Colaboraciones

LA CONVULSIÓN NORTEAFRICANA





Un clamor airado recorre la espina dorsal del mundo árabe. Europa debe pertrecharse ante la desestabilización de su flanco Sur. Muchos se preguntan, si se trata de un movimiento interior espontá­neo o incitado por intereses externos. Una revuelta de semejante peso requiere organización. No está claro, si esta rebelión de las masas norteafricanas es un intento pro democracia o un modo de entrega­r el país a los islamistas de los Hermanos Musulmanes; precisamente, estas candidaturas islamis­tas pretenden liquidar la democracia de la que se sirven para alcanzar el poder. Esta hermandad, la fuerza mejor organizada en Egipto, su patria de nacimiento, es una organización pacífica, pero radical; renuncia a la violencia, pero no a la creación de un sistema islámico; se mantiene en semisilencio, porque cree que esta moviliza­ción les llega antes de tiempo, como a Mu­harak.

El Norte de África está convulso. Primero fue Túnez y luego Egipto que sufre ya treinta años la dictadura de corrupción y nepotismo de Hosni Mubarak; los llamamientos del Ejército y las propuestas gubernamentales no sirvieron de nada y han desechado las advertencias norteamericanas, hasta derribarlo; ahora el calor revolucionario se está extendiendo a Argelia, a Teherán, a Libia y Bahrein y, tal vez, a Marruecos, H. Clinton advierte sobre una “tormenta perfecta” en la región. ¿Quién rige y financia esta revolución? Puede que estos pueblos que sobreviven bajo la miseria y la opresión, hayan aprendido y decidido ahora sacudírsela; quizás, la paciencia del pueblo se haya colmado y no quiera aplazar ni un minuto más su futuro en la lucha legítima por los derechos políticos, la justicia social y el impulso económico. O bien, puede que fluyan soterradas las fuerzas islamistas.

A veces la solución revolucionaria ha resultado más infecta de lo que se creía; nadie sabía quién era Fidel Castro ni lo que podía ocurrir tras la caída del Sha en Persia; recuérdese que aquella necesidad de derribar al dictador Batista, ha supuesto que Cuba sufra sesenta años de tiranía comunista con Fidel Castro; también, hubo que terminar con los lujos y manejos del Sha y ello instauró el fundamentalismo islámico de los jomeinis, que finiquitó con las libertades y hasta con el propio nombre de Persia. Se atacó a Sadam Hussein que ansiaba ser el ‘rais’ del mundo islámico y destruir a Israel, pero esa guerra ha traído su derribo y muerte y el horror y la ruina de Irak.

Se teme que Ahmadinayed esté atizando la revuelta popular; lo ha anunciado públicamente en cuatro ocasiones. Egipto, con casi cien millo­nes de habitantes, tiene una situación geográfica clave y una política de espe­cial complejidad, muy difícil de enten­der. De ahí que lo primero, pues, haya sido terminar con Mu­harak; si en Egip­to se instalara un sistema fundamenta­lista islámico, es decir, una dictadura to­davía peor que la existente hasta el momento, Israel quedaría atenazado, por la tenaza airada de dos na­ciones poderosas, al Sur por la egipcia y al Norte por la iraní, y, entonces, el mundo se enfrent­aría á un gravísimo peligro de conflagración. Por otro lado, no cabe duda, que este movimiento revolucionario de exigencia política puede estar insuflado y financiado por las fuerzas de Bin Laden y Alkaeda, a quienes, por supuesto, no les faltan motivos y ocasiones.

Sería bueno que, huyendo del fundamentalismo, se encauzara esta energía de cambio que circula por el mundo árabe, para conseguir una transición pacífica hacia la democracia pluralista de buena gobernación, salvaguarda de los derechos humanos y apertura a las libertades en aras del trabajo, la paz y la justicia.



C. Mudar

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Sábado, 19 de Febrero 2011
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