La mediocridad de los políticos rechazada por el hartazgo de la opinión pública, obliga a nuestros sufrientes vecinos a clamar por la austeridad, por exigir el recorte del gasto de esta Administración triplicada, a cortar de lleno todas las subvenciones directas e indirectas a partidos políticos y sindicatos, cortar el derroche y despilfarro a todos los niveles, y es que estos dos organismos no son agencias de colocación, como se han convertido; el ciudadano, sangrado a impuestos, pide disminuir la presión impositiva y reducir los recortes, que no se han producido ni se ven en los sueldos de los políticos. Es muy preocupante la cifra del déficit, que según la Prensa nos atenaza: "... el Gobierno, dice el Mundo, no consigue reducir la carga de esta Administración; precisamente, la reforma de la estructura del Estado es lo que piden unánimamente al Gobierno los grandes empresarios españoles..." La deuda nos come con un monto de un billón de euros, que se dice muy pronto; cantidad descomunal que equivale al Producto Interior Bruto; es vital atajarlo, mientras no se lleve a cero el déficit público, como hizo Aznar, esa deuda nos arruinará y no levantará cabeza España, que vive en el precipicio y en una incongruencia. El Gobierno está gastando más de lo que ingresa, el gasto se acerca a los 70.000 millones de euros más de lo que ha ingresado. Son cifras escalofriantes que nos empujan al barranco. Esta política del gasto y despilfarro no se puede sostener, hay que cortarla por lo sano. La política no es un campo productivo, no es un negocio ni un paquete financiero que renta productividad.
Veremos en qué queda la reforma fiscal que emprende el Gobierno; aunque hay propuestas de sentido común, otras no se entienden, como el subir el IVA en un país que necesita aumentar el consumo, para salir de esta tenaza; la reforma que se necesita es la de atajar la defraudación y el mangoneo, la de la burda evasión del dinero, del variopinto instrumental del fraude, la de la renombrada economía sumergida y no el sistema impositivo. La auténtica presión fiscal en España no la pagan los ricos y afortunados, pues tienen también los dineros y recursos oportunos para camuflarlos, como admiten los expertos, ni las macroempresas que no pagan más del 12%, aquí, la pagan y soportan los pequeños, los sufrientes, que son los asalariados, los autónomos y los restos supervivientes de la clase media.
Y a esta penuria, se une la locura de la matraca nacionalista. Mensajes que han logrado calar en el tejido social mediante su maquinaria propagandística y a través del uso de las competencias educativas al servicio tergiversado de la historia en las aulas y, valiéndose de la Tv3 como instrumento de rencor y desprecio hacia todo lo español, han inyectado el veneno y odio sistemáticamente; y mientras siembran lo antiespañol con una mano, extienden la otra pidiendo ayuda económica, dineros y siempre más dineros. La crecida soberanista coincide con el hastío de los españoles ante la elefantiaca estructura autonómica montada en el despilfarro, y el desparrame de diecisiete taifas imposibles. Pretenden imponer el pensamiento único de la catalanidad excluyente y untuoso, haciéndolo manifestación y convicción multitudinaria y olvidan que lo fundamental para superar los momentos críticos reside en la colaboración y la benevolencia, donde sobran soberbias identitarias. Arturo Mas lleva años derrochando muchas energías y grandes montos de euros que dedica a ese empeño de ingeniería social del fomento del independentismo entre una sociedad que mayoritariamente no lo es. El separatismo catalán nunca ha mirado con amabilidad lo español, todo han sido desplantes y exigir millones sin dejar de vilipendiar y prohibir lo español.
Así pues, Arturo Mas se equivoca en los tiempos y en las formas, porque la independencia de Cataluña no puede ser más que una desgracia para España y una ruina para los catalanes; se ha montado en un caballo indómito que lo puede derribar y llevarlo a la confrontación con el Gobierno Central, que sólo hallará un final fatal, pues la independencia dividirá a los catalanes y suscitará una reacción imprevisible en la Nación Española.
C. Mudarra
Veremos en qué queda la reforma fiscal que emprende el Gobierno; aunque hay propuestas de sentido común, otras no se entienden, como el subir el IVA en un país que necesita aumentar el consumo, para salir de esta tenaza; la reforma que se necesita es la de atajar la defraudación y el mangoneo, la de la burda evasión del dinero, del variopinto instrumental del fraude, la de la renombrada economía sumergida y no el sistema impositivo. La auténtica presión fiscal en España no la pagan los ricos y afortunados, pues tienen también los dineros y recursos oportunos para camuflarlos, como admiten los expertos, ni las macroempresas que no pagan más del 12%, aquí, la pagan y soportan los pequeños, los sufrientes, que son los asalariados, los autónomos y los restos supervivientes de la clase media.
Y a esta penuria, se une la locura de la matraca nacionalista. Mensajes que han logrado calar en el tejido social mediante su maquinaria propagandística y a través del uso de las competencias educativas al servicio tergiversado de la historia en las aulas y, valiéndose de la Tv3 como instrumento de rencor y desprecio hacia todo lo español, han inyectado el veneno y odio sistemáticamente; y mientras siembran lo antiespañol con una mano, extienden la otra pidiendo ayuda económica, dineros y siempre más dineros. La crecida soberanista coincide con el hastío de los españoles ante la elefantiaca estructura autonómica montada en el despilfarro, y el desparrame de diecisiete taifas imposibles. Pretenden imponer el pensamiento único de la catalanidad excluyente y untuoso, haciéndolo manifestación y convicción multitudinaria y olvidan que lo fundamental para superar los momentos críticos reside en la colaboración y la benevolencia, donde sobran soberbias identitarias. Arturo Mas lleva años derrochando muchas energías y grandes montos de euros que dedica a ese empeño de ingeniería social del fomento del independentismo entre una sociedad que mayoritariamente no lo es. El separatismo catalán nunca ha mirado con amabilidad lo español, todo han sido desplantes y exigir millones sin dejar de vilipendiar y prohibir lo español.
Así pues, Arturo Mas se equivoca en los tiempos y en las formas, porque la independencia de Cataluña no puede ser más que una desgracia para España y una ruina para los catalanes; se ha montado en un caballo indómito que lo puede derribar y llevarlo a la confrontación con el Gobierno Central, que sólo hallará un final fatal, pues la independencia dividirá a los catalanes y suscitará una reacción imprevisible en la Nación Española.
C. Mudarra