imagen cedida por www.lakodorniz.com
Entre la amenaza del cambio climático y la del terrorismo de distinto color, el hombre, hoy, se encuentra atenazado; el futuro se cierne sobre su cabeza lanzando su zarpa y abriendo sus negras fauces en un mordisco inexorable. La lucha moderna del terror, imponiendo su cobardía con el reptar del silencioso anonimato, a través de atentados mediante artilugios tecnológicos movidos a distancia, hace muy difícil y casi imposible la defensa y la réplica. La guerra antigua exigía la valentía del cara a cara, en dos frentes a pecho abierto, en que se veía el rostro del enemigo.
De nuevo, vuelve el moro terrorista con su reivindicación de la «liberación de Al-Andalus» como objetivo irrenunciable. Y no se crea que Al-Andalus se concreta en Andalucía, comprende el territorio desde Navarra a Gibraltar y, tras este, seguirán por Francia, hacia los confines europeos, su objetivo es establecer el viejo sueño del Imperio Musulmán, desde el Atlántico a la India. Esa es la finalidad de la continua entrada de la emigración musulmana en Occidente, de la construcción de mezquitas, de la compra con petrodólares de Arabia Saudita de colegios de más de trescientos alumnos, de los atentados del Norte de África, de la desestabilización de Irak y del Oriente Próximo, ir copando el terreno y mentalizando el ambiente, para la invasión final, al modo en que los bárbaros coparon y destruyeron el Imperio Romano. Un vídeo difundido por Internet, amonesta que el contingente militar español en Afganistán supone «una amenaza, un peligro para su país», «los países islámicos, dice, son una misma nación»; indicaba al Gobierno Austriaco que «no tome ejemplo del Gobierno Socialista de España, que ha mentido a su ciudadanía, al sacar sus tropas de Irak y mandar otros seiscientos soldados a Afganistán».
Ante la información de los Servicios de Inteligencia de Estados Unidos y del Reino Unido a varios países europeos, entre ellos España, de la inminente comisión de atentados, el Ministerio de Interior ha decidido imponer una alerta permanente, a acrecentar las medidas preventivas y a redoblar la vigilancia de los elementos vinculados con los círculos del integrismo islamista en España; especialmente, en los puestos fronterizos de Ceuta y Melilla y en el servicio marítimo con África. Desde el trágico 11-M, España está en vilo, es fruto añorado por el Islam; desde aquí, se ha enviado socorro económico, apilado por ayudas y acopios delincuentes, a Argelia y Marruecos, destinado al montaje de los últimos atentados africanos.
Autotildados intelectuales sembraron, como principio indiscutible, la idea de que la pobreza es la razón de este terrorismo. El terror islámico no tiene origen económico; muchos de los asesinos vienen de clase pudiente, sujetos que manejan gruesas bolsas repletas de petrodólares, que huelen y suenan al tintineo saudí, kuwaití y otros sones. El fanatismo en su rígido entramado de insensatez se reviste de dinamita y acude a reventar las iniciativas de democratización de sus regímenes y las asentadas democracias occidentales; así mismo, facciones extremistas del arabismo han dirigido su golpismo insurgente en provecho de dictadores, tiranuelos o mandatarios musulmanes. La detonación del Islam por su empuje demográfico y el impulso comercial y financiero del petróleo lo impele al logro de un ideal imperio pretérito, que se presenta de fácil alcance en una Europa extenuada, replegada en sí misma y ayuna de creencias tradicionales y de valores perennes.
Camilo V. Mudarra
De nuevo, vuelve el moro terrorista con su reivindicación de la «liberación de Al-Andalus» como objetivo irrenunciable. Y no se crea que Al-Andalus se concreta en Andalucía, comprende el territorio desde Navarra a Gibraltar y, tras este, seguirán por Francia, hacia los confines europeos, su objetivo es establecer el viejo sueño del Imperio Musulmán, desde el Atlántico a la India. Esa es la finalidad de la continua entrada de la emigración musulmana en Occidente, de la construcción de mezquitas, de la compra con petrodólares de Arabia Saudita de colegios de más de trescientos alumnos, de los atentados del Norte de África, de la desestabilización de Irak y del Oriente Próximo, ir copando el terreno y mentalizando el ambiente, para la invasión final, al modo en que los bárbaros coparon y destruyeron el Imperio Romano. Un vídeo difundido por Internet, amonesta que el contingente militar español en Afganistán supone «una amenaza, un peligro para su país», «los países islámicos, dice, son una misma nación»; indicaba al Gobierno Austriaco que «no tome ejemplo del Gobierno Socialista de España, que ha mentido a su ciudadanía, al sacar sus tropas de Irak y mandar otros seiscientos soldados a Afganistán».
Ante la información de los Servicios de Inteligencia de Estados Unidos y del Reino Unido a varios países europeos, entre ellos España, de la inminente comisión de atentados, el Ministerio de Interior ha decidido imponer una alerta permanente, a acrecentar las medidas preventivas y a redoblar la vigilancia de los elementos vinculados con los círculos del integrismo islamista en España; especialmente, en los puestos fronterizos de Ceuta y Melilla y en el servicio marítimo con África. Desde el trágico 11-M, España está en vilo, es fruto añorado por el Islam; desde aquí, se ha enviado socorro económico, apilado por ayudas y acopios delincuentes, a Argelia y Marruecos, destinado al montaje de los últimos atentados africanos.
Autotildados intelectuales sembraron, como principio indiscutible, la idea de que la pobreza es la razón de este terrorismo. El terror islámico no tiene origen económico; muchos de los asesinos vienen de clase pudiente, sujetos que manejan gruesas bolsas repletas de petrodólares, que huelen y suenan al tintineo saudí, kuwaití y otros sones. El fanatismo en su rígido entramado de insensatez se reviste de dinamita y acude a reventar las iniciativas de democratización de sus regímenes y las asentadas democracias occidentales; así mismo, facciones extremistas del arabismo han dirigido su golpismo insurgente en provecho de dictadores, tiranuelos o mandatarios musulmanes. La detonación del Islam por su empuje demográfico y el impulso comercial y financiero del petróleo lo impele al logro de un ideal imperio pretérito, que se presenta de fácil alcance en una Europa extenuada, replegada en sí misma y ayuna de creencias tradicionales y de valores perennes.
Camilo V. Mudarra