(CARTILLA ABIERTA A LA QUE HUBIERA ACERTADO SI SE HUBIESE HECHO LA MUDA, ALMUDENA GRANDES)
“Cada mañana fusilaría a dos o tres voces de la derecha que me sacan de quicio”.
Almudena Grandes
Ignoro si lo que pretendió la autora madrileña al airear las palabras susodichas fue que se vendieran más ejemplares de su última novela, “Corazón helado”. A servidor (ya sabe usted, desocupado lector, para unos E. S. O., un andoba de Cornago, Otramotro para otros) leerlas le ha dejado con el tal ídem.
Ciertamente, nos gusta propalar por doquier e iterar, un día sí y otro también, hasta quedar ahítos, la gran necedad de que todas las opiniones (hijas legítimas o bastardas de la libertad de criterio) son respetables. Lo hacemos, seguramente, porque todavía no nos hemos aclarado o convencido del todo de que, en materia de respeto o tolerancia, lo único que sí es, en verdad, incontestable e incuestionable es esto: que, por mucho que se blable (de “blablar”, hablar por los codos), lo íngrimo auténtica y absolutamente respetable es el hombre; y su facultad de pensar y expresar lo pensado; sea esto lo más cazurro o zo(que)te, lo que, como es obvio, no merece respeto alguno. Pero de esto sólo son capaces de deliberar y juzgar con totales independencia y sensatez e inconcuso sentido común (que, proverbialmente, es reputado el menos común de todos los sentidos) quienes no pertenecen a ningún partido político, foro o cuerda y suelen ir por libre y con pies de plomo; no quienes son fácilmente influenciables o prosélitos a rajatabla o ultranza de este o aquel ideario y/o quienes acostumbran a emitir sus pareceres a bote pronto, con prisa/s.
E. S. O., un andoba de Cornago
“Cada mañana fusilaría a dos o tres voces de la derecha que me sacan de quicio”.
Almudena Grandes
Ignoro si lo que pretendió la autora madrileña al airear las palabras susodichas fue que se vendieran más ejemplares de su última novela, “Corazón helado”. A servidor (ya sabe usted, desocupado lector, para unos E. S. O., un andoba de Cornago, Otramotro para otros) leerlas le ha dejado con el tal ídem.
Ciertamente, nos gusta propalar por doquier e iterar, un día sí y otro también, hasta quedar ahítos, la gran necedad de que todas las opiniones (hijas legítimas o bastardas de la libertad de criterio) son respetables. Lo hacemos, seguramente, porque todavía no nos hemos aclarado o convencido del todo de que, en materia de respeto o tolerancia, lo único que sí es, en verdad, incontestable e incuestionable es esto: que, por mucho que se blable (de “blablar”, hablar por los codos), lo íngrimo auténtica y absolutamente respetable es el hombre; y su facultad de pensar y expresar lo pensado; sea esto lo más cazurro o zo(que)te, lo que, como es obvio, no merece respeto alguno. Pero de esto sólo son capaces de deliberar y juzgar con totales independencia y sensatez e inconcuso sentido común (que, proverbialmente, es reputado el menos común de todos los sentidos) quienes no pertenecen a ningún partido político, foro o cuerda y suelen ir por libre y con pies de plomo; no quienes son fácilmente influenciables o prosélitos a rajatabla o ultranza de este o aquel ideario y/o quienes acostumbran a emitir sus pareceres a bote pronto, con prisa/s.
E. S. O., un andoba de Cornago