Colaboraciones

LA INDI­SOLUBLE UNIDAD NACIONAL





El nacionalismo es un virus que corroe el ser nacional y el encuentro de los españoles. El Estado de las autonomías y la indi­soluble unidad de la nación españo­la no casan, han traído grave problemática; tras siglos de grandes discusiones y debates y hasta luchas y guerras, la cuestión permanece. Los nacionalistas, mientras no tengan una representación significativa, habían de tener un límite a su presencia política, de ahí la necesidad de reformar la Ley Electoral.

Aquí, la vivencia nacionalista es enconada y persistente, y no cesa de exigir y pedir; son unos grupúsculos muy determinados, que, convencidos de que pueden vivir por su cuenta, quieren la separación. Ese ansia de independencia y soberanía causa a España una gran inquietud, sumida en desencuentros continuos y en el desconcier­to nacional. Ante la posible desmembración de España, se vive un profun­do descontento social, la rebeldía e incomodidad nacionalis­tas crean, en la familia nacional graves conflictos. Se pone en entredicho el concepto de nación; nación es un concepto de significación variada según la intencionalidad del grupo político que lo usa. El Diccionario de la RAE dice que “nación es: 1. El conjunto de habitantes de un país regido por el mismo gobierno; 2. El territorio de ese país; o bien, en la cuarta acepción, el conjunto de personas de un mismo origen étnico, que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”. En realidad, son complementarias. No obstante, el Derecho Internacional, en referencia a Estados históricamen­te constituidos, asienta que “el res­peto a la unidad nacio­nal y a la integridad te­rritorial impone que la única vía posible de se­cesión sea la que se haga conforme a los procedimientos cons­titucionales internos”.

La vida en medio de este des­barajuste nacionalista es bronca e hiriente; esa exigencia continua, ese irse y quedarse, ese diario tira y afloja de ni contigo ni sin ti, se hace insoportable. A pesar de que España es una antigua nación con muchos lazos comunes y, sin duda, muchos intereses concurrentes, esos grupos nacionalistas periféricos polemizan y objetan la idea de España y, so­bre todo, su entidad como Nación Única e Indisoluble. La objetan los soberanistas no por una ideología de motivaciones éticas significativas, sino pecuniaria; el nacionalismo no es desinteresado, busca los dineros.

Todos se refugian en la historia en apoyo de sus argumentaciones; ahora bien, tomando y desechando de la historia sólo lo que les conviene, por eso, olvidan y desdeñan la Transición; en 1978, renunciando cada uno a sus particulares intereses, se estableció, mediante el consenso, la concordia y el acuerdo, un ámbito de comunión y avenencia, que ha venido siendo, hasta el 2004, expresivo y asombroso logro. Parece que aquel convenio aglutinante y conciliador que, cerrando heridas, llegó al abrazo político y a la hermandad, en una Nación y un solo Estado ya seculares, ha perdido vigencia, ha dejado de entusiasmar a muchos que no han querido olvidar inquinas y desprenderse de odios pretéritos.

Este virus disgregador, esta dispersión que divide y separa, que amenaza la existencia de España debe tener algún remedio, tendrá algún arreglo; no siendo, en realidad, verdaderamente distintos y diferentes los pueblos de España, la nación más antigua de Europa, habrá de hallar el camino de la convivencia y la fraternidad, entre otras, porque la unidad es la razón más ventajosa para todos los españoles.



C. Mudarra




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Sábado, 4 de Septiembre 2010
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