El ser humano es bueno por naturaleza. Sinceramente lo creo. Y aunque el egoísmo y el ansia de poder puedan enfangar ese principio natural, el hombre nunca dejará de tender hacia él.
La bondad "vende" bien cualquier producto. La bondad debe teñir, colorar, maquillar cosméticamente todo lo que se quiere vender, especialmente si se quiere conseguir la voluntad ajena, con especial mención del voto en política.
Llevamos un largo tiempo presenciando la mercadotecnia de la bondad hipócrita, llegando a extremos impensables. Porque la esencia de la bondad no importa. Lo que importa es la manipulación de este principio para conseguir del sentimiento de bondad de los ciudadanos mi acceso al poder.
La bondad se aplicará pronto, y no faltarán partidos populistas que lo invocarán cuando busquen votos en esos caladeros, incluso a los mosquitos y las cucarachas.
Vamos degradando la bondad, traspasando los límites del buenismo y llegaremos a la "bondadosidad". Sin límites. Solo hay que inventar horizontes falsos y absurdos de "bondadosidad" para tocar la fibra de seres humanos bienintencionados, pero malformados, que creen estar actualizando en hechos el principio abstracto innato de la bondad.
Hemos presenciado la aplicación de ciertas regulaciones "bondadosistas" hacia la mujer, tan necesitada de justicia tras siglos de injusticia en su consideración personal, familiar y social. Pero a los partidos populistas les interesan más los réditos de esta política que los efectos reales de su aplicación. Lo estamos viendo en el empecinamiento de la proponente de la ley del "solo sí es sí", a quien poco importan los negativos efectos del diseño de una ley manifiestamente mejorable.
Y algo similar puede aducirse sobre las leyes de educación, inmigración, sanidad, sexualidad y familia. Porque lo que importa ya no es el ser humano y la consecución de la utopía de la bondad universal. Lo que importa es el poder, aunque se prostituya un principio inmanente e inherente en todos nosotros.
Y, lo dicho, pronto los mosquitos y las cucarachas nos reemplazarán como objetivo de nuestros desvelos "bondadosistas"...
Francisco Garrudo
La bondad "vende" bien cualquier producto. La bondad debe teñir, colorar, maquillar cosméticamente todo lo que se quiere vender, especialmente si se quiere conseguir la voluntad ajena, con especial mención del voto en política.
Llevamos un largo tiempo presenciando la mercadotecnia de la bondad hipócrita, llegando a extremos impensables. Porque la esencia de la bondad no importa. Lo que importa es la manipulación de este principio para conseguir del sentimiento de bondad de los ciudadanos mi acceso al poder.
La bondad se aplicará pronto, y no faltarán partidos populistas que lo invocarán cuando busquen votos en esos caladeros, incluso a los mosquitos y las cucarachas.
Vamos degradando la bondad, traspasando los límites del buenismo y llegaremos a la "bondadosidad". Sin límites. Solo hay que inventar horizontes falsos y absurdos de "bondadosidad" para tocar la fibra de seres humanos bienintencionados, pero malformados, que creen estar actualizando en hechos el principio abstracto innato de la bondad.
Hemos presenciado la aplicación de ciertas regulaciones "bondadosistas" hacia la mujer, tan necesitada de justicia tras siglos de injusticia en su consideración personal, familiar y social. Pero a los partidos populistas les interesan más los réditos de esta política que los efectos reales de su aplicación. Lo estamos viendo en el empecinamiento de la proponente de la ley del "solo sí es sí", a quien poco importan los negativos efectos del diseño de una ley manifiestamente mejorable.
Y algo similar puede aducirse sobre las leyes de educación, inmigración, sanidad, sexualidad y familia. Porque lo que importa ya no es el ser humano y la consecución de la utopía de la bondad universal. Lo que importa es el poder, aunque se prostituya un principio inmanente e inherente en todos nosotros.
Y, lo dicho, pronto los mosquitos y las cucarachas nos reemplazarán como objetivo de nuestros desvelos "bondadosistas"...
Francisco Garrudo