Israel no quiere ni puede tolerar la inexperiencia política y militar de su Gobierno. El pueblo israelí, no avezado a la derrota militar, sigue sangrando por las heridas, aún sin cicatrizar, que le produjo el fracaso de la guerra del Líbano, contra Hizbulá, el pasado verano. La comisión Winograd, que examina las causas, en su informe ha presentado unas conclusiones devastadoras. Más de cien mil personas tomaron la calle para pedir la dimisión del primer ministro Ehud Olmert y el titular de Defensa, Amir Peretz, a quienes recriminan sus errores y exigen responsabilidades en la gestión bélica.
Los laboristas, que se planteaban estos días su salida de la coalición, han desistido a última hora, por «razones políticas», ante la situación. Desde que, a principios de mayo, saltó la chispa, tras la publicación del informe preliminar, Olmert y Peretz andan, desprovistos rumbo a la caída, capeando las afiladas críticas de la opinión pública, de la oposición y las de sus aliados. La ministra de Exteriores Tzipi Livni, mano derecha de Olmert, le zarandea la silla, en busca del mando y de hacerse con el poder.
Sin duda, la impericia de estos dos políticos no tiene parangón en los recios y contundentes avatares históricos de Israel. Según explica Shlomo Avineri, profesor de Ciencia Política, Olmert, sucesor de Sharon en el partido Kadima, iba falto de entidad política y de destreza marcial. Es un hombre sin talla, ni envergadura, para la mayoría de los israelíes; incluso sus votantes, lo tachan de político provisional, ministro de mero accidente. Y Peretz, un simple sindicalista sin saber ni habilidad, cuyo ascenso sorprendió a propios y extraños, empezando por él mismo. Esta pareja increíble llevaba escrito por los hados el desastre y el descalabro hasta en el forro de sus ansiadas chaquetas de ministro. «Precisamente, dice Avineri, porque los israelíes son conscientes de la constante amenaza de su seguridad, necesitan dirigentes capaces de conducir una guerra».
La inquietud y la desazón se ha instalado en las brisas israelíes e insta a los soldados reservistas, que, levantándose, exigen la defenestración del Gobierno. El movimiento reservita denuncia la falta de preparación del Ejército, la imprevisión de los altos mandos militares, ante la peligrosísima intimidación y constante rechazo circundantes y las tácticas militares ya obsoletas. Pide la tajante dimisión de los dos ministros implicados.
Ciertamente, Israel, con la furia de odio que incumbe sobre sus cabezas, no puede ni debe entretenerse en titubeos electorales y debilidades castrenses.
C. Valverde Mudarra
Los laboristas, que se planteaban estos días su salida de la coalición, han desistido a última hora, por «razones políticas», ante la situación. Desde que, a principios de mayo, saltó la chispa, tras la publicación del informe preliminar, Olmert y Peretz andan, desprovistos rumbo a la caída, capeando las afiladas críticas de la opinión pública, de la oposición y las de sus aliados. La ministra de Exteriores Tzipi Livni, mano derecha de Olmert, le zarandea la silla, en busca del mando y de hacerse con el poder.
Sin duda, la impericia de estos dos políticos no tiene parangón en los recios y contundentes avatares históricos de Israel. Según explica Shlomo Avineri, profesor de Ciencia Política, Olmert, sucesor de Sharon en el partido Kadima, iba falto de entidad política y de destreza marcial. Es un hombre sin talla, ni envergadura, para la mayoría de los israelíes; incluso sus votantes, lo tachan de político provisional, ministro de mero accidente. Y Peretz, un simple sindicalista sin saber ni habilidad, cuyo ascenso sorprendió a propios y extraños, empezando por él mismo. Esta pareja increíble llevaba escrito por los hados el desastre y el descalabro hasta en el forro de sus ansiadas chaquetas de ministro. «Precisamente, dice Avineri, porque los israelíes son conscientes de la constante amenaza de su seguridad, necesitan dirigentes capaces de conducir una guerra».
La inquietud y la desazón se ha instalado en las brisas israelíes e insta a los soldados reservistas, que, levantándose, exigen la defenestración del Gobierno. El movimiento reservita denuncia la falta de preparación del Ejército, la imprevisión de los altos mandos militares, ante la peligrosísima intimidación y constante rechazo circundantes y las tácticas militares ya obsoletas. Pide la tajante dimisión de los dos ministros implicados.
Ciertamente, Israel, con la furia de odio que incumbe sobre sus cabezas, no puede ni debe entretenerse en titubeos electorales y debilidades castrenses.
C. Valverde Mudarra