Hace un par de artículos nos referíamos a la diferencia entre un ciudadano y un vasallo. La cosa no es baladí, porque de la diferencia de ser lo uno o lo otro depende nuestra Democracia, pues si ésta es el “gobierno del Pueblo”, existe la Oclocracia como “Gobierno de la muchedumbre”; y, si el Pueblo responde a las raíces y a la razón, en cambio la muchedumbre lo hace por instinto de supervivencia.
No obstante, aunque el instinto es algo primitivo y espontáneo, la Oclocracia es un sistema pensado, planificado, puesto en marcha e impulsado por los demagogos, con el único fin de conseguir el poder que dan los votos y servirse de él (y de los ciudadanos) para sus intereses particulares o los de su grupo.
De esto surge la antigua paradoja de la Democracia que, si bien es bendecida como el menos malo de los sistemas políticos, sin embargo, por su propia naturaleza corre el riesgo -mientras más universal- de resultar más perversa; pues no es lo mismo, para el votante, estar informado que no estarlo, ser un ciudadano libre o un vasallo.
Al respecto, mi querido y admirado amigo el profesor Genaro Chic, me envió una serie de artículos muy interesantes, que me hicieron reflexionar largamente sobre las bondades y defectos de las democracias, conforme a la calidad de los políticos que las desarrollan y sus votantes.
Fue Polibio, hace ya dos mil doscientos años quien, para describir esta degeneración que puede sufrir la democracia, acuñó el término de OCLOCRACIA que define el “gobierno de la muchedumbre”. Una masa que, según el autor de “Historias”, a la hora de abordar los asuntos políticos “presenta una voluntad viciada, confusa o irracional, por lo que carece de capacidad de autogobierno…” El autor griego sigue afirmando sobre la Oclocracia: “es el fruto de la acción demagógica cuando, con el pasar del tiempo, la democracia se mancha de ilegalidad y violencias”
Por su parte, Jean Jacques Rousseau en “El contrato social”, define esta Oclocracia como la degeneración de la democracia; y el escocés James Mackintosh, lo hace como “la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo”
Cuando presencio la invasión que sufrimos por la mediocridad y la ignorancia supina y atrevida de tantos votantes potenciales de nuestra Democracia, que sitúan Andalucía en Cáceres, a ésta en el norte de África o a Suárez en el Trono de España, me acuerdo de los filósofos que nos advirtieron del inmenso peligro de la Oclocracia. Pensadores como Aristóteles, Pericles, Juvenal, Lope, Shakespeare, Tocqueville u Ortega y Gasset que, aún habiendo vivido realidades tan dispares y tiempos tan distintos, nos aleccionaron sobre el interés de los oclócratas en mantener este sistema tan indeseable para ejercer el poder de forma corrupta, buscando su legitimidad a través de la manipulación del sector más ignorante de la sociedad –pero formado por votantes potenciales-, sobre el que vuelcan su atención, sus consignas y su propaganda.
Si queremos darnos cuenta, indicios de esta realidad la tenemos hasta en la sopa: es mucho más fácil manipular a un bachiller con una asignatura “no suficientemente aprobada”, que a quien se le exigió el aprobado y, mucho menos que a un catedrático de Derecho Constitucional. Sin embargo, sus votos valen exactamente lo mismo (e incluso, según la provincia donde residan, puede tener menos valor el voto del catedrático).
Por tanto, lo que más le interesa a estos políticos demagogos (su arma más efectiva) es la ignorancia de los ciudadanos, no los intereses generales. Su objetivo es conseguir y mantener un poder personal o de grupo y, para ello, el instrumento que utilizan es la demagogia aplicada sobre las emociones irracionales. De esta forma se provoca la reacción del instinto, que es una reacción inmediata, visceral, que responde ante los discursos imbuidos en discriminaciones y agravios o que fomentan los fanatismos, los miedos y las perspectivas de utopías inalcanzables.
Lógicamente, el procedimiento utilizado para conseguir todo esto, es la monopolización y control del Sistema Educación y de los medios de Comunicación. Con ello se consigue el dominio sobre la masa y, como consecuencia, el apoyo de una voluntad manipulada que, de esta forma, vicia el principio de la Democracia, pues la legitimidad que otorga el Pueblo puede acabar corrompida (recordemos a Hitler o a Chávez).
Para evitar todo esto, el mejor remedio pasa por implantar un buen sistema educativo y garantizar la independencia informativa, porque la Historia nos demuestra que, una vez instaurada la Oclocracia sólo se puede preservar la Democracia con un poder político fuerte que se imponga a la muchedumbre y su irracionalidad. Pero aquí surge el problema: ¿cuáles serían los límites de este poder para no caer en una tiranía que atente contra la verdadera soberanía popular? Una reacción así ha ocurrido muchas veces en la Historia; y en la nuestra, por ejemplo, la última Oclocracia dio lugar a la última Dictadura.
Deberíamos reflexionar sobre la situación a la que nos están abocando los que ahora nos enfrentan; y, una vez analizado el asunto, hacernos tres preguntas sencillas: ¿Cuánto de Oclocracia tiene actualmente nuestra Democracia? ¿Hacia dónde nos están conduciendo estos políticos de ahora? ¿Cómo deberíamos responder?
Por mi parte, desde estas humildes letras, propongo la implantación y el impulso de un buen Sistema Educativo y de unos medios de comunicación independientes y objetivos; y apelo (como siempre hago) al ciudadano libre que llevamos dentro.
