia de la crisis e, incluso, se engañó a los ciudadanos negando su existencia, hasta que el drama era tan evidente que empobrecía a la población día a día. Las mentiras del poder público en vísperas de las últimas elecciones generales alcanzaron niveles tan obscenos que hoy, analizadas desde la distancia, resultan repugnantes.
En España, la opacidad es más que un vicio de la democracia y ha alcanzado ya el rango de comportamiento habitual del poder político. Gran parte de la prensa está sometida al poder y ha renunciado a realizar su tarea, vital en democracia, de fiscalizar a los poderosos, mientras que el Parlamento, otro instrumento de control en democracia, está tan sometido a los partidos políticos que los diputados y senadores se limitan a apretar el botón del "sí" o del "no" cuando se lo manda su jefe de filas, sin poder votar en conciencia, sin rendir jamás cuenta a los ciudadanos y sometidos únicamente a sus propios partidos.
El miedo a las represalias, al ostracismo o a perder el puesto de trabajo, las subvenciones o los contratos sella los labios de la inmensa mayoría de los funcionarios, empresarios, sindicalistas, periodistas, intelectuales, docentes y profesionales, todos ellos vergonzosamente sometidos al todopoderoso poder político, dueño y señor de un país doblegado y sin orgullo.
Nadie sabe en qué se gastan los fondos reservados, ni las cantidades disponibles para esos gastos, ni se conocen los criterios para las ayudas, ni por qué es el gobierno quien controla las comisiones de investigación o por qué razón son los políticos los que designan a los jueces en los grandes tribunales y órganos del poder judicial, etc., todo un caos que huele a democracia secuestrada y a política degenerada.
La última "fechoría" opaca del político en España, la de la ayuda masiva a un sistema bancario del que se dice que es el más solvente del mundo, amenaza con batir todos los records. El presidente Zapatero, sin consulta alguna a los ciudadanos ni debate parlamentario alguno, ha decidido emplear nada menos que el 15 por ciento del PIB español en el rescate de los bancos, comprometiendo y endeudando al menos a las dos próximas generaciones de españoles. Ese dinero se entregará sin que nadie sepa en qué condiciones y ahora, además, sin que sepamos a quién se entrega.
Si esto es democracia, que venga Dios y lo vea.