El dibujo de la España actual es patético y altamente preocupante: políticos culpables del desastre español que, desde Madrid, practican el saqueo, son ajenos a los valores democráticos y se niegan a regenerar el país; políticos atrincherados en las autonomías, donde nadie les ha impedido construir verdaderos reinos de taifas abusivos, que ellos dominan y gobiernan como reyezuelos despilfarradores y arrogantes; políticos nacionalistas fanatizados, cargados de odio y ambición, capaces de conducir a su pueblo hasta la violencia en las calles, la pobreza y la destrucción; una masa de españoles sin espíritu crítico, corrompidos y fieles a sus partidos e incapaces de ver que esos partidos han sido y son los grandes culpables de la situación de España.
¿Cómo se ha llegado a esta situación de riesgo extremo, que genera preocupación en todo el mundo?
Aunque culpables somos todos los españoles, la parte más enorme de la culpa corresponde a los políticos españoles y, sobre todo, a los que han gobernado y emponzoñado la política y la vida desde la muerte de Franco, el PSOE, el PP y los nacionalismos.
Entre ellos, con sus ambiciones, agresiones a la democracia, destrucción de valores, siembras de odio, pactos a cambio de votos, incumplimientos de las leyes y profundo deterioro moral, han construido esta España que hoy, herida, retoza en el fango incapaz de resurgir.
Frente a ese caos desolador, la parte sana de España se concentra en una minoría de ciudadanos conscientes, preocupados por la sucia deriva de España y asqueados por la baja calidad de la democracia, que no se fían de los políticos y de sus partidos y que, aunque desean regenerar la nación, no saben como hacerlo, sintiéndose rodeados de corruptos y de personas moral y políticamente dañadas.
La esperanza de España reside en ese pequeño grupo de ciudadanos conscientes, empeñados en regenerar la patria, acribillado por el fuego cruzado de tres bandos a cuál más patético: el de los ladrones de Madrid, unidos en torno a la falsa democracia del régimen del 78, el de los reyezuelos de las taifas regionales, obsesionados por mantener sus privilegios y los de sus cortes de parásitos, y el bando de los ladrones separatistas, adictos al odio que segrega su nacionalismo excluyente y dogmático.
No existe esperanza en ningún otro rincón de la nación, ni en una sociedad civil a la que los políticos han asfixiado y maniatado, ni en la Iglesia, minada también por la corrupción y por los mismos pecados que han hecho de la política un infierno, ni en las organizaciones sindicales y empresariales, ni en tercer sector sin ánimo de lucro, ni en ninguna otra parte.
Ha llegado la hora de rezar para que por lo menos no se derrame la sangre ni penetremos en la oscuridad plena.
Francisco Rubiales
¿Cómo se ha llegado a esta situación de riesgo extremo, que genera preocupación en todo el mundo?
Aunque culpables somos todos los españoles, la parte más enorme de la culpa corresponde a los políticos españoles y, sobre todo, a los que han gobernado y emponzoñado la política y la vida desde la muerte de Franco, el PSOE, el PP y los nacionalismos.
Entre ellos, con sus ambiciones, agresiones a la democracia, destrucción de valores, siembras de odio, pactos a cambio de votos, incumplimientos de las leyes y profundo deterioro moral, han construido esta España que hoy, herida, retoza en el fango incapaz de resurgir.
Frente a ese caos desolador, la parte sana de España se concentra en una minoría de ciudadanos conscientes, preocupados por la sucia deriva de España y asqueados por la baja calidad de la democracia, que no se fían de los políticos y de sus partidos y que, aunque desean regenerar la nación, no saben como hacerlo, sintiéndose rodeados de corruptos y de personas moral y políticamente dañadas.
La esperanza de España reside en ese pequeño grupo de ciudadanos conscientes, empeñados en regenerar la patria, acribillado por el fuego cruzado de tres bandos a cuál más patético: el de los ladrones de Madrid, unidos en torno a la falsa democracia del régimen del 78, el de los reyezuelos de las taifas regionales, obsesionados por mantener sus privilegios y los de sus cortes de parásitos, y el bando de los ladrones separatistas, adictos al odio que segrega su nacionalismo excluyente y dogmático.
No existe esperanza en ningún otro rincón de la nación, ni en una sociedad civil a la que los políticos han asfixiado y maniatado, ni en la Iglesia, minada también por la corrupción y por los mismos pecados que han hecho de la política un infierno, ni en las organizaciones sindicales y empresariales, ni en tercer sector sin ánimo de lucro, ni en ninguna otra parte.
Ha llegado la hora de rezar para que por lo menos no se derrame la sangre ni penetremos en la oscuridad plena.
Francisco Rubiales