Colaboraciones

LA "CASTA IMPUNE" Y TOCQUEVILLE





Lo cierto es que la casta política lo es porque se ha constituido ella sola en eso, en una casta con un territorio propio de impunidad donde el principio de legalidad que rige en toda democracia allí no se conoce, donde se han acostumbrado a vivir en otra dimensión sin que caigan sobre ellos las consecuencias derivadas de sus actos y lo peor es la perdida de consciencia de que están ahí, que los vemos, que los criticamos, que son el tercer problema para los ciudadanos. Nada de esto parece afectarles, es un limbo de tal magnitud que los ha hecho insensibles como si algún resorte les permitiera darles la seguridad de que todo está bajo control y no les va a pasar nada. Han conseguido una especie de sistema gadaffiano pero disfrazado de democracia, que les permite gestionar pésimamente, enriquecerse a velocidades de vértigo y llevar una vida con nuestros impuestos que roza el insulto a los ciudadanos.

Pero todo está atado y bien atado. El ciudadano ha sido desarmado por el Estado de Bienestar, que le ha dado todo a cambio de robarle su alma, esa que le permite pensar por si mismo, valerse por si mismo y sobrevivir. Nada hay como una sociedad placentera donde el mando a distancia sea lo único que te obedezca, pero resulta que todo se acaba, los días de gloria han llegado al final ¿Y ahora que? No sabemos ni como empezar, de que protestar y sobre todo que nos pasará si salimos a la calle, que será de mi hipoteca, de mi pensión, de mi trabajo etc... Nos han despojado de todos los elementos de supervivencia, somos el rebaño perfecto al que un ente aún por determinar nos domina y nos humilla, algo así como zombies, a diferencia de los libios, egipcios, tunecinos y demás ciudadanos, nosotros nos quedaremos en casa porque seguiremos pensando que la cosa no va con nosotros. Si Tocqueville levantara la cabeza observaría que parte de sus diagnósticos siguen vigentes fuera de América. Os dejo un fragmento impresionante de su obra "La democracia en América".

Después de terminar el primer volumen de Democracy in America, Tocqueville parece haberse sentido cada vez más atraído por una idea que encuadra aproximadamente dentro de estos parámetros. “Un examen más cuidadoso del tema, y cinco años de meditaciones ulteriores”, escribió cuando llegaba al final de su segundo volumen, “no han disminuido mis aprensiones, pero han cambiado su objeto» (2:378). Entonces, en uno de los fragmentos más obsesionantes e inspirados de toda la ciencia política, predice una forma totalmente nueva de despotismo que puede temerse en los países democráticos:

Creo que el tipo de opresión que amenaza a las naciones democráticas es diferente de cualquier cosa que jamás haya existido en el mundo: nuestros contemporáneos no encontrarán ningún prototipo de él en su memoria. Yo mismo estoy tratando de elegir una denominación que exprese adecuadamente la idea completa que me he hecho de él, pero es en vano: las viejas palabras “despotismo” y “tiranía” son inapropiadas, la cosa en sí misma es nueva, y desde el momento en que no puedo nombrarla, debo intentar definirla.

Intento trazar los nuevos rasgos con los cuales el despotismo puede aparecer en el mundo. La primera cosa que llama la atención del observador es una innumerable multitud de hombres, todos iguales y similares, esforzándose incesantemente por procurarse los insignificantes y mezquinos placeres con los cuales sacian sus vidas. Cada uno de ellos, al vivir separado, es como un extraño respecto del destino de los demás, pues sus hijos y sus amigos personales constituyen para él la totalidad de la humanidad. En cuanto al resto de sus conciudadanos, está junto a ellos pero no los ve; los toca, pero no los siente, y si bien sigue manteniendo vínculos con sus parientes, se puede decir que en todo sentido ha perdido a su país.

Sobre esta raza de hombres se yergue un poder inmenso y tutelar, el cual asume por sí mismo la tarea de garantizar sus gratificaciones y cuidar de su suerte.

Ese poder es absoluto, minucioso, regular, providente y blando. Sería como la autoridad de un padre si, al igual que dicha autoridad, su propósito fuera preparar a los hombres para la madurez; pero, por el contrario, se propone mantenerlos en una infancia perpetua: está muy satisfecho de que el pueblo se regocije, siempre que no piense más que en regocijarse. Para su felicidad es que dicho gobierno trabaja de buen grado, pero elige ser el único agente y el único árbitro de esa felicidad: se ocupa de su seguridad, prevé y cubre sus necesidades, facilita sus placeres, se hace cargo de sus preocupaciones principales, dirige su industria, regula la transmisión de la propiedad y subdivide sus herencias. ¿Qué resta, si no que los libere de toda la preocupación de pensar y de todo el problema de vivir?

Así, hace que cada día el ejercicio del libre albedrío humano sea menos útil y menos frecuente; circunscribe la voluntad a un círculo más estrecho y gradualmente despoja al hombre de todas sus prerrogativas. El principio de la igualdad ha preparado a los hombres para estas cosas: los ha predispuesto para soportarlas y, a menudo, para considerarlas un beneficio.

Tras haber apresado con éxito a cada miembro de la comunidad en sus poderosas garras y haberlo moldeado a su voluntad, el poder supremo extiende su brazo sobre toda la comunidad. Cubre la superficie de la sociedad con una red de pequeñas y complicadas reglas, minuciosas y uniformes, a través de la cual no pueden penetrar las mentes más originales y los caracteres más enérgicos, para alzarse sobre la multitud. No se rompe la voluntad del hombre, sino que se ablanda, se la tuerce y se la guía: muy pocas veces se fuerza a los hombres a actuar, pero constantemente se les impide hacerlo; un poder tal no destruye, sino que impide la existencia; no tiraniza, sino que oprime, enerva, extingue y estupidiza al pueblo, hasta que cada nación queda reducida a no ser más que una manada de animales tímidos e industriosos, de la que el gobierno es el pastor. (2:380-81)

Estigma

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Domingo, 6 de Marzo 2011
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