Así es. Aunque a usted le agríe que al menda lerenda, “Otramotro”, le apetezca hacer de cuando en vez o de vez en cuando, con alguna asiduidad o frecuencia, uso (que otros, tal vez, consideren, sin ambages ni atajos, abuso) del anagrama, amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector, y del pleonasmo: la alergia ajena es una alegría aneja para la galería propia.
Nos peta airear hasta la saciedad (uno de los ingredientes que más contribuye a ensuciar nuestra sociedad) o predicar, un día sí y otro también, hasta quedar ahítos por el hartazgo, la gran necedad de que todas las opiniones (hijas legítimas o bastardas de la libertad de criterio y expresión) son respetables. Lo hicimos, hacemos y, acaso, seguiremos haciendo así, porque todavía no nos hemos aclarado o convencido del todo de que lo único que sí es, en verdad, importante o precipuo es esto: que, por mucho que se perore o blable (de “blablar”, hablar por los codos), lo íngrimo auténtica y absolutamente respetable es el hombre; y su facultad de pensar y expresar lo pensado; sea esto lo más cazurro o zo(que)te, lo que no merece respeto alguno, como es obvio. Pero de esto sólo es capaz de juzgar quien no pertenece a ningún partido político y suele ir por libre y con pies de plomo; no quien es fácilmente influenciable o prosélito a ultranza de este o aquel almario, ideario o ilusionario y acostumbra a emitir sus pareceres a bote pronto, de modo apresurado.
Ángel Sáez García
Nos peta airear hasta la saciedad (uno de los ingredientes que más contribuye a ensuciar nuestra sociedad) o predicar, un día sí y otro también, hasta quedar ahítos por el hartazgo, la gran necedad de que todas las opiniones (hijas legítimas o bastardas de la libertad de criterio y expresión) son respetables. Lo hicimos, hacemos y, acaso, seguiremos haciendo así, porque todavía no nos hemos aclarado o convencido del todo de que lo único que sí es, en verdad, importante o precipuo es esto: que, por mucho que se perore o blable (de “blablar”, hablar por los codos), lo íngrimo auténtica y absolutamente respetable es el hombre; y su facultad de pensar y expresar lo pensado; sea esto lo más cazurro o zo(que)te, lo que no merece respeto alguno, como es obvio. Pero de esto sólo es capaz de juzgar quien no pertenece a ningún partido político y suele ir por libre y con pies de plomo; no quien es fácilmente influenciable o prosélito a ultranza de este o aquel almario, ideario o ilusionario y acostumbra a emitir sus pareceres a bote pronto, de modo apresurado.
Ángel Sáez García