El hombre necesita siempre la verdad; y, desde su interior más profundo, busca la libertad. Ya lo dice Jesús: “Si vosotros permanecéis en mi doctrina, sois de veras discípulos míos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31). Tristemente, la sociedad civil española, aterida y postrada en la pamplina y la zafiedad, se ha dejado raptar su autenticidad y su libertad.
En la actualidad, en estos momentos azarosos, lo religioso, lo auténtico está en desuso, no priva, se desecha, tiene poco arrastre. Significa el auge del materialismo y el laicismo; y, tristemente, quiere ello decir que el común de los cristianos no entiende bien el cristianismo. Ya, hace tiempo, dijo el famoso teólogo Karl Rahner que "el cristiano del siglo XXI será místico o no será cristiano". Y, ciertamente, acertó, porque la situación, que nos envuelve, arrastra al hombre hacia la vorágine del hedonismo y lo hunde en su remolino de manera que, hoy sólo interesa el dios Machón, el bienestar y el consumo; todo lo demás queda en la nebulosa del relativismo, en que se impone el desinterés y el dejar hacer en el “qué más da” de la pasividad, adobado por la impronta agresiva, ante lo más mínimo y la feroz violencia corrosiva. Una sociedad instalada en la satisfacción inmediata, refugiada en el relajo de la seguridad y volcada en la ambición del poseer, en el desvarío del dinero, de las mil ofertas es un erial inculto propenso a ser barbechado por los intereses económicos, políticos, sociales y advenedizos de turno. La sociedad, que, impune, se deja arrebatar los valores esenciales de la tradición, la religión y la ética, acaba quedando desechada, cual mujerzuela, en la cuneta de la cesión y la claudicación.
El hombre, la gente en general, ha de reaccionar ante los raptores de su identidad. Todo ese latrocinio es tan fuerte, que debe impulsarlo a luchar contra las fuerzas que lo debilitan y anulan. La religión proporciona una gran consistencia anímica, fortalece la voluntad y afirma la determinación personal, aunque sólo fuese eso, ya merece la pena. El Evangelio de Jesucristo ofrece todo un programa de vida recta, de firme decisión y fuerte personalidad; el que no vive su propia experiencia interior se encuentra desprovisto, de manera que su vida queda al arbitrio de los que le mandan y zarandean al son de sus ambiciones. La doctrina de Cristo no esclaviza, libera de muchas ataduras y provee las armas para defenderse y mantener la independencia. Vivir y entregarse a Jesucristo, inunda de fe, esperanza y caridad; es la energía interior, que impele, se sobrepone a la debilidad, vence todo lo hostil y domina con certeza y resolución, para sembrar y cosechar la justicia y la paz en este mundo.
Camilo Valverde Mudarra
En la actualidad, en estos momentos azarosos, lo religioso, lo auténtico está en desuso, no priva, se desecha, tiene poco arrastre. Significa el auge del materialismo y el laicismo; y, tristemente, quiere ello decir que el común de los cristianos no entiende bien el cristianismo. Ya, hace tiempo, dijo el famoso teólogo Karl Rahner que "el cristiano del siglo XXI será místico o no será cristiano". Y, ciertamente, acertó, porque la situación, que nos envuelve, arrastra al hombre hacia la vorágine del hedonismo y lo hunde en su remolino de manera que, hoy sólo interesa el dios Machón, el bienestar y el consumo; todo lo demás queda en la nebulosa del relativismo, en que se impone el desinterés y el dejar hacer en el “qué más da” de la pasividad, adobado por la impronta agresiva, ante lo más mínimo y la feroz violencia corrosiva. Una sociedad instalada en la satisfacción inmediata, refugiada en el relajo de la seguridad y volcada en la ambición del poseer, en el desvarío del dinero, de las mil ofertas es un erial inculto propenso a ser barbechado por los intereses económicos, políticos, sociales y advenedizos de turno. La sociedad, que, impune, se deja arrebatar los valores esenciales de la tradición, la religión y la ética, acaba quedando desechada, cual mujerzuela, en la cuneta de la cesión y la claudicación.
El hombre, la gente en general, ha de reaccionar ante los raptores de su identidad. Todo ese latrocinio es tan fuerte, que debe impulsarlo a luchar contra las fuerzas que lo debilitan y anulan. La religión proporciona una gran consistencia anímica, fortalece la voluntad y afirma la determinación personal, aunque sólo fuese eso, ya merece la pena. El Evangelio de Jesucristo ofrece todo un programa de vida recta, de firme decisión y fuerte personalidad; el que no vive su propia experiencia interior se encuentra desprovisto, de manera que su vida queda al arbitrio de los que le mandan y zarandean al son de sus ambiciones. La doctrina de Cristo no esclaviza, libera de muchas ataduras y provee las armas para defenderse y mantener la independencia. Vivir y entregarse a Jesucristo, inunda de fe, esperanza y caridad; es la energía interior, que impele, se sobrepone a la debilidad, vence todo lo hostil y domina con certeza y resolución, para sembrar y cosechar la justicia y la paz en este mundo.
Camilo Valverde Mudarra