Francisco J. Fernández-Pro
https://www.ciberecija.com/oclocracia-por-francisco-j-fernandez-pro/
No obstante, aunque el instinto es algo primitivo y espontáneo, la Oclocracia es un sistema pensado, planificado, puesto en marcha e impulsado por los demagogos, con el único fin de conseguir el poder que dan los votos y servirse de él (y de los ciudadanos) para sus intereses particulares o los de su grupo.
De esto surge la antigua paradoja de la Democracia que, si bien es bendecida como el menos malo de los sistemas políticos, sin embargo, por su propia naturaleza corre el riesgo -mientras más universal- de resultar más perversa; pues no es lo mismo, para el votante, estar informado que no estarlo, ser un ciudadano libre o un vasallo.
Al respecto, mi querido y admirado amigo el profesor Genaro Chic, me envió una serie de artículos muy interesantes, que me hicieron reflexionar largamente sobre las bondades y defectos de las democracias, conforme a la calidad de los políticos que las desarrollan y sus votantes.
Fue Polibio, hace ya dos mil doscientos años quien, para describir esta degeneración que puede sufrir la democracia, acuñó el término de OCLOCRACIA que define el “gobierno de la muchedumbre”. Una masa que, según el autor de “Historias”, a la hora de abordar los asuntos políticos “presenta una voluntad viciada, confusa o irracional, por lo que carece de capacidad de autogobierno…” El autor griego sigue afirmando sobre la Oclocracia: “es el fruto de la acción demagógica cuando, con el pasar del tiempo, la democracia se mancha de ilegalidad y violencias”
Por su parte, Jean Jacques Rousseau en “El contrato social”, define esta Oclocracia como la degeneración de la democracia; y el escocés James Mackintosh, lo hace como “la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo”
Cuando presencio la invasión que sufrimos por la mediocridad y la ignorancia supina y atrevida de tantos votantes potenciales de nuestra Democracia, que sitúan Andalucía en Cáceres, a ésta en el norte de África o a Suárez en el Trono de España, me acuerdo de los filósofos que nos advirtieron del inmenso peligro de la Oclocracia. Pensadores como Aristóteles, Pericles, Juvenal, Lope, Shakespeare, Tocqueville u Ortega y Gasset que, aún habiendo vivido realidades tan dispares y tiempos tan distintos, nos aleccionaron sobre el interés de los oclócratas en mantener este sistema tan indeseable para ejercer el poder de forma corrupta, buscando su legitimidad a través de la manipulación del sector más ignorante de la sociedad –pero formado por votantes potenciales-, sobre el que vuelcan su atención, sus consignas y su propaganda.
Si queremos darnos cuenta, indicios de esta realidad la tenemos hasta en la sopa: es mucho más fácil manipular a un bachiller con una asignatura “no suficientemente aprobada”, que a quien se le exigió el aprobado y, mucho menos que a un catedrático de Derecho Constitucional. Sin embargo, sus votos valen exactamente lo mismo (e incluso, según la provincia donde residan, puede tener menos valor el voto del catedrático).
Por tanto, lo que más le interesa a estos políticos demagogos (su arma más efectiva) es la ignorancia de los ciudadanos, no los intereses generales. Su objetivo es conseguir y mantener un poder personal o de grupo y, para ello, el instrumento que utilizan es la demagogia aplicada sobre las emociones irracionales. De esta forma se provoca la reacción del instinto, que es una reacción inmediata, visceral, que responde ante los discursos imbuidos en discriminaciones y agravios o que fomentan los fanatismos, los miedos y las perspectivas de utopías inalcanzables.
Lógicamente, el procedimiento utilizado para conseguir todo esto, es la monopolización y control del Sistema Educación y de los medios de Comunicación. Con ello se consigue el dominio sobre la masa y, como consecuencia, el apoyo de una voluntad manipulada que, de esta forma, vicia el principio de la Democracia, pues la legitimidad que otorga el Pueblo puede acabar corrompida (recordemos a Hitler o a Chávez).
Para evitar todo esto, el mejor remedio pasa por implantar un buen sistema educativo y garantizar la independencia informativa, porque la Historia nos demuestra que, una vez instaurada la Oclocracia sólo se puede preservar la Democracia con un poder político fuerte que se imponga a la muchedumbre y su irracionalidad. Pero aquí surge el problema: ¿cuáles serían los límites de este poder para no caer en una tiranía que atente contra la verdadera soberanía popular? Una reacción así ha ocurrido muchas veces en la Historia; y en la nuestra, por ejemplo, la última Oclocracia dio lugar a la última Dictadura.
Deberíamos reflexionar sobre la situación a la que nos están abocando los que ahora nos enfrentan; y, una vez analizado el asunto, hacernos tres preguntas sencillas: ¿Cuánto de Oclocracia tiene actualmente nuestra Democracia? ¿Hacia dónde nos están conduciendo estos políticos de ahora? ¿Cómo deberíamos responder?
Por mi parte, desde estas humildes letras, propongo la implantación y el impulso de un buen Sistema Educativo y de unos medios de comunicación independientes y objetivos; y apelo (como siempre hago) al ciudadano libre que llevamos dentro.
Francisco J. Fernández-Pro
https://www.ciberecija.com/oclocracia-por-francisco-j-fernandez-pro/