Pasados los fervores de los funerales, reflexionemos sobre el "mágico recuerdo" que el pueblo mantiene de Adolfo Suárez; lo añora, porque supo insuflar la ilusión colectiva que hoy desgraciadamente se ha perdido en aras de la degradación moral que campea por las aristas de la casta pública, convertida en desprecio del ciudadano. De ahí, que, al paso fúnebre del armón, el pueblo con piedad, alzó su voz en un grito referido al Gobierno, Oposición y fuerzas políticas en general: "Tomad todos ejemplo de su buen hacer", les dijo a todos ellos.
Por la capilla ardiente y tras el féretro, desfilaba nuestra historia reciente; el tiempo de Adolfo Suárez considerado un solemne acierto y el de ahora, una total penuria; allí, iban la destreza del héroe del consenso, la dignidad y la valentía firme; el dolor sincero brillaba en los ojos de miles de españoles, enojados por su anhelo de reconciliación con unos políticos que han provocado su hartazgo y, a la vez,, inclinados a despedir con nobleza y honor a uno de los padres fundadores. Crece el eco de la muerte del primer Presidente que ha llenado de estupor y afectividad la memoria de la mayoría de españoles y, de ellos, muchos han descubierto ahora al personaje que forjó la Transición. Y es que probablemente nos aterra percibir hoy que estamos volviendo a enfrentamientos que creíamos superados definitivamente; varía mucho hacer oposición política y otra el apaleo y el derribo de lo establecido, que a algunos les parece rechazable y nocivo; la extrema izquierda lucha con furia mediante métodos revolucionarios, a fin de reducir a cenizas esta democracia, cuestión que la izquierda parlamentaria mira con complacencia esperando recoger la fruta madura.
El legado político de Suárez ha puesto de manifiesto ante la buena gente que nos faltan políticos de talla con sentido de Estado y de ejemplaridad pública, hombres honestos sin tacha; se añora su lado humano, su estatura moral y su fe en Dios y en su Patria. La perspectiva histórica de la España Nuestra ha magnificado la labor y la figura de Suárez; el silencio de su tenebrosa enfermedad lo ha librado de padecer el doloroso zarpazo político, económico y social que hoy soportan los españoles; ha subido a los altares de la historia por su talento y acierto políticos, por confeccionar el sereno paso de la dictadura a la democracia mediante la Modélica Transición construida con el costoso encaje que logró en breve tiempo y aderezada con los oportunos pactos de las fuerzas políticas de aquel momento histórico. Erigió con éxito la singular arquitectura política inspirada por Fernández Miranda y alentada por el Rey don Juan Carlos, con eficiente trabajo y fe firme en su misión. Su maestría para aunar voluntades y tendencias políticas convenció al franquismo reticente y lo condujo a la convivencia; atrajo a Carrillo y legalizó el Partido Comunista. Y ello ciertamente, a pesar del rechazo de la clase política, de injustas críticas, enormes desaires y vacíos y tantas deslealtades, producto de atroces envidias y agrios orgullos. Se vio atacado y abandonado por los suyos, fue traicionado y desdeñado por los compañeros del Movimiento, se enfrentó al golpe militar, salió en defensa del General G. Mellado ante la vejación infringida por los guardias civiles y con valor y dignidad suma permaneció en su escaño.
Aquí queda el legado de su espléndida obra: la democracia parlamentaria plena y constitucional, garantista y plural de las más avanzadas y modernas del mundo, asombro de resentidos e incrédulos; respetuosa al máximo con las libertades y derechos de los españoles; con su sacrificio personal y político, supo elevar a categoría política lo que era normal en la calle y regaló a España su esfuerzo de consenso y concordia, cuyo espíritu se respira en la Constitución del 1978.
C. Mudarra
Por la capilla ardiente y tras el féretro, desfilaba nuestra historia reciente; el tiempo de Adolfo Suárez considerado un solemne acierto y el de ahora, una total penuria; allí, iban la destreza del héroe del consenso, la dignidad y la valentía firme; el dolor sincero brillaba en los ojos de miles de españoles, enojados por su anhelo de reconciliación con unos políticos que han provocado su hartazgo y, a la vez,, inclinados a despedir con nobleza y honor a uno de los padres fundadores. Crece el eco de la muerte del primer Presidente que ha llenado de estupor y afectividad la memoria de la mayoría de españoles y, de ellos, muchos han descubierto ahora al personaje que forjó la Transición. Y es que probablemente nos aterra percibir hoy que estamos volviendo a enfrentamientos que creíamos superados definitivamente; varía mucho hacer oposición política y otra el apaleo y el derribo de lo establecido, que a algunos les parece rechazable y nocivo; la extrema izquierda lucha con furia mediante métodos revolucionarios, a fin de reducir a cenizas esta democracia, cuestión que la izquierda parlamentaria mira con complacencia esperando recoger la fruta madura.
El legado político de Suárez ha puesto de manifiesto ante la buena gente que nos faltan políticos de talla con sentido de Estado y de ejemplaridad pública, hombres honestos sin tacha; se añora su lado humano, su estatura moral y su fe en Dios y en su Patria. La perspectiva histórica de la España Nuestra ha magnificado la labor y la figura de Suárez; el silencio de su tenebrosa enfermedad lo ha librado de padecer el doloroso zarpazo político, económico y social que hoy soportan los españoles; ha subido a los altares de la historia por su talento y acierto políticos, por confeccionar el sereno paso de la dictadura a la democracia mediante la Modélica Transición construida con el costoso encaje que logró en breve tiempo y aderezada con los oportunos pactos de las fuerzas políticas de aquel momento histórico. Erigió con éxito la singular arquitectura política inspirada por Fernández Miranda y alentada por el Rey don Juan Carlos, con eficiente trabajo y fe firme en su misión. Su maestría para aunar voluntades y tendencias políticas convenció al franquismo reticente y lo condujo a la convivencia; atrajo a Carrillo y legalizó el Partido Comunista. Y ello ciertamente, a pesar del rechazo de la clase política, de injustas críticas, enormes desaires y vacíos y tantas deslealtades, producto de atroces envidias y agrios orgullos. Se vio atacado y abandonado por los suyos, fue traicionado y desdeñado por los compañeros del Movimiento, se enfrentó al golpe militar, salió en defensa del General G. Mellado ante la vejación infringida por los guardias civiles y con valor y dignidad suma permaneció en su escaño.
Aquí queda el legado de su espléndida obra: la democracia parlamentaria plena y constitucional, garantista y plural de las más avanzadas y modernas del mundo, asombro de resentidos e incrédulos; respetuosa al máximo con las libertades y derechos de los españoles; con su sacrificio personal y político, supo elevar a categoría política lo que era normal en la calle y regaló a España su esfuerzo de consenso y concordia, cuyo espíritu se respira en la Constitución del 1978.
C. Mudarra