Ni una, ni dos, ni tres; ... ocho reuniones discretísimas, ocho (de las que algo ha trascendido), hicieron falta, durante el pretérito mes de septiembre, entre representantes de los tres "estamentos" que firmaron la declaración conjunta del diálogo social el pasado 8 de julio de 2004, Gobierno, patronal y sindicatos, para tratar de encontrar al Alejandro Magno redivivo que deshiciera el nuevo nudo gordiano de la reforma laboral.
Al parecer, la Ley de Igualdad que está a punto de sacarse de la manga el Ejecutivo ha venido a embrollar y entorpecer aún más, si cabe, el lío o revoltijo que ya de por sí tenían organizado.
Los empresarios no quieren oír hablar ni de broma de lo que consideran una intromisión intolerable en sus criterios de empresa, concretamente, de que se obligue por ley a las empresas de más de 250 empleados a que promedien la participación de hombres y mujeres en todos los puestos, desde los más bajos hasta los Consejos de Administración.
En verdad, siguiendo los susodichos derroteros pergeñados, muy bien podrían darse o provocarse situaciones, amén de absurdas, torticeras, como, verbigracia, ésta, obligar a ciertos empresarios a un reparto equitativo de los puestos de confianza o responsabilidad de sus negocios por la razón ilógica del sexo y no por los criterios más sensatos del mérito y de las capacidades de las/os candidatas/os. De locos (de remate), sin duda, oiga (o, urdido con mayores corrección y propiedad todavía, lea).
Ángel Sáez García
Al parecer, la Ley de Igualdad que está a punto de sacarse de la manga el Ejecutivo ha venido a embrollar y entorpecer aún más, si cabe, el lío o revoltijo que ya de por sí tenían organizado.
Los empresarios no quieren oír hablar ni de broma de lo que consideran una intromisión intolerable en sus criterios de empresa, concretamente, de que se obligue por ley a las empresas de más de 250 empleados a que promedien la participación de hombres y mujeres en todos los puestos, desde los más bajos hasta los Consejos de Administración.
En verdad, siguiendo los susodichos derroteros pergeñados, muy bien podrían darse o provocarse situaciones, amén de absurdas, torticeras, como, verbigracia, ésta, obligar a ciertos empresarios a un reparto equitativo de los puestos de confianza o responsabilidad de sus negocios por la razón ilógica del sexo y no por los criterios más sensatos del mérito y de las capacidades de las/os candidatas/os. De locos (de remate), sin duda, oiga (o, urdido con mayores corrección y propiedad todavía, lea).
Ángel Sáez García