Imagen cedida por La Kodorniz
Se vive en España un momento delicadísimo; las negras brumas del terrorismo irredento, altanero y exigente la envuelven y la convulsionan bajo el peso de las dudas y los temores ante una negociación que se inicia entre la incertidumbre y la oscuridad. La prensa destaca la noticia por su enorme carga significativa: “Batasuna celebra como un ‘triunfo de Euskal Herria’ el anuncio de R. Zapatero”. El subtítulo es más enjundioso: “Tras largos años de ‘conflicto’, el Gobierno Español ha reconocido que la solución debe basarse en la decisión de los vascos”. Obsérvese bien, no dicen de los españoles, que son, en rigor democrático, quienes obstentan el poder y han de tomar mayoritariamente todas las decisiones.
Cuando los abertzales se alegran y las víctimas del terror tiemblan, se oponen y se enfurecen en un dolor reverdecido y el Partido de la Oposición no firma, no colabora ni ve la oportunidad y la legalidad del inicio de conversaciones, es que R. Zapatero no anda por la vía del acierto, empeñado en respetar la “decisión vasca” que no figura en la legislación vigente. Gran parte del pueblo español no está en sintonía con la determinación de este Gobierno Socialista. Le resulta dudosa e inquietante por las formas en que se aborda y la ausencia de las condiciones imprescindibles dentro del derecho y de la democracia y porque nunca mencionan la más amplia autonomía que gozan desde el 78. Las exigencias son las mismas, no han variado ni un ápice, el orgullo, la altanería y la superioridad son alarmantes, la inquietud y la zozobra siguen presentes; en cualquier momento, si la cosa no les gusta, saltan las pistolas y aparecen las bombas. No han dejado las armas sobre la mesa. No hay muestra de arrepentimiento, de sumisión, ni voluntad de reinserción y acoplamiento. No hay entrega, sólo, palabras.
Cuarenta años de familias quebradas por los tiros, revestidas de llanto y muerte y destrozadas por la metralla no se pueden silenciar de cualquier modo o tirarlos por la borda. Cuarenta años soportando en silencio y sufriendo los charcos de sangre, exigen una responsabilidad moral al Estado. Si no se tienen en cuenta, si se olvidan, si se cede, si se actúa a la ligera, es el pueblo sufriente el que se rinde y se entrega. No habría servido de nada todo ese tiempo de esfuerzo y de sangre.
Es preciso, en este caso, ir por los caminos de la justicia y la sabiduría, no sólo por el sentimentalismo o por complacencias a las minorías. Se debe hacer lo que es justo y obrar sabiamente. Es propio de magnanimidad y de bondad perdonar y acoger, pero, para ello, ha de presentarse en lontananza el pródigo que vuelve. Todos desean una España libre de terror, hermanada y respirando libertad, pero en el orden constitucional y digno. Hágase realidad la paz y la justicia para todos los hombres.
Camilo Valverde Mudarra
Cuando los abertzales se alegran y las víctimas del terror tiemblan, se oponen y se enfurecen en un dolor reverdecido y el Partido de la Oposición no firma, no colabora ni ve la oportunidad y la legalidad del inicio de conversaciones, es que R. Zapatero no anda por la vía del acierto, empeñado en respetar la “decisión vasca” que no figura en la legislación vigente. Gran parte del pueblo español no está en sintonía con la determinación de este Gobierno Socialista. Le resulta dudosa e inquietante por las formas en que se aborda y la ausencia de las condiciones imprescindibles dentro del derecho y de la democracia y porque nunca mencionan la más amplia autonomía que gozan desde el 78. Las exigencias son las mismas, no han variado ni un ápice, el orgullo, la altanería y la superioridad son alarmantes, la inquietud y la zozobra siguen presentes; en cualquier momento, si la cosa no les gusta, saltan las pistolas y aparecen las bombas. No han dejado las armas sobre la mesa. No hay muestra de arrepentimiento, de sumisión, ni voluntad de reinserción y acoplamiento. No hay entrega, sólo, palabras.
Cuarenta años de familias quebradas por los tiros, revestidas de llanto y muerte y destrozadas por la metralla no se pueden silenciar de cualquier modo o tirarlos por la borda. Cuarenta años soportando en silencio y sufriendo los charcos de sangre, exigen una responsabilidad moral al Estado. Si no se tienen en cuenta, si se olvidan, si se cede, si se actúa a la ligera, es el pueblo sufriente el que se rinde y se entrega. No habría servido de nada todo ese tiempo de esfuerzo y de sangre.
Es preciso, en este caso, ir por los caminos de la justicia y la sabiduría, no sólo por el sentimentalismo o por complacencias a las minorías. Se debe hacer lo que es justo y obrar sabiamente. Es propio de magnanimidad y de bondad perdonar y acoger, pero, para ello, ha de presentarse en lontananza el pródigo que vuelve. Todos desean una España libre de terror, hermanada y respirando libertad, pero en el orden constitucional y digno. Hágase realidad la paz y la justicia para todos los hombres.
Camilo Valverde Mudarra