Jorge Luis Borges, la máxima figura de la literatura argentina y el único escritor de lengua española comparado con Cervantes, se dejó decir un día que “tener razón es una descortesía”, y alguien añadió que “decirlo, es doble descortesía”. Por tanto, no basta con decir “tengo la razón”, es necesario demostrarlo con actitudes y con obras. O sea, la razón , como la autoridad moral, no se impone, ni se conquista con dinero, ni se consigue con decretazos. La razón hay que ganarla a pulso, como la autoridad. Un presidente o ministro del Gobierno puede tener autoridad jurídica, porque las urnas se la han dado, pero no significa que tenga razón y, mucho menos, que se haya ganado la autoridad moral ante el pueblo.
Los políticos demócratas creen tener razón porque han sido elegidos por el pueblo. Y, asimismo, creen tener autoridad moral, porque han sido designados por el presidente del Gobierno. Ninguna de las dos cosas son infalibles y basta esperar unos meses para comprobarlo. Hay gobernantes de los que no sabemos ni el nombre, porque no han hecho nada o las pocas cosas que han hecho son como las aguas de abril, que todas caben en un barril. La principal tarea de los parlamentarios es dar buenas leyes para que el país progrese en todos los sentidos. Y la de los gobernantes, ejecutarlas, para que el pueblo no se sienta engañado. Y la de los jueces, vigilarlas, para que nadie se burle de ellas. Sin embargo, a veces parece que las leyes, los decretos y las sentencias están pensadas para sostener ideologías partidistas, más que para ayudar a los ciudadanos.
Un ejemplo claro lo tenemos con la Reforma Laboral. Hace dos años que, ante lo que se avecinaba, España necesitaba una “reforma laboral”. Ni el Gobierno la exigió, ni los sindicatos se movieron, ni los empresarios la urgieron. Es más, el Gobierno dice ahora que “haya o no haya acuerdo, se impondrá por decreto”; es decir, se dará un nuevo decretazo, como el de las medidas anticrisis. Porque no sabemos si estarán convencidos de lo que imponen, pero a ellos se lo ha impuesto la Unión Europea y no hay otra salida que ajustarse a razones o dejar el euro.
En un hospital, el director es una pieza necesaria para la buena marcha administrativa del centro, pero el médico que buscarán los enfermos será el que tenga más autoridad moral y el que conozca mejor los remedios de las enfermedades; es decir, el que tenga mejores razones para curar. De igual manera, en un Ayuntamiento, el mejor alcalde o el mejor edil no es el que sea mejor charlista, es el que tenga mejores razones para responder a las necesidades de los ciudadanos. Y, por supuesto, en una diócesis, no son los mejores pastores los que tengan mejores capisallos, mitras de oro y báculos de plata, sino el que esté más cerca de las personas necesitadas y de los alejados. España está necesitada de parlamentarios sensatos, de gobernantes honrados y de jueces justos. Porque los votantes están cansados de votar sin ver soluciones a sus problemas más perentorios. Y al pueblo se le puede engañar una y otra vez, pero no siempre.
JUAN LEIVA
Los políticos demócratas creen tener razón porque han sido elegidos por el pueblo. Y, asimismo, creen tener autoridad moral, porque han sido designados por el presidente del Gobierno. Ninguna de las dos cosas son infalibles y basta esperar unos meses para comprobarlo. Hay gobernantes de los que no sabemos ni el nombre, porque no han hecho nada o las pocas cosas que han hecho son como las aguas de abril, que todas caben en un barril. La principal tarea de los parlamentarios es dar buenas leyes para que el país progrese en todos los sentidos. Y la de los gobernantes, ejecutarlas, para que el pueblo no se sienta engañado. Y la de los jueces, vigilarlas, para que nadie se burle de ellas. Sin embargo, a veces parece que las leyes, los decretos y las sentencias están pensadas para sostener ideologías partidistas, más que para ayudar a los ciudadanos.
Un ejemplo claro lo tenemos con la Reforma Laboral. Hace dos años que, ante lo que se avecinaba, España necesitaba una “reforma laboral”. Ni el Gobierno la exigió, ni los sindicatos se movieron, ni los empresarios la urgieron. Es más, el Gobierno dice ahora que “haya o no haya acuerdo, se impondrá por decreto”; es decir, se dará un nuevo decretazo, como el de las medidas anticrisis. Porque no sabemos si estarán convencidos de lo que imponen, pero a ellos se lo ha impuesto la Unión Europea y no hay otra salida que ajustarse a razones o dejar el euro.
En un hospital, el director es una pieza necesaria para la buena marcha administrativa del centro, pero el médico que buscarán los enfermos será el que tenga más autoridad moral y el que conozca mejor los remedios de las enfermedades; es decir, el que tenga mejores razones para curar. De igual manera, en un Ayuntamiento, el mejor alcalde o el mejor edil no es el que sea mejor charlista, es el que tenga mejores razones para responder a las necesidades de los ciudadanos. Y, por supuesto, en una diócesis, no son los mejores pastores los que tengan mejores capisallos, mitras de oro y báculos de plata, sino el que esté más cerca de las personas necesitadas y de los alejados. España está necesitada de parlamentarios sensatos, de gobernantes honrados y de jueces justos. Porque los votantes están cansados de votar sin ver soluciones a sus problemas más perentorios. Y al pueblo se le puede engañar una y otra vez, pero no siempre.
JUAN LEIVA