Todo lo que sea aprobar leyes, reglamentos y las iniciativas que se quieran sobre participación ciudadana, para mi, lo que consiguen es justamente el efecto contrario: mostrar que el Rey va desnudo. Ocurre, y todo el mundo lo sabe, que la vida pública española está blindada a cal y canto a cualquier injerencia de la sociedad civil. Hay miles, pero daré una prueba: el padre de la niña Mary Luz fué a ver a Zapatero con dos millones-¡ sí, dos millones de firmas¡ -, y...no han servido para nada. En Suiza con 50.000 firmas se puede cambiar una Ley, y con 70.000 se puede obligar al Parlamento a convocar un referéndum para dilucidar lo que sea, cualquier cosa. Como ven, igualito que aquí.
Dice el Sr. Leopoldo Fernández en su artículo dominical, que la participación ciudadana no pretende sustituir la democracia representativa vía partidos. Bien, ahí está uno de los meollos del asunto: los partidos políticos no son representativos de nadie, salvo de sus jefes, que son quienes elaboran las listas a su antojo. Por eso, la esencia de la partitocracia descansa en un principio fundamental y sagrado: quienes participan en la vida pública, son siempre los mismos, o sea, los que deciden las cúpulas de los partidos. Amén. Esa gente es la que corta el bacalao siempre, desde la Transición, y no pueden representar-aunque quieran- a quienes conformamos la sociedad civil, por una sencilla e impepinable razón. Nosotros, los españolitos de a pie, no elegimos ni podemos echar a uno solo de los nombres que rellenan sus listas electorales. Ese es el burdo y sencillo truco con el que los oligarcas han engañado a la ciudadanía durante más de tres décadas; aseguran, se vote a quien se vote, que siempre serán ellos quienes se repartan el pastel. Y así nos va, asistiendo cada cuatro años, a la siguiente romería de aspirantes a ciudadano que, confusos, acuden a las urnas de la partitocracia con la ilusión de elegir lo que ya está elegido; no se dan cuenta de que lo único que consiguen así, es autodescartarse en la lucha por lo que virtualmente creen poseer: su propia libertad. Y a eso, algunos, lo llaman participar en la "fiesta democrática" por exelencia. Afortunadamente, cada vez son menos.
Isidro Fuentes García
Dice el Sr. Leopoldo Fernández en su artículo dominical, que la participación ciudadana no pretende sustituir la democracia representativa vía partidos. Bien, ahí está uno de los meollos del asunto: los partidos políticos no son representativos de nadie, salvo de sus jefes, que son quienes elaboran las listas a su antojo. Por eso, la esencia de la partitocracia descansa en un principio fundamental y sagrado: quienes participan en la vida pública, son siempre los mismos, o sea, los que deciden las cúpulas de los partidos. Amén. Esa gente es la que corta el bacalao siempre, desde la Transición, y no pueden representar-aunque quieran- a quienes conformamos la sociedad civil, por una sencilla e impepinable razón. Nosotros, los españolitos de a pie, no elegimos ni podemos echar a uno solo de los nombres que rellenan sus listas electorales. Ese es el burdo y sencillo truco con el que los oligarcas han engañado a la ciudadanía durante más de tres décadas; aseguran, se vote a quien se vote, que siempre serán ellos quienes se repartan el pastel. Y así nos va, asistiendo cada cuatro años, a la siguiente romería de aspirantes a ciudadano que, confusos, acuden a las urnas de la partitocracia con la ilusión de elegir lo que ya está elegido; no se dan cuenta de que lo único que consiguen así, es autodescartarse en la lucha por lo que virtualmente creen poseer: su propia libertad. Y a eso, algunos, lo llaman participar en la "fiesta democrática" por exelencia. Afortunadamente, cada vez son menos.
Isidro Fuentes García