Cuando el padre jesuita francés, Teilhard de Chardin, auguró en la década de los 40, que el futuro de los terrícolas era constituir cinco únicos países en nuestro planeta –Europa, Asia, África, América y Oceanía-, lo tacharon de un iluso visionario condenado al fracaso. Sin embargo, pocos años después, en 1948, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, por el Tratado de Bruselas, inauguraban una unión aduanera, denominada el Benelux, para un mercado constituido por los tres pequeños países europeos. Al poco tiempo, por la Conferencia de Londres, se realizó, en 1955, entre Bélgica, Francia, Holanda, Italia, Luxemburgo, Reino Unido y la República Federal Alemana, una ampliación de la unión para coordinar la política de defensa, colaborar en economía y fomentar actividades culturales entre los países miembros.
Hoy, a los 50 años, 27 Estados miembros son convocados, el próximo 7 de junio, a las urnas de las sextas elecciones de Europa, que representan a casi 500 millones de europeos y en las que se utilizarán veintitrés idiomas oficiales. Los países que aún no pertenecen ansían alcanzar el “visto bueno” para pertenecer a la Europa de la Unión. Pero el camino de obstáculos no está superado aún. El primero es que todavía Europa no interesa a todos los europeos. Más de la mitad no acudirán a las urnas porque no la ven como propias. Los mismo políticos las consideran como una simple arma de poder frente a la oposición. Pero, en el fondo, todos reconocen que no hay vuelta atrás.
Para Teilhard, el segundo obstáculo es que en Europa no existe una única Democracia. Existen dos movimientos políticos, que se llaman democráticos, pero no lo son. Se trata del liberalismo radical y del socialismo a ultranza; es decir, dos formas del ideal social, en apariencia contradictorios, pero que responden a dos componentes naturales, personalización y totalización. La verdadera Democracia es fruto de la combinación equilibrada de ambos movimientos. No habrá auténtica Democracia sin personalización ni sin totalización. Lo demás es una pelea de grillos que vemos continuamente en los Parlamentos y en los platós de televisión.
El tercer escollo es la praxis. Las revoluciones, como la francesa de 1789, que ofreció la mejor combinación del programa más clarividente del siglo XIX (Libertad, Igualdad y Fraternidad), acabó utilizando a las masas, despersonalizando sus voces y matando a las personas. La religiones, que siempre tuvieron vocación democrática, se vieron encorsetadas a la hora de la praxis. Y prefirieron utilizar la defenestración y la vara de mando que oír a sus miembros. El mismo Teilhard fue cuestionado por la Iglesia.
Ojalá que los grupos políticos que compongan el nuevo Parlamento Europeo, de acuerdo con el Consejo de Ministros de la UE, sean capaces de potenciar los mecanismos de participación ciudadana para dar respuestas a las preocupaciones de los europeos. Y, al mismo tiempo, logren ejecutar una política de integración donde los distintos pueblos estén reflejados con equidad y justicia. Mientras tanto, América, Asia, África y Oceanía esperan, llenos de esperanza, poder realizar en sus continentes uniones similares. Parece que Teilhard llevaba razón.
JUAN LEIVA
Hoy, a los 50 años, 27 Estados miembros son convocados, el próximo 7 de junio, a las urnas de las sextas elecciones de Europa, que representan a casi 500 millones de europeos y en las que se utilizarán veintitrés idiomas oficiales. Los países que aún no pertenecen ansían alcanzar el “visto bueno” para pertenecer a la Europa de la Unión. Pero el camino de obstáculos no está superado aún. El primero es que todavía Europa no interesa a todos los europeos. Más de la mitad no acudirán a las urnas porque no la ven como propias. Los mismo políticos las consideran como una simple arma de poder frente a la oposición. Pero, en el fondo, todos reconocen que no hay vuelta atrás.
Para Teilhard, el segundo obstáculo es que en Europa no existe una única Democracia. Existen dos movimientos políticos, que se llaman democráticos, pero no lo son. Se trata del liberalismo radical y del socialismo a ultranza; es decir, dos formas del ideal social, en apariencia contradictorios, pero que responden a dos componentes naturales, personalización y totalización. La verdadera Democracia es fruto de la combinación equilibrada de ambos movimientos. No habrá auténtica Democracia sin personalización ni sin totalización. Lo demás es una pelea de grillos que vemos continuamente en los Parlamentos y en los platós de televisión.
El tercer escollo es la praxis. Las revoluciones, como la francesa de 1789, que ofreció la mejor combinación del programa más clarividente del siglo XIX (Libertad, Igualdad y Fraternidad), acabó utilizando a las masas, despersonalizando sus voces y matando a las personas. La religiones, que siempre tuvieron vocación democrática, se vieron encorsetadas a la hora de la praxis. Y prefirieron utilizar la defenestración y la vara de mando que oír a sus miembros. El mismo Teilhard fue cuestionado por la Iglesia.
Ojalá que los grupos políticos que compongan el nuevo Parlamento Europeo, de acuerdo con el Consejo de Ministros de la UE, sean capaces de potenciar los mecanismos de participación ciudadana para dar respuestas a las preocupaciones de los europeos. Y, al mismo tiempo, logren ejecutar una política de integración donde los distintos pueblos estén reflejados con equidad y justicia. Mientras tanto, América, Asia, África y Oceanía esperan, llenos de esperanza, poder realizar en sus continentes uniones similares. Parece que Teilhard llevaba razón.
JUAN LEIVA