Colaboraciones

LA UNIDAD DE LA NACIÓN





El PP ha estado estos días -ya era hora- en Barcelona explicando la unidad y la soberanía de España, algo incomprensible en circunstancias normales. Rajoy ha centrado la cuestión con contundencia y eficacia.

El nacionalismo es un virus que corroe el ser nacional y el encuentro de los españoles. El Estado de las autonomías y la indi­soluble unidad de la nación españo­la no casan, han traído grave problemática; tras siglos de grandes discusiones y debates y hasta luchas y guerras, la cuestión permanece. Los nacionalistas, mientras no tengan una representación significativa, habían de tener un límite a su presencia política, de ahí la necesidad de reformar la Ley Electoral.

Aquí, hay varias regiones y muchas `nacionalida­des'. Aquí, la vivencia nacionalista tiene arraigo, es indudable; son unos grupúsculos muy determinados, que, convencidos de que pueden vivir por su cuenta, quieren la separación. Ese ansia de independencia y soberanía causa a España una gran inquietud, sumida en desencuentros continuos y en el desconcier­to nacional. Ante la posible desmembración de España, se vive un profun­do descontento social, la rebeldía e incomodidad nacionalis­tas crean, en la familia nacional graves conflictos. Se pone en entredicho el concepto de nación; la nación es un concepto polisémico que cada colectividad se forja. No obstante, según el derecho internacional en Estados históricamen­te constituidos, el res­peto a la unidad nacio­nal y a la integridad te­rritorial impone que la única vía posible de se­cesión sea la que se haga conforme a los procedimientos cons­titucionales internos.

La vida en medio de este des­barajuste nacionalista es bronca e hiriente; esa exigencia continua, ese irse y quedarse, ese diario tira y afloja de ni contigo ni sin ti se hace insoportable, a pesar de que España es una antigua nación con muchos lazos comunes y, sin duda, muchos intereses compartidos; esos grupos nacionalistas periféricos se cuestionan la idea de España y, sobre todo, su entidad como Estado. La cuestionan los soberanistas no por una ideología de motivaciones éticas identitarias, sino monetarias e interesadas; el nacionalismo no es altruista, busca el tintín de los dineros.

Todos se amparan en la historia en apoyo de sus argumentaciones. Pero la Historia está ahí. La romanización homogeneizó la península cultural e incluso étnicamente; todavía no era una nación en el sentido actual, es decir, político. La conversión de España en nación política ocurre cuando el poder godo se españoliza, se asienta definitivamente en la Península, en lugar de seguir sus emigraciones. Con Leovigildo y Recaredo nace un poder hispano-godo que trata, en general con éxito, de unificar el Territorio Hispano. Prácticamente, al mismo tiempo nace la nación francesa, o franco-gala, aunque tendría una dinámica dispersiva, en lugar de la unitaria de España. Inglaterra va configurándose algún tiempo después, aunque será a partir de la invasión normanda, siglos posterior, cuando se le pueda llamar una nación. La palabra "nación" ha recibido muchos significados; una nación es un poder político asentado en una población y territorio más o menos homogéneo cultural e históricamente. Pero, a menudo, se confunde nación con nacionalismo. El nacionalismo traspasa la soberanía del monarca a la nación misma, al pueblo, es una doctrina que cunde en el siglo XIX. Así, Alemania e Italia surgen muy tardíamente, construidas por los nacionalismos. En 1978, renunciando cada uno a sus particulares intereses, se estableció, mediante el consenso, la concordia y el acuerdo, un ámbito de comunión y avenencia que ha venido siendo, hasta el 2004, expresivo y asombroso logro. Parece que aquel convenio aglutinante y conciliador que, cerrando heridas, llegó al abrazo político y a la hermandad, en una Nación y un solo Estado ya seculares, ha perdido vigencia, ha dejado de entusiasmar a muchos que no han querido olvidar inquinas y desprenderse de odios pretéritos.

No es fácil hallar una solución ni cómo arreglar esta diáspora de pueblos, que amenaza la existencia de España; tiene que haber algún remedio por la simple razón de ser lo más conveniente para todos; no somos tan `diferentes, tan `extraños', unos de otros. Habrá que dibujar una España como una convivencia de pue­blos que convivan gentes que cantan sevi­llanas, jotas o sardanas, que hablan lenguas distintas y que se saludan y rezan en español. Es preciso borrar todas las diferencias y entablar y cerrar los lazos de unión fuertes y concluyentes. España, como la Unión Europea, exigen para su supervivencia la unidad política y monetaria, consistente y estable, lo contrario traerá su perdición.

C. Mudarra

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Viernes, 31 de Enero 2014
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