Información y Opinión

LA CREENCIA RELIGIOSA





No todos los hombres son iguales, así mismo, las naciones tampoco son todas de la misma índole. La antigua Europa no puede desasirse de su vieja tradición cristiana, sin perder su propia identidad. Sarkozy no lo ha dudado y, recibiendo a Benedicto XVI con todo honor y respeto, ha coincidido con el Papa en la oportuna conjunción de “razón y laicismo”. Expuso la tesis de un laicismo positivo, en cuyo ámbito los gobernantes consideren que la religión, la Iglesia Católica, es una realidad positiva y vital y nunca, una amenaza o escollo para los pueblos y sus gentes. En verdad, no es preciso ser creyente ni socialista, ni siquiera culto, para tenerle la deferencia debida y concederle la relevancia intrínseca que su trascendencia secular supone en la civilización occidental.

Significativamente, el Presidente R. Zapatero, en su limitado y extraño cultivo internacional, vuela a Estambul a festejar la cena del final del Ramadán, con el turco, único apoyo a su Alianza de Civilizaciones. En su subjetivo canto a los valores del Islam y su favor, aquí, a la construcción de mezquitas, innecesaria, porque para orar no se necesita templo ni “en el monte Garizín ni en Jerusalén” (Jn 4,21), cree que va a encontrar la salvación. Como se permitió desdeñar la bandera estadounidense, así patentizó su injustificada asistencia a la misa del Papa en Valencia. Sólo, por cortesía, su agrio y ofensivo laicismo debe inducirlo a defender la tradición y acatar la creencia cristiana del pueblo español.

La religión no exige un trato de favor, sólo merece tolerancia y profunda consideración. Es propio de hombres sabios y prudentes resguardar la continuidad, mantener y cuidar sus tradiciones y conservar el arsenal de hábitos y costumbres de sus ancestros. Con frecuencia, se ha dicho que la creencia cristiana no ofende; por el contrario, imprime un contrapeso necesario en el entramado social, genera confianza y generosidad y frena ciertos comportamientos. El hecho religioso salvaguarda los derechos y conduce los deberes, dignifica el ser personal y el proceder humano y, en todo momento, abre ventanas a la esperanza y coadyuva, con su eficiente dedicación caritativa, a curar las heridas de la enfermedad y a paliar los estragos de la pobreza, allí donde el Estado no llega.

Únicamente, las mentes sectarias e ignorantes, carcomidas por ideologías intoxicadas, pueden soltar su nocivo lastre y lanzar esas cargas destructivas contra nuestro ser creyente, sin el que no seríamos lo que somos. La fobia, desplegada sigilosa y constantemente, a través de la servidumbre de los recursos mediáticos del poder, es exclusiva de los odios y resentimientos de esta España dual; en ningún otro país de Europa, respetuosa con la Iglesia Católica, se entienden ni se consienten tamaños manejos. Es síntoma grave del hecho diferenciador de España, frente a la elegante atención que tienen los intelectuales europeos por analizar la relevante función, que está ejerciendo la fe católica en el acaecer cultural y religioso de Occidente. En España, no sólo no se acogen y estudian las aportaciones fundamentales de la Iglesia, sino que se silencian y se denostan con el peor estilo del anticlericalismo hispánico. Es puro fanatismo y villano ultraje ese gratuito e indebido vilipendio.



C. V. Mudarra


   
Lunes, 29 de Septiembre 2008
